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20/03/2005 | El equilibrio financiero del terror

Lorenzo Bernaldo de Quirós

El rápido y creciente deterioro del desequilibrio exterior estadounidense no puede mantenerse de modo indefinido. La depreciación del dólar es una expresión clara de esa situación pero no es una pócima mágica para resolverla. Sin cambios sustanciales en la relación ahorro nacional-gasto nacional, causa básica del saldo negativo de la cuenta corriente estadounidense, éste seguirá aumentando. Ante este panorama, existe el riesgo de que el estatus del billete verde como moneda reserva pierda atractivo ante la resistencia de los acreedores a acumular activos de un país cuyo incontrolado endeudamiento plantea presiones depreciatorias imprevisibles sobre su divisa.

 

Ése déficit exterior tiene un notable componente estructural. EEUU importa el 16% de su PIB y exporta algo menos del 11%. Esto no es una consecuencia del mayor dinamismo de su demanda interna frente a la de sus principales socios y competidores comerciales. Si la economía mundial creciese de manera equilibrada, el desequilibrio de la balanza de pagos por cuenta corriente de EEUU continuaría ensanchándose. Por cada dólar de incremento de las ventas al exterior realizadas por Washington las compras lo hacen en dólar y medio. Desde 1969, la elasticidad de las exportaciones norteamericanas respecto al crecimiento externo es menor que la de las importaciones con relación al interno. Este es el efecto Houthakken-Magge, llamado así en homenaje a los economistas que descubrieron esa perversa correlación (Summers L.H. The US Current Account Deficit and the Global Economy, Peter Jacobsen Lecture, October 2004).

El discurso oficial de las autoridades del país considera el déficit exterior como un símbolo de la fortaleza de la economía. Esa afirmación ha dejado de ser cierta. EEUU importa capital foráneo para cubrir un gasto interno al alza con un ahorro nacional a la baja. Sin embargo, el grueso de ese flujo importador no está destinado a financiar un vigoroso impulso de la formación bruta de capital fijo, cuya participación en el PIB ha descendido en los últimos cinco años, sino el consumo de las familias y el agujero presupuestario. Este escenario se ve agravado por dos factores adicionales: primero, el 57% de la inversión exterior no es directa ni en acciones, sino que se concentra en bonos del Tesoro en manos de los bancos centrales, en especial asiáticos; segundo, la inversión doméstica no se dirige al sector de bienes comercializables, lo que crearía capacidad exportadora para pagar el servicio de la deuda externa, sino al de bienes y servicios no exportables. Esto significa que EEUU no genera los recursos precisos para disminuir o, al menos, estabilizar la ratio endeudamiento exterior/PIB.

En este contexto, la depreciación del dólar no solventa por si sola el problema y, si es muy intensa, puede causar otros adicionales. De entrada, el 70% del déficit comercial estadounidense tiene procedencia asiática. Corregir esa circunstancia exigiría la apreciación del yuan chino y del resto de las divisas de la región cuya paridad está fijada al billete verde. Ahora bien, el impacto de ese ajuste cambiario sería limitado aunque fuese muy agudo. Si los chinos tomasen la decisión de política ficción de revaluar el yuán un 40% y los demás tigres asiáticos apreciasen sus monedas en un 20%, el déficit por cuenta corriente de EEUU se recortaría en unos 100.000 millones de dólares, una magnitud modesta pero cuyo coste para los revaluadores sería muy alto: una pérdida brutal del valor de sus activos invertidos en dólares y una caída probablemente abrupta de sus exportaciones y de su crecimiento. Con todo, la revaluación asiática es una condición necesaria e inevitable; China no podrá mantener su actual paridad cambiaria frente al sentimiento contrario del mercado y el calentamiento de su economía, pero no es suficiente para afrontar un problema exterior como el americano.

¿Qué hacer? La medida más eficaz en el medio y en el largo plazo es aumentar el ahorro nacional y la forma de lograr esa meta en el corto es reducir el abultado déficit público norteamericano. Es difícil imaginar una adecuada tasa de inversión o unos tipos de interés moderados con un ahorro nacional del 1,3% del PIB y sin contar con una masiva ayuda financiera externa. Si EEUU no rebaja su desequilibrio fiscal y Asia diversifica su cartera de reservas, como lo han anunciado ya algunos bancos centrales, el billete verde acentuará su pendiente declinante y la Fed se verá forzada a subir los tipos, de forma mucho más intensa que la prevista y que la necesaria, con efectos negativos sobre la economía estadounidense y global.

El drama para EEUU y los asiáticos es que el llamado por Larry Summers “equilibrio financiero del terror”, por el cual los asiáticos prestan plata a Estados Unidos a cambio de mantener depreciada su divisa para estimular sus exportaciones y su crecimiento, es insostenible y, antes o después, saltará en pedazos.

Lorenzo Bernaldo de Quirós es presidente de Freemarket International Consulting en Madrid, España y académico asociado del Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 



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