«La Ley de Servicios Digitales de la UE permitirá a las autoridades pedir cuentas a las principales redes sociales, en particular sobre la forma en que moderan estas incitaciones a la violencia en sus plataformas. Permitirá, por ejemplo, conocer los algoritmos que usan las redes para moderar el odio o incitar a la polémica rentable».
A filósofos e intelectuales les gustaría creer que las
ideas, y preferiblemente sus ideas, gobiernan el mundo. Esta visión idealista
de nuestras sociedades es difícil de demostrar. Sabemos que, para los
marxistas, las ideas solo existen como una apariencia del equilibrio de fuerzas
entre las clases sociales. ¿Cómo arbitrar entre estas dos tesis opuestas? No
podemos, sin duda, y ninguna de estas dos versiones deja lugar al azar. Sin
embargo, el azar puede ser decisivo: el virus Covid-19 ya ha provocado transformaciones
sociales (el teletrabajo, por ejemplo) que nadie había previsto. Además, las
tesis idealistas, materialistas y arriesgadas nunca dejan suficiente espacio a
las innovaciones técnicas y, sobre todo, a las innovaciones en la circulación
del pensamiento.
Sin la imprenta de Gutenberg, Lutero nunca habría podido
convencer a los cristianos para que leyeran la Biblia sin la intermediación del
clero católico. ¿Fue Gutenberg o Lutero quien ‘inventó’ el protestantismo? ¿Se
habrían producido las revoluciones liberales que sacudieron Europa y las
colonias americanas a finales del siglo XVIII sin la aparición de la imprenta,
los carteles y los libros baratos? Puede que no. Lo que nos lleva a la
actualidad y a los nuevos medios de comunicación dominantes que son las redes
sociales. «Pero no somos medios de comunicación», proclaman los dueños de
Facebook, Twitter, Linkedin, Youtube e Instagram.
Esta defensa hipócrita permite a las redes sociales
escapar a las normativas nacionales que responsabilizan a los medios tradicionales
de sus contenidos. En Estados Unidos, esta línea de defensa se basa en la
Constitución, que autoriza la total libertad de expresión, excepto la
incitación a la violencia, que debe demostrarse en los tribunales. Como todos
estos nuevos medios que fingen no serlo son estadounidenses, los europeos
vivimos, de hecho, a la estadounidense. No sería muy grave si las redes
sociales, que son indudablemente nuevos medios de comunicación, fueran
neutrales en su contenido y en sus efectos sobre la sociedad; pero no lo son.
Sabemos que incitan al odio y a la violencia, que favorecen las teorías
conspirativas y las agresiones racistas, homofóbicas y antisemitas. Trump es,
en gran parte, consecuencia de los medios electrónicos; él lo sabía muy bien y
acrecentó su papel al gobernar a través de Twitter. Como en las redes no hay
nada que permita distinguir lo verdadero de lo falso, en ausencia de una
regulación por parte de los periodistas profesionales, es necesario señalar la
relación directa entre la progresión del populismo y la sustitución de la
prensa escrita por Twitter, Facebook, etcétera.
Obama acaba de denunciar el peligro que suponen para la
democracia las redes sociales; podría haberse dado cuenta antes, cuando era
presidente. Biden está estudiando una normativa, pero será difícil en EE.UU.,
como hemos señalado, debido a la Constitución y a su I Enmienda sobre la
libertad de expresión. Por tanto, ha sido en la UE donde ha surgido el primer
intento de controlar la hidra electrónica.
En este sentido, el Parlamento Europeo y la Comisión han
adoptado la Ley de Servicios Digitales. Esta regulación permitirá a las
autoridades europeas pedir cuentas a las principales redes sociales, en
particular sobre la forma en que moderan estas incitaciones a la violencia que
se expresan en sus plataformas. De hecho, todas las redes importantes ‘moderan’
los contenidos excesivos que detectan gracias a rejillas de descifrado y a
algoritmos, y emplean a varios miles de colaboradores para esta tarea. Este
control solo puede ejercerse después de la publicación y difícilmente evita la
circulación viral de mensajes de odio. ¿Y cuáles son los criterios para los
moderadores? Exempleados de Facebook han denunciado las prácticas de su
empresa, que consisten en favorecer los contenidos más agresivos porque aumenta
el número de internautas y, por tanto, las ganancias publicitarias. En
resumidas cuentas, el abuso verbal es el motor de la prosperidad de las redes.
La Ley de Servicios Digitales no revertirá lo que es la
naturaleza misma de la libertad de expresión para todos, pero permitirá a las
autoridades conocer los algoritmos que usan las redes para moderar el odio o
incitar a la polémica rentable. La UE podrá así imponer multas considerables,
de hasta el 6 por ciento de la facturación mundial de las empresas culpables.
Como ha declarado el comisario Breton, no hay razón para permitir que las redes
publiquen contenidos o favorezcan comportamientos prohibidos en los países
europeos; estos tendrán los medios técnicos para bloquear el acceso local a las
redes infractoras.
Todo esto, objetarán, se parece mucho a la censura
estatal de los medios de comunicación privados. Es verdad, y no estoy seguro de
que la Ley de Servicios Digitales esté resultando efectiva; en concreto, puede
alentar la fuga del contenido de odio a plataformas más pequeñas y no
controladas. Pero estoy a favor de esta ley, porque alerta al público sobre la
verdadera naturaleza de las redes: son, de hecho, nuevos medios de comunicación
que compiten con los medios tradicionales. Estos últimos producen información
verificada por periodistas auténticos y los primeros, hechos no verificados.
Corresponde al lector, el de Twitter o el de ABC, saber que estos dos medios de
comunicación no son comparables y aplicar su criterio. En esta competencia,
destacamos la compra de Twitter por parte de Elon Musk. Ha actuado, dijo, para
que reine la «libertad de expresión». Después de que Trump fuera vetado en
Twitter tras el ataque al Capitolio, veremos si Musk le devuelve la voz en
nombre de la «libertad de expresión». Si ocurre, deberá reclutar un equipo a
tiempo completo para moderar los exabruptos del conspirador en jefe.