Al consultar la historia rusa comprobamos que el ruso avanza de frente hasta que se le detiene. Putin avanzará mientras nadie le diga «¡alto! esta lÃnea es infranqueable». Sin embargo, no oÃmos ninguna voz con autoridad, ni en la sede de la OTAN ni en Washington. Por lo tanto, Rusia avanzará, porque nosotros retrocedemos.
Putin, que amenaza con anexionar Ucrania después de haber
recuperado Crimea e interviene en los asuntos internos de Bielorrusia y
Kazajstán, es sospechoso de querer reconstituir la Unión Soviética. Sin duda,
la echa de menos y nunca lo ha ocultado. Pero para comprender las ambiciones
territoriales de la Rusia actual, es necesario remontarse mucho más allá de la
Unión Soviética y preguntarse dónde está Rusia. ¿Cuáles son sus fronteras
naturales? ¿Qué significa ser ruso?
La respuesta es vaga, porque Rusia nunca ha tenido
fronteras naturales, y tampoco es una etnia. ¿Una religión? Sería olvidarse de
las importantes poblaciones musulmanas, armenias y judías, que siempre han
contribuido a la historia de Rusia. Alexander Solzhenitsin dedicó uno de sus
libros a los judíos de Rusia, porque consideraba que su papel era histórico,
esencial en la historia de su pueblo. Recordemos que la figura más
impresionante del Imperio Ruso fue Catalina II; sin embargo, Catalina la Grande
era de origen alemán. El más venerado de los poetas rusos, Alexander Pushkin,
era negro, descendiente de un esclavo africano. En un famoso discurso de 1962,
De Gaulle, entonces presidente de la República francesa, imaginó la creación de
una UE desde el Atlántico hasta los Urales. De hecho, se suele ver en los
Urales la frontera natural entre Europa y Asia. Pero los rusos, que son
europeos y siempre se han considerado tales, ignoran los Urales, que para ellos
nunca han sido una frontera. Al sur la frontera tampoco es evidente. El Mar
Negro y el Cáucaso han sido durante siglos objeto de disputa entre rusos,
otomanos, chechenos y georgianos.
Al oeste, ¿dónde comienza Rusia? En 1772, Catalina II se
adueñó de la mitad de Polonia, gran parte de la cual permanece hoy encerrada en
Ucrania y Bielorrusia. En el XIX, la expansión rusa alcanzó el Pacífico, en la
misma época en que los pioneros estadounidenses llegaron a California. Pero ni
el Pacífico detuvo a los rusos, que aún ocupan la isla de Sajalín, a tiro de
piedra de Japón. Colonizaron Alaska. En el norte de California, muchos lugares
llevan nombres rusos.
Esta Rusia, que no tiene una periferia bien definida,
tampoco tiene un centro fijo; se considera que la nación rusa y su lengua
nacieron en Kiev, en Ucrania. La capital se trasladó de Kiev a Moscú y luego a
San Petersburgo. Rusia, en pocas palabras, es un pueblo que se desplaza
continuamente. Durante siglos ha caminado hacia todos los puntos cardinales sin
dejar de ser europea. Recuerdo que en la isla de Sajalín, completamente al
este, por lo tanto, charlé con algunos de sus habitantes, que me explicaron que
en Sajalín se estaba bien, porque allí los salarios eran altos (por los pozos
de petróleo), pero, en realidad, estaba «lejos de casa». Los colonos de Sajalín
acostumbran a ser enterrados «en casa» en Europa.
Al consultar la historia rusa comprobamos que el ruso
avanza de frente hasta que se le detiene. Catalina II se apoderó de Polonia y
Asia Central porque nadie se le resistió lo suficiente. Pero cuando los rusos intentaron
colonizar Manchuria y Corea, el Imperio Japonés se interpuso, en 1895: tras
terribles combates, los japoneses prevalecieron y los rusos no fueron más allá.
Contaré una anécdota familiar sobre esta guerra ruso-japonesa. Un tío lejano
mío fue alistado en Varsovia, entonces perteneciente a Rusia, en el Ejército
del Zar, para ir a luchar contra los japoneses. Fue allí a pie, como los
soldados de Napoleón; cuando llegó al frente seis meses después, la guerra
había terminado. Regresó en tren, en el recién inaugurado Transiberiano.
El ruso se detiene cuando le detienen. Así fue como una
coalición de otomanos, franceses y británicos les impidió llegar a
Constantinopla durante la Guerra de Crimea, de 1853 a 1856. Faltó poco para que
la ciudad se volviera rusa. En el Cáucaso, el Ejército ruso tuvo que
enfrentarse a la resistencia de los chechenos (relatada por Tolstoi, que
participó como oficial, en 1851), para que el Cáucaso se impusiera como otro
límite imposible de franquear. Lo mismo sucedió, en 1969, en el río Ussuri, que
separa Rusia de China; los chinos resistieron y hoy los rusos se preguntan
cuándo invadirán Siberia los chinos.
Stalin dio un nuevo significado a esta incansable marcha
rusa; la conquista por la ideología comunista tomó el relevo de la colonización
a pie. Pero el principio seguía siendo el mismo: el ruso avanza cuando nadie lo
detiene. Después de los japoneses, los turcos y los chinos, fueron los
estadounidenses quienes trazaron la línea roja que debía delimitar el avance
ruso; es lo que, después de la Segunda Guerra Mundial, se denominó estrategia
de contención. La línea a veces era fría y en otros momentos estaba
ensangrentada por los conflictos de Corea y Vietnam o las guerrillas de Angola
y Nicaragua. Cuando Carter renunció de hecho a la contención, los rusos se
pusieron de nuevo en marcha y se apoderaron de Etiopía y Afganistán. Le tocó a
Reagan volver a trazar la línea, con éxito. Los rusos se detuvieron. Entonces,
con un golpe de efecto, Yeltsin, que se había convertido en el primer
presidente electo en la historia de Rusia, decidió que los rusos se habían
aventurado demasiado lejos y que debían volver a casa. Yeltsin había adoptado
el análisis de Solzhenitsin: «Los rusos han sido las principales víctimas de la
URSS».
En 1991 el pueblo ruso estaba agotado por esta carrera
sin fin, iniciada bajo el régimen de Catalina II. Putin es, por lo tanto, el
heredero de la emperatriz imperialista; ciertamente subestima el agotamiento de
su propio pueblo o le es indiferente. De modo que Putin avanzará mientras nadie
le diga «¡alto! esta línea es infranqueable». Sin embargo, no oímos ninguna voz
con autoridad, ni en la OTAN ni en Washington. Por lo tanto, Rusia avanzará,
porque nosotros retrocedemos.