¿Es duradero este comunismo con los colores de China? De todos los futuros posibles, el ‘statu quo’ es el más probable. El principal factor de inestabilidad es que Xi Jinping, que ha roto la norma impuesta por Deng de marcharse a los diez años de gobierno. Su discurso podrÃa desembocar en luchas entre facciones o conflictos internacionales.
¿Es China comunista? Es lo que el Gobierno de Pekín quiso
hacer creer a su pueblo y al mundo al organizar en Shanghái, el 23 de julio, el
centenario de la fundación del Partido. Originalmente, se trataba solo un
pequeño grupo de trece intelectuales instruidos con la lectura apresurada de
los evangelios de Marx, Engels y Lenin, y fascinados por lo que en la nueva
Unión Soviética parecía algo prometedor. La ayuda rusa, hoy negada, para formar
el partido chino hasta su victoria militar sobre los nacionalistas de Chiang
Kai-Shek en 1949 no debería subestimarse. Después de la asistencia militar vino
la ayuda para la industrialización hasta que Mao Zedong expulsó a los
consejeros soviéticos, decidido a imponer su concepción personal del comunismo
a China y al resto del mundo: maoísmo en vez de leninismo.
Esta alianza chino-rusa solo podía desembocar en una
disputa: para los comunistas chinos, el objetivo fundamental de la ideología
era restaurar la unidad de China, devastada por la colonización y las guerras
civiles, para imponer a la nación china una nueva ideología colectiva, el
marxismo en lugar del confucionismo, y para volver a situar a China en el
centro del mundo. El Partido Comunista chino había aceptado la ayuda de los
rusos solo por razones tácticas, sin plantearse convertirse en un satélite de Moscú.
A esta desconfianza se sumó un conflicto de civilizaciones. El partido ruso se
apoyaba en un proletariado obrero, y su fin era la industrialización. China era
rural y Mao Zedong, hijo de campesinos, pretendía que lo siguiera siendo.
La popularidad inicial del partido chino se debió a su
promesa de confiscar la tierra a los terratenientes ricos y redistribuirla
entre los campesinos pobres. Esta supuesta virtud del trabajo agrícola explica
que, después de cada revuelta interna, la solución maoísta consistiera en
enviar burócratas e intelectuales a la tierra, para que recuperaran el espíritu
revolucionario escuchando a los campesinos. Este Partido Comunista original
logró su objetivo principal: aniquilar cualquier vestigio del pasado. Recuerdo
que, al visitar pueblos en China en la década de 1970, todos los campesinos
decían: «Gracias al presidente Mao, tengo una bicicleta y un reloj, y eso me
basta para ser feliz». ¿Quién era entonces miembro del partido? Ninguna mujer,
pocos obreros, un puñado de intelectuales subyugados y, en su mayor parte,
‘apparatchiks’ y militares. El criterio de reclutamiento no era la capacidad
sino la adhesión a la ideología, la del momento, que Mao Zedong definía según
sus fantasías. A partir de este primer período, Deng Xiaoping, que sucedió a
Mao, diría: «Mao tenía razón en un 70 por ciento, se equivocaba en el otro 30».
El 70 por ciento se debía por completo a la restauración de la unidad de China,
excepto Taiwán y Hong Kong. ¿El error del 30? La falta de desarrollo económico,
las hambrunas masivas, unos 80 millones de muertos como consecuencia de la
guerra de conquista del partido, seguida de purgas, conocidas como el Gran
Salto Adelante y la Revolución Cultural. Para preservar el monopolio del
partido, Deng añadió algunos millares de víctimas en junio de 1989, en
Tiananmén, estudiantes prodemocracia, una minucia a escala china. A partir de
1979, a Deng le tocó crear un segundo Partido Comunista; lo único que tenía en
común con el de Mao era la denominación. Deng fundó el sistema chino como lo
conocemos hoy, solo conservó de Mao la pasión por la unidad nacional y el odio
a la democracia. Sus principales prioridades eran la industrialización, la
educación, el desarrollo económico, el enriquecimiento individual y el poder
nacional. El PC debía convertirse en un partido de técnicos y empresarios; el
enriquecimiento del partido, de sus miembros, iba de la mano del
enriquecimiento de China, ya que el partido lo controla todo. La corrupción de
los ejecutivos es parte del sistema. ¿Hasta qué punto este partido
‘pragmático’, un término que amaba Deng, sigue siendo comunista? Las letanías
marxistas y la liturgia maoísta permanecen inmutables; una misa en latín que
todos recitan y en la que nadie cree. Como ideología nacional y obligatoria, justifica
que el Gobierno se deshaga de los herejes, de los intelectuales democráticos,
de los seguidores budistas del Dalai Lama, de los católicos fieles al Papa y de
los seguidores de las ‘sectas’ religiosas.
Los dirigentes no dejan de repetir a chinos y extranjeros
por igual que China es el partido y viceversa. ¿Qué sabemos sobre la adhesión
de los chinos al partido? No mucho, a falta de elecciones libres y sondeos
fiables. El lugar común es que la popularidad del partido depende de los
avances económicos que fomenta. No lo niego, pero mi hipótesis personal, basada
en mis investigaciones, es que los chinos también están agradecidos al partido
por hacer que reine la paz civil; esta tranquilidad es nueva y apreciada. ¿Con
qué se sustituiría al partido? A la mayoría de los chinos, y es también una
suposición personal, no les gusta el partido, se burlan de sus líderes y se
quejan de la corrupción que reina en la ‘nomenklatura’, del más bajo al más
alto nivel.
¿Es duradero este comunismo con los colores de China? De
todos los futuros posibles, el ‘statu quo’ es el más probable. El principal
factor de inestabilidad es el actual presidente: Xi Jinping, que ha roto la
norma impuesta por Deng de marcharse a los diez años de gobierno. Se niega a
irse, organiza el culto a su personalidad e inventa desde cero un nacionalismo
belicoso, ajeno a la civilización china. Este discurso podría desembocar en
luchas entre facciones dentro del partido o en conflictos internacionales. Por
tanto, Xi, en lugar de crear un tercer PCCh, que es su ambición, podría firmar
su acta de defunción. Hemos visto en la URSS y en Cuba que el comunismo muere
desde dentro.