En aquella ocasión, 17 marinos de EEUU resultaron muertos por obra de ese acto terrorista perpetrado por militantes de Al-Qaeda, en momentos en que nadie podía imaginar aún los extremos de barbarie a los que llegaría esta organización con los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Hoy Yemen vuelve a ser noticia. Dos incidentes violentos han sido conectados con este país: el tiroteo en la base norteamericana de Fort Hood por el cual un oficial de EEUU con importantes nexos con una figura religiosa yemenita-estadunidense dio muerte a 13 personas e hirió a 30, y el intento de un nigeriano que pasó una temporada de adoctrinamiento jihadista en Yemen de hacer volar una aeronave que volaba de Ámsterdam a Detroit. Este hombre de 23 años, Umar Farouk Abdulmutallab, reveló mediante su intento fallido, que Yemen constituye un nido adicional de terrorismo islamista, tan peligroso como los de Afganistán y Pakistán.

De hecho, y aunque no ha habido mucha publicidad al respecto, Yemen ya lleva un buen tiempo padeciendo de la actividad intensa de Al-Qaeda. El vicepresidente de Yemen estima que en ese suelo se han perpetrado 66 ataques de esa organización integrista, los cuales, además de numerosas víctimas, ha provocado pérdidas por cerca de 150 millones de dólares por año como efecto del desquiciamiento derivado de tal violencia en dicho país, uno de los más pobres de la región por cierto. No cabe duda que la inestabilidad general yemenita debida a sangrientos conflictos intestinos entre las fuerzas oficiales y rebeldes huthis, junto con la miseria y falta de oportunidades para las grandes masas que conforman a la población de Yemen, ha sido un extraordinario caldo de cultivo para el crecimiento de células de Al-Qaeda, intoxicadas con el discurso jihadista de combate a muerte contra los “infieles”. Se registra ahí por tanto, una situación similar a la de Somalia, país que vive en un caos permanente y donde también han ido proliferando numerosas células de la misma organización.

Por todo ello, resulta lógico que la comunidad internacional no pueda desentenderse ya más de estos focos de activismo terrorista. Es así que Gran Bretaña ha llamado a realizar, en el marco de la reunión de alto nivel convocada para analizar el caso de Afganistán, una conferencia paralela para tratar el tema de Yemen. Se planea abordar como ejes centrales la seguridad y la economía. Ya desde ahora Washington y Londres han acordado patrocinar una fuerza yemenita de contra-terrorismo, al tiempo que EEUU ha decidido también duplicar su ayuda destinada a la seguridad de Yemen. Pero del mismo modo empieza ya a haber conciencia de que tales esfuerzos serán de efectos limitados si no se erradica la atmósfera de pobreza, inestabilidad y caos que reina en ese país árabe. Ese clima es uno de los más importantes facilitadores de la difusión de la ideología jihadista entre las masas juveniles desencantadas por la falta de horizontes y propensas por tanto al lavado de cerebro en virtud del cual sus integrantes se transforman en carne de cañón para los atentados suicidas.

Es necesario así que la comunidad internacional colabore para elevar el nivel de vida de los yemenitas y proporcionarles una serie de servicios básicos, entre los que es prioritaria una educación que destierre los altos grados de analfabetismo que prevalecen. Al parecer, Arabia Saudita lo tiene ya muy claro, y como vecino de Yemen amenazado por Al-Qaeda, ha multiplicado recientemente su ayuda económica en una reacción que podría caracterizarse como de autodefensa. Y bien haría Occidente en enfrentar el desafío que hoy representa Yemen del mismo modo: no sólo mediante un reforzamiento de los mecanismos de seguridad e inteligencia, sino promoviendo también un desarrollo social real, necesario sin duda para evitar que Al-Qaeda pueda seguir reclutando adeptos como lo ha venido haciendo.