La argumentación principal de quienes favorecen la prohibición pública de la burka se apoya en el derecho del Estado a identificar plenamente a cualquier individuo por motivos de seguridad (cosa que la burka entorpece), pero más aún, en el simbolismo que conlleva este atuendo en calidad de elemento opresor de las mujeres, contrario a su dignidad y complementario a prácticas islamistas radicales repudiadas en Occidente, tales como la mutilación genital femenina y el matrimonio infantil.

En cambio, las razones dadas por quienes están por mantener el libre uso de la burka proceden, por un lado, de ciertos sectores de la población musulmana que perciben la prohibición como un atentado contra el libre ejercicio de su derecho a vestirse de acuerdo con lo que su tradición les dicta. Para ellos, se trata de una violencia discriminatoria, de una imposición más de la actitud colonizadora occidental que no respeta la cultura de los diferentes pueblos. Por el otro lado, están también en contra de prohibir la burka, individuos y grupos europeos no musulmanes que militan por lo general en la izquierda, se asumen como posmodernos y enarbolan la defensa a ultranza del multiculturalismo. Asentados en una postura relativista extrema, consideran que nadie puede ser juez de nadie, y que en tanto todas las culturas son respetables y todas poseen su marco valorativo que las legitima, no es ético ni correcto pretender imponer a las minorías los valores dominantes en cada sociedad.

Como se ve, hay en ambas posturas razones de peso que sin embargo, se contradicen. Vestir como a uno se le dé la gana puede considerarse un derecho humano inalienable, pero por otra parte, sabemos que andar desnudo por las calles, por ejemplo, no es permitido en casi ninguna sociedad. Es cierto también que en las sociedades liberales occidentales prevalece un alto margen de tolerancia a la libre voluntad del individuo de hacer de su vida lo que quiera, y sin embargo, se condena y sanciona a aquel individuo que ejerce violencia contra las mujeres y los niños, violencia que en otros contextos podría legitimarse como parte de los usos y costumbres de ciertas minorías.

Así las cosas, el debate respecto al uso público de la burka prosigue en varios países europeos. Ni qué decir que las agrupaciones feministas están teniendo un papel destacado en toda esta discusión. Si bien muchas de ellas han asumido de forma contundente la condena al uso público de la burka por considerarla un signo fehaciente de la discriminación y opresión extremas contra las mujeres, hay algunas otras que dudan, se mantienen pasivas o bien se oponen a la prohibición. Se trata de los segmentos feministas más apegados a los postulados del multiculturalismo y más reacios a presentar públicamente posiciones que los puedan ubicar como socios o aliados de agrupaciones de derecha o plenamente islamófobas, con las cuales no quieren tener nada que ver. Hay aquí pues un claro ejemplo de las ambivalencias que a menudo suscitan temas como éstos, donde lo "políticamente correcto" no es claro y donde por tanto es posible observar alianzas que en otros contextos, serían impensables, como es el caso de las feministas que cuando se oponen al uso de la burka, están impulsando una causa defendida también por grupos de derecha radical.