A simple vista, la hostilidad iraní hacia la familia Bin Laden podría parecer un contrasentido, ya que el odio hacia Occidente y especialmente hacia Estados Unidos es un sentimiento compartido entre el régimen de los ayatolas y el gestor del derribo de las Torres Gemelas. Sin embargo y de manera parecida a la de las mafias criminales que a pesar de operar con los mismos objetivos luchan simultáneamente entre sí por ganar territorios y competir por espacios y mercados, en este caso también prevalece una disputa a muerte entre proyectos terroristas distintos, no obstante la coincidencia en sus metas últimas.

El principal factor que diferencia a un personaje como Bin Laden de la política esgrimida por la República Islámica de Irán es que mientras el primero es producto de una interpretación fundamentalista del Islam en su vertiente sunnita, la segunda emerge como representante de un radicalismo islámico de corte chiita llevado a su máxima expresión. Y esta diferencia no es menor dentro del mundo musulmán, ya que el antagonismo entre sunnitas y chiitas es proverbial y constituye el motor de muchas de las ríspidas y violentas confrontaciones que se experimentan en espacios islámicos donde coexisten fieles de ambas corrientes musulmanas. Irak y Líbano son quizá los ejemplos más representativos del alto grado de confrontación entre ellas, al grado de que buena parte del terrorismo suicida practicado en tales países tiene su origen en dicha diferencia doctrinal que considera a su contraparte como casi una herejía.

Es por ello que colateralmente al combate a Occidente y sus costumbres presuntamente perversas que llevan a cabo las huestes de Al-Qaeda por un lado, y el régimen de Teherán por el otro, se libra al mismo tiempo esta otra lucha hoy ejemplificada en el drama de la familia Bin Laden, perseguida y acosada por el gobierno iraní. De hecho, hay interpretaciones de que el arresto de los Bin Laden sirvió a lo largo de los ocho años en que ha prevalecido como una útil herramienta en manos del régimen de los ayatolas para ejercer un chantaje contra Al-Qaeda a fin de que ésta no obstaculice de ningún modo las políticas y los designios iraníes, tan ambiciosos hoy por hoy en el escenario internacional.

Por último, cabe destacar dos paradojas o incongruencias notables en este drama de los Bin Laden. La primera, que la familia acosada ha pedido la protección de la ONU y de Amnistía Internacional para salvarse de sus captores iraníes, siendo que estas dos organizaciones han sido calificadas siempre por el propio Bin Laden como representantes del herético mundo de Occidente. La segunda es que la hija del terrorista ha recurrido a la embajada de Arabia Saudita para asilarse cuando este Reino ha sido objeto de actos terroristas organizados por su padre bajo la acusación de que Saudiarabia se ha vendido a Estados Unidos y ha traicionado los principios supremos del Islam, tal como los interpreta su mirada radical.

En síntesis, como se apuntaba al principio de este artículo, se trata de un episodio digno de las tradicionales guerras entre mafias, marcadas por un oportunismo descarado y una ambición sin límites.