El economista Mancur Olson, después de advertir que las democracias son vulnerables a la proliferación de intereses particulares que usan el Estado para reclamar partes cada vez más sustanciales de riqueza, escribió:

El éxito económico no depende de los recursos económicos ni de la localización geográfica tanto como del grado de estupidez de las políticas e instituciones de un país.

En eso, aquí en España, estamos servidos. Pero parece que Merkel y Sarkozy se han dado un baño de lectura de Olson últimamente porque ante la petición de Obama a través de su ministro del ramo Geithner, de que los europeos se gasten un dineral público para relanzar la economía, han escrito una carta al presidente checo de turno de la UE: "Los países de la UE deben comprometerse a aplicar el pacto de estabilidad y crecimiento". El pacto de estabilidad y crecimiento es la prolongación de los criterios para entrar en el euro que España logró cumplir gracias a Aznar y a pesar de los desastres heredados de la economía de Solbes, ese genio moderado del socialismo templado e inteligente. Supone una deuda pública acumulada por debajo del 60% del PIB y un déficit público anual inferior al 3% salvo casos excepcionales. En suma: el saneamiento de la economía pública para que deje respirar a la privada y esta pueda crear riqueza. O sea, el abc de la economía. El corazón de Europa, con el que España tiene cada vez menos que ver, sigue diciendo:

La deuda pública excesiva amenaza a largo plazo la estabilidad global. Unas finanzas públicas sanas siguen siendo cruciales para la credibilidad y estabilidad de la Unión europea.

En efecto. A pesar de las artes mágicas que últimamente pretenden convencer de cualquier cosa, el gasto público sólo puede sangrar dos organismos para alimentarse. Uno es el suyo querido lector, a través del impuesto. Y el segundo organismo del que se nutre Leviatán es el de sus tiernos hijos, a través de la deuda pública.   Obama está actuando aquí con el entusiasmo del principiante. La UE, en cambio, cuenta por de pronto con un marco jurídico más que aceptable para hacer frente a la crisis: el mercado único –a pesar de todas las excepciones por la vía de hecho que nos han traído los últimos meses–, el pacto de estabilidad y crecimiento y la regulación del BCE que le obliga a velar por la estabilidad de los precios pero que lo mantiene fuera del fomento de la economía por la vía monetaria, a saber, relativamente excluido del fácil recurso de imprimir dinero. Cuenta la UE además con el hecho de que, por encima de la retórica anticapitalista, sabe hasta qué punto, por experiencia, el exceso de lo público en la economía es nocivo.   De modo que mientras se acerca la cumbre mundial de Londres nos encontramos con la paradoja de que la vieja Europa está más cerca de la economía científica que los Estados Unidos. A pesar de los graves males de Europa en términos más sociales que económicos (escasa natalidad, exceso de regulaciones minuciosas que impiden la iniciativa y molestan la libertad, falta de confianza en el individuo, trabajo como maldición y no como vocación, aburrimiento crónico...) por una vez está siguiendo la senda más sensata. ¿Toda Europa? No, toda no. Una nación otrora grande se resiste todavía a entrar en el corazón de Europa. Los socialistas españoles son unos euro-escépticos a las órdenes del imperialismo americano y ajenos al eje franco-alemán. ¡Qué vergüenza!