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07/08/2005 | Ni contigo ni sin ti

Grupo de Estudios Estratégicos

La sucesión en la casa de Saud ha vuelto a traer a las primeras páginas de los periódicos el delicado papel que Arabia Saudí juega en Oriente Medio. De su importancia hay pocas dudas. Desde la crisis del Califato turco, el Reino Unido hizo del destino de esa península el eje del nuevo mapa de Oriente Medio. El tándem formado por sauditas y wahabitas se impuso como elemento de estabilidad a partir del cual afrontar el diseño de otros futuros estados.

 

Dotados de unas impresionantes reservas de petróleo, su explotación se convertiría en un vínculo entre los intereses de la familia reinante y Occidente. El crudo es el único recurso económico del país, por lo que resulta de interés para ellos vender grandes cantidades, siempre y cuando un exceso de oferta no lleve a una bajada de los precios. Occidente necesita del petróleo tanto como la casa real.  

Con su acceso al poder, los Saud se responsabilizarían del control de dos ciudades de enorme simbología para la comunidad musulmana: la Meca y Medina. Su correcto mantenimiento y protección aportarían prestigio a la familia y, sobre todo, tranquilidad al Islam. Ambos hechos eran y siguen siendo objetivo de las potencias occidentales.  

Desde la creación de Arabia Saudí hasta la fecha su política exterior ha estado dirigida a frenar tanto la penetración de la ideología comunista como el desarrollo de corrientes heréticas. Occidente encontró su colaboración para combatir a la Unión Soviética y para tratar de contener la Revolución Iraní.  

Determinadas crisis han acercado de nuevo a Arabia y Occidente, cuando la primera se ha sentido directamente amenazada. Ese fue el caso de la invasión de Kuwait, que dio paso a la primera Guerra Norteamericana-Iraquí.   Pero este conjunto de intereses comunes nos ha proporcionado durante décadas una imagen errónea, por insuficiente, de la naturaleza del vínculo. La Casa de Saud tiene un gran interés en mantener unas buenas y discretas relaciones con Estados Unidos pero, al mismo tiempo, los fundamentos estratégicos de su política le llevan al enfrentamiento. Como recordaba recientemente el Wall Street Journal, la relación ha sido desequilibrada, pues nosotros hemos mostrado más compresión y simpatía hacia su gobierno que ellos hacia nosotros. No nos podemos quejar, pues nos hemos ganado a pulso la situación en que nos hallamos.  

La escuela wahabita es incompatible con los valores occidentales y con la modernización tanto de Arabia Saudí como del conjunto del Islam. La mejor prueba la tenemos en el interior de este último país. A pesar de disponer de ingentes cantidades de dinero y de un alto número de escuelas y universidades, sus licenciados no acceden a puestos relevantes en el tejido empresarial nacional. Tienen que recurrir a importar licenciados. La razón no es otra que el efecto de los ulemas en el sistema educativo. Se elija una u otra carrera, el alumno acabará estudiando teología y su título de ingeniero o de economista carecerá de valor en el mercado. La mujer sigue discriminada y la democracia, a pesar de los tímidos avances ocurridos recientemente, parece muy lejana. La influencia de Occidente es considerada tan nociva como pecaminosa. Para ellos somos “corruptos”.  

Mucho se ha escrito sobre el vínculo entre terrorismo y wahabismo. Es evidente que esta escuela no lleva directamente al uso de la violencia, tan cierto como que primero se es islamista y sólo después se llega a la condición de terrorista. El wahabismo ha aportado tres elementos esenciales a la red terrorista vinculada a al-Qaeda: una doctrina fundamentalista que reivindica la vuelta a la ortodoxia y el fin del aperturismo a Occidente, una estructura de mezquitas, escuelas y entidades dedicadas a la caridad a través de las cuales expande su influencia ideológica y, por último, dinero.   Para la Casa de Saud su vínculo con Estados Unidos es tan necesario como peligroso. Con el paso del tiempo ha comprendido que sólo la gran potencia norteamericana tiene los medios y la voluntad para asegurar su integridad, política y territorial, frente a sus rivales regionales. Pero también ha podido comprobar que el credo wahabita es incompatible con ese vínculo demoníaco. El estacionamiento de tropas “impías” en territorio santo, para defenderlos de la amenaza iraquí, llevó a Osama ben Laden a romper con la Casa de Saud y a iniciar la campaña terrorista en su contra. El wahabismo que pregonan se vuelve contra ellos. Más aún, la propia familia real se encuentra dividida y algunos de sus miembros parecen estar entre los que financian a grupos terroristas.  

Estados Unidos ha comprendido que la búsqueda de estabilidad en la región a base de aliarse con dictaduras de muy distinto pelaje, sólo ha llevado a una situación tan inestable como antidemocrática. Para combatir el terrorismo ha llegado al convencimiento de que tan importante es la persecución de las redes que lo soportan como dar a estas sociedades un futuro atractivo, lo que pasa por su modernización y democratización. Ante esta nueva estrategia los Saud aparecen como incómodos restos del pasado. Ellos están detrás, y en frente, del terrorismo islamista; ellos se oponen a la democratización de la región, por herética. En el corto y medio plazo es impensable un cambio político en sentido democratizador. La situación de la familia reinante es inestable, pero la alternativa no es más liberal sino todo lo contrario.  

Tanto Estados Unidos como Europa son perfectamente conscientes de la responsabilidad saudí en la propagación del islamismo más radical y de hasta qué punto es y va a seguir siendo un obstáculo para la modernización regional. Pero también saben del papel estabilizador que ejerce como guardián de los Santos Lugares, de la necesidad de garantizar la exportación de crudo y de que la alternativa a los saudíes es más islamismo.  

No hay más opción que tratar de entenderse con ellos y aprovechar sus vulnerabilidades para presionarles en la lucha contra el islamismo violento. El nombramiento de un ex-director de inteligencia, además de hijo del príncipe heredero, como nuevo embajador saudí en Washington es una señal de que ellos también están preocupados, tanto por la amenaza islamista como por el deterioro de sus relaciones con Estados Unidos, y de que quieren colaborar. En cualquier caso y por distintas razones Arabia Saudí será un problema mayor en las próximas décadas.

Libertad Digital (España)

 


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