A pesar de lo que solemos pensar en el continente, los americanos son ingenuos. Parece que esta vez sí se han creído las cosas que algunos europeos dicen de ellos. Entre un presidente que hubiera seguido el camino americano y otro que lo abandonará para hacer que los Estados Unidos se asemejen más a Europa, han elegido al segundo. Que éste pueda hacerlo es otra cuestión.

En principio, al tratarse de una democracia liberal ejemplar –limitada por la Constitución y los derechos individuales– no tendría por qué causar alarma que Obama tenga un pasado tenebroso, escasos méritos profesionales y un radicalismo preocupante; los mecanismos de control institucional debieran ser suficientes. Sin embargo, la predilección de nuestro tiempo –surgida en Europa y quizá contagiada al otro lóbulo de Occidente– por la presión mediática y de grupos ideológicos contra el respeto al Estado de Derecho y la razón, hace temer lo que este programa pueda significar.

En materia económica, quien ha prometido que los impuestos estarán por debajo de los de Reagan, haría bien en no subirlos en plena recesión, que es lo que nos tememos. No es recomendable que en el país de la libertad, Obama insista en la propuesta de votaciones no secretas en el ámbito sindical. Atacar la libertad de expresión con medidas destinadas a "equilibrar" las orientaciones editoriales de los medios parece ciertamente fuera de lugar para América, mas no está claro si para Obama. Es desde luego inaceptable que se pretenda nombrar jueces constitucionales –si se da el caso– que propongan una Constitución "viva", adaptable a las circunstancias del poder de cada momento y que acaben promoviendo el aborto, el intervencionismo económico o la relajación del derecho de propiedad. En materia internacional, debería huirse del proteccionismo que supone no aprobar más tratados de libre cambio y de la insólita pretensión de incluso derogar los que ya están en vigor, como el existente con Canadá y México.   Esto –para que lo entiendan los dizque europeístas progres de acá– equivale a que un canciller alemán declarara que eso de los Tratados de Roma no sirve a los intereses del trabajador alemán, algo que ya sabemos qué ha significado históricamente. Que entre los simpatizantes demócratas guste lo que aquí se calificaría de hitleriano demuestra lo bien que informa nuestra prensa generalista, su exquisita neutralidad y su desprendimiento de cualquier respeto por la verdad.
 
En la democracia liberal más asentada de Occidente, a los republicanos les toca convertirse en leal oposición. Ese sistema civilizado también vigente –supuestamente– en España se basa en la alternancia. Su función es esencial. Les permitirá pensar en cómo lavar su imagen y, sobre todo, recordar que es en la fidelidad a los principios tradicionales allí llamados conservadores –poco Estado y mucha libertad– donde están sus votos, sus intereses y las convicciones que nunca debieron orillar ni disimular. Es el trabajo que al GOP le toca a partir de este momento.  En definitiva, Obama tiene el camino abierto. El nuevo presidente electo puede asumir con honor la responsabilidad enorme que se le ha encargado o bien puede dar rienda suelta al radicalismo que muchas veces ha confesado y profesado, contando con que los de enfrente miren para otro lado. En este último caso, los americanos habrán elegido la vía europea y entonces, querido lector, como decía un columnista conservador en la víspera de las elecciones esperando un diluvio de votos para Obama: He aquí mi sucinta recomendación, construya un arca.