Los miembros de la Unión Europea se reúnen por primera vez tras el doble rechazo popular al tratado constitucional. De hecho, se reúnen apresuradamente por motivo de esa doble negativa al proyecto que habían avalado conjuntamente. Quienes eran partidarios decididos del sí a la constitución creen que el no francés y holandés abre una crisis sin precedentes en la Unión Europea y para salir de ella propugnan salvar lo salvable del texto del nuevo tratado. Parcelarlo y adoptar aquellas partes menos conflictivas del mismo. Pero se equivocan u obran de muy mala fe. La realidad es que el no al tratado constitucional no es lo que causa la actual crisis, sino que el no es, simple y llanamente, la manifestación, la expresión última de una crisis mucho más profunda y que tiene que ver con la incapacidad de los europeos de haber llegado a un consenso mínimo sobre la finalidad del propio proyecto europeo, es decir, sobre la Europa del futuro.

Esto que puede parecer una tontería es, sin embargo, muy importante a la hora de promover una estrategia de futuro. Quienes creen que el no es la causa de los problemas actuales defienden una salida a la crisis que mantenga la reforma institucional delineada en la constitución, pero que cierre la puerta a las reformas económicas que profundicen en la liberalización del mercado. Para ellos, los europeos que han dicho no quieren más protección no la incertidumbre que conlleva el libre mercado en la era de la globalización.

Cada cual defiende lo que puede como sabe, pero se equivocan. El no expone de manera clara y rotunda el fracaso del actual modelo de integración europea. Los jóvenes han sido quienes más contundentemente se han manifestado en contra del proyecto constitucional. No porque sean más proteccionistas o más temerosos de las leyes del mercado, sino porque han sido quienes menos se han beneficiado de la Europa actual y de la que el tratado proponía. La UE ha supuesto poco beneficio para un europeo menor de 35 años y sí muchos costes asociados. Y eso es una realidad ineludible.

Por eso quienes dicen ahora que el tratado puede salvarse si se toman ciertas partes pero no otras, están muy equivocados. Europa no necesita seguir avanzado en la senda de un mayor proteccionismo, sino todo lo contrario. Lo que los europeos exigen es creación de empleo, innovación tecnológica y más prosperidad. Y eso es algo que el proyecto franco-alemán no puede prometer ni lograr.

El no exige un cambio de rumbo. En la cumbre europea los líderes y responsables políticos tienen una gran oportunidad para sacar las lecciones apropiadas. Por un lado tienen el tiempo a su favor. No hay ninguna prisa o necesidad de adoptar decisiones irrevocables en este momento. La UE puede seguir funcionando bajo el marco de Niza sin problemas.

Por otro, también cuentan con las referencias y los compromisos adquiridos, pero nunca cumplidos, para sacar a la economía europea de la crisis en la que vive instalada. En ese sentido, sería mucho más responsable que discutieran cómo salvar la agenda de Lisboa, por ejemplo, que cómo salvar a Solana de la quema. Puede que Europa exija una política de seguridad común, algún día, pero lo que los europeos quieren ya es más oportunidades, mayor seguridad y un futuro con ilusión. Pero de eso no se va a hablar tampoco en esta cumbre.