Los últimos acontecimientos han colocado al PM Boris Johnson en una terrible diatriba. Convertirse en el hombre para la eternidad de la película de Tomás Moro en que se enfrenta a Enrique VIII porque el Derecho, con mayúscula, no le permite el divorcio y su capricho político, y muere; o en el PM más breve de la historia de Inglaterra. Sólo le queda transformar cualquiera de las dos decisiones que se le plantean: desatender una ley inconstitucional o dimitir, en un “martirio” fecundo que logre como fruto el Brexit manifestado en voluntad popular.
Una opción que quizá contemple, aunque impediría celebrar
elecciones antes del Brexit, sea no dar cumplimiento a la ley hasta el 19 de
octubre, fecha final de las negociaciones con Bruselas e intentar permanecer en
el Gobierno hasta el mismo 31 por la tarde – fecha a partir de la cual la UE
considerará fuera al Reino Unido –. El Parlamento tendría ese perentorio plazo
para nombrar a un nuevo PM que solicite la prórroga a la que obliga la ley.
Aunque la ley prohíba un “Brexit sin acuerdo”, prevalecería la realidad de que
el plazo dado por la UE ya habría vencido sin él, poniendo efectivamente al
Reino Unido fuera de los tratados.
Porque no caben medias tintas, la del Brexit es la
batalla decisiva– y la primera en el tiempo, al preceder el advenimiento de
Trump en cinco meses – de las naciones occidentales entre la continuidad de un
establishment despótico agotado y la
devolución de la libertad democrática a sus ciudadanos.
Interminables argucias burocráticas han llevado al
establishment británico a negarle a su primer ministro el cumplimiento de su
principal deber: hacer efectiva la voluntad popular libremente manifestada en
referéndum hace más de tres años.
Si, como ha manifestado: “prefiero estar muerto en una
zanja” que dejar de cumplir la promesa de sacar al Reino Unido de la Unión
Europea, viendo la personalidad que le adorna, es posible que acabe cumpliendo
la promesa. Abriría una revolución sin precedentes en la lucha de los pueblos
nacionales contra unas élites cuyo despotismo posmoderno y posdemocrático se ha
convertido en el principal problema de Occidente.
UN ESTABLISHMENT DESBOCADO
Sin embargo, el poder de las élites y los establishments es
formidable. Su tergiversación de las normas para su propio provecho y su
control absoluto de los medios de comunicación y de la agenda política hacen de
esta revolución para reponer a los ciudadanos en el poder un empeño titánico.
La última amenaza es meter a Johnson en la cárcel. A su aliado Jacob
Rees-Mogg le han prohibido promover su
último libro.
En términos españoles, no puede caber duda que debe
apoyarse a quien, por encima de la farisaica ley de los que mandan, siempre
interpretada y prostituida en su favor, quiere hacer cumplir la voluntad de la
nación. Porque eso precisamente es lo que viene sucediéndonos desde hace más de
treinta años, que una interpretación exclusivista de la Constitución por parte
de los progres ha hurtado la condición de ciudadanía a más de la mitad de
España. Entre los beneficios a los separatismos y el control de un estado
elefantiásico y omnipresente a través de un establishmentque se cuela en todas
las rendijas de la sociedad (familias, empresas, proyectos,…) no queda espacio
para vivir en libertad.
QUÉ HACER
En términos concretos, un Reino Unido fuera de la Unión
Europea, permitiría a España cerrar la verja de Gibraltar y establecer allí una
frontera auténtica, que propiciase eventualmente su reclamación en viable.
En términos más generales, no puede ser que el interés de
España sea apoyar una Unión Europea devenida en Pacto de Varsovia occidental:
prohibido salir. Teme, con razón, que su proyecto, tras el Brexit, sería
matizado por la necesidad de preservar las soberanías nacionales. Es decir, la
garantía de la libertad interna, del progreso según los deseos de sus
ciudadanos y de la resistencia a poderosas tendencias dictatoriales
transformadoras de la sociedad. El interés de España está sin duda en apoyar la
legitimidad democrática, en la esperanza que esta pueda además propiciar un
cambio radical en la deriva anti-española y anti-democrática de los últimos
gobiernos, propiciando, acaso, un nuevo modelo más acorde con la identidad
nacional.
Uno de los defectos de la élite establecida, que pueden
aprovechar las naciones, es su desconexión con la realidad de las corrientes
profundas que operan en las sociedades occidentales. Leen los mismos periódicos,
escuchan las mismas radios y televisiones, se conciertan con ellos mismos
tomando decisiones que afectan al común pensando en sus solos intereses,… pero
como consecuencia de ello, no saben lo que pasa. Y lo que pasa es que el
hartazgo de las ciudadanías está llegando a un punto límite. Ya sean los
chalecos amarillos o los periódicos amarillos que tanta audiencia tienen en
Inglaterra, los auténticos portavoces de los intereses nacionales no salen en
los telediarios. Pero existen y manifiestan su voluntad, una voluntad cada vez
más exasperada por el carácter despótico de los poderes con mando en plaza.
Por tanto, existe la necesidad imperiosa de seguir
apoyando inequívocamente esa lucha entre naciones frente a poderes establecidos
allí donde se plantee. Con la esperanza de que su extensión en el espíritu de
los tiempos a todas las naciones occidentales desemboque en un cambio necesario
que permita a Vox recoger las esperanzas mil veces despreciadas de muchos
españoles.
El artículo 2 de nuestra Constitución dice que la
soberanía reside en el pueblo, del que emanan los poderes del Estado. Aquí y
allá esto se ha convertido en un sarcasmo diabólico. Son los poderes del Estado
– y del resto de la miríada de poderes establecidos favorecidos una y mil veces
con apoyos económicos y otros, distribuidos en función de relaciones
endogámicas contrarias al mérito y la capacidad – los que retienen la
soberanía, resistiendo con sus mil tentáculos los tímidos intentos del pueblo
por rehacerse con ella.
En conclusión, el Brexit no es sólo una manifestación más
de esta lucha de poder única en nuestro tiempo, sino la primera
cronológicamente. Por añadidura, la debilitación de la Unión Europea -usurpador
tecnocrático de soberanías y libertades sociales - debe ser un objetivo
primordial. En suma, hay que apoyar a Johnson y su lucha, porque es la nuestra.
Stephen Langton fue el arzobispo de Canterburry que logró
unificar a los nobles que en 1215 obtuvieron de la Corona el acuerdo de
concesión de derechos conocido como la Magna Carta, precursora de todo
documento constitucional que requiere el respeto a los derechos de los
gobernados para gobernar. Como redactor de la Secuencia del Espíritu Santo que
rezamos en la liturgia de Pentecostés también ha pasado a la historia de la
Iglesia. Es el momento de que interceda por Johnson. Y por nosotros.