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01/09/2006 | Ya lo dijo Mark Twain

Eduardo San Martín

Olvídense del petróleo. El recurso más precioso de Oriente Próximo fluye por el río Jordán o reside en los acuíferos que se extienden por Israel y los territorios palestinos ocupados.

 

Lo advertían la semana pasada algunos de los expertos reunidos en Estocolmo durante la Semana Mundial del Agua. Distraídos como estamos desenterrando fantasmas del pasado, o partiéndonos la cara en querellas que en países serios se dan por saldadas en el primer minuto de juego, en España las conclusiones de ese magno foro anual del agua han pasado casi inadvertidas.

Como si tuviéramos el problema resuelto. Como si el tremendo desequilibrio en el reparto de un recurso tan precioso no amenazara, en España tanto o más que en otras partes del mundo, otros equilibrios obtenidos en las últimas décadas gracias a delicadas operaciones políticas hoy en entredicho.

Dos de cada cinco habitantes del planeta residen en cuencas de ríos o de lagos que abarcan una o más fronteras internacionales. En Oriente Próximo, por citar la región del mundo en la que el control de los recursos hídricos está ya en el origen de los muchos conflictos que la asolan, el 90 por ciento del agua utilizable discurre por fronteras internacionales.  

En la pasada guerra del Líbano se produjo una acción bélica muy significativa que apenas llamó la atención de los medios: la destrucción por los bombardeos israelíes de los canales de irrigación que llevan el agua desde el famoso río Litani a las tierras de cultivo de la costa y del valle de la Bekáa. Con toda seguridad, no se trató de un «daño colateral» causado accidentalmente por la aviación hebrea. Puede que en una región que vive en un estado bélico cuasi permanente desde hace un siglo, un conflicto más no produzca mayores escalofríos.  

Pero el riesgo de futuras guerras del agua es tan global como la economía que está provocando su escasez. La falta de agua en países de tan elevadísimo consumo como China y la India está provocando la acometida de obras hidrológicas de tal magnitud que pueden alterar la distribución de recursos en la zona más poblada del planeta y donde muchos expertos sitúan los futuros motores de la economía mundial.

«La seguridad hídrica es tan importante para el progreso humano como la seguridad energética, con una gran particularidad: a diferencia del petróleo, el agua no tiene sustitutos conocidos», concluían los expertos mencionados. Nuestra mirada de televidente acomodado asocia la escasez del agua con las imágenes de cuerpos desnutridos y acribillados por las moscas en el Sahel.

No por mucho tiempo más. Las campanas de alarma suenan también en nuestro húmedo y confortable continente, en el que la gestión del agua, incluso en los países más desarrollados, es un auténtico desastre. En un país como Italia, hasta 3.000 litros diarios -sí, tres mil- hacen falta para cultivar lo necesario con que alimentar a una sola persona. Es decir, un litro al día por cada caloría que se consume.

En España, una agricultura con fecha de caducidad acapara hasta el 75 por ciento del consumo total del agua. En países como Alemania, Francia o Bélgica, una tercera parte de los recursos hídricos se gasta en la refrigeración de plantas nucleares u otras instalaciones de producción de energía.

Y si dispusiéramos de un recurso inagotable, pues todavía. No son ésas las predicciones. En España llevamos dos años de sequía. Pero lo que antes era una fase dentro de un ciclo de precipitaciones de una duración relativamente soportable puede convertirse en un fenómeno más usual, si no crónico.

También en la Europa húmeda. Según un centro de investigación meteorológica del Reino Unido, dentro de cuarenta años, veranos como el que ha padecido el continente este año (entre 2 y 4 grados más de temperatura y hasta un 50 por ciento menos de lluvia) serán moneda corriente. «El whisky está para beberlo; el agua, para luchar por ella».

Lo escribió un día Mark Twain y lo han recordado estos días los profesores Kevin Watkins, del Programa de Desarrollo de la ONU, y Anders Berntell, dos de los expertos reunidos en la capital sueca. Un siglo después, aseguran ambos, la greguería del escritor norteamericano, elaborada tal vez con otras intenciones, está dejando de ser una ingeniosa ocurrencia.

ABC (España)

 



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