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24/03/2006 | EE.UU.-Las obligaciones de un imperio

Eduardo San Martín

LAS graves dificultades a las que se enfrenta Estados Unidos en la gestión de la posguerra en Irak no obedecen al hecho de haberse comportado como un imperio sino, antes al contrario, a su resistencia a hacerlo como tal.

 

Frente a quienes agitan el espantajo imperial para impugnar la hegemonía política, económica y militar de la única potencia mundial, comienza a adquirir peso una fuerte corriente de opinión que reprocha precisamente lo opuesto a la política exterior de Estados Unidos contemporánea: no atender las «obligaciones imperiales» que comporta esa hegemonía.

Para definir ese «imperialismo sin imperio», el profesor Michael Ignatieff habla de un «imperialismo humanitario», en el que las tareas atribuidas al ejercicio de un poder mundial de intervención se repartirían de acuerdo con un modelo ya probado (Afganistán, Bosnia...): la fuerza militar (Estados Unidos), la financiación (Europa) y la asistencia sobre el terreno (las ONG). El liberal británico John Gray, menos sofisticado, evoca los viejos imperialismos europeos, a los que caracteriza como «un ejercicio de construcción de Estados» con la finalidad de «avanzar hacia objetivos políticos de largo alcance», para negar a las intervenciones militares norteamericanas todo propósito imperial. «Si Estados Unidos se enfrenta ahora a una derrota estratégica en Irak», escribía recientemente en la revista Claves, «la razón no es que sus fuerzas sean allí insuficientes; la razón es que sus operaciones no han estado nunca al servicio de ningún objetivo político con posibilidades de cumplirse».

Gray rebatía de esta manera las tesis del influyente escritor y periodista norteamericano Robert Kaplan, para quien, «pese a nuestras tradiciones antiimperiales, la realidad imperial domina ya nuestra política exterior». Difícilmente puede hablarse de una estrategia imperial, responde Gray, cuando «el legado más probable de esta guerra parece ser un Irak balcanizado y un aumento del islamismo radical en toda la región, con Irán como principal beneficiario». Y concluye: «Una política exterior racional no puede componerse de una mezcla de realpolitik con fines petrolíferos y una fe milenarista en el poder transformador de la democracia».

Pero ¿qué oponer a una hegemonía militar y económica que se resiste a comportarse como un imperio? En el último medio siglo, Europa se ha ido refugiando en una teoría del soft power que no soluciona casi nada (los Balcanes, Irán...) pero que tranquiliza su mala conciencia de antigua potencia imperial traumatizada por dos guerras civiles terribles en pleno siglo XX. «¿Está dispuesto a luchar este continente por algo que no sean los beneficios de su sistema de bienestar (welfare check)», se preguntaba hace unos días en el Wall Street Journal, el escritor holandés Leon de Winter. De forma que si algo inquieta de la situación en el mundo no son, o no sólo, las graves amenazas que se ciernen sobre él, sino el hecho de que frente a ellas nos encontramos con un imperio que se resiste a actuar como tal y con unos ex imperios cuya única preocupación parece consistir en evitar que el primero lo sea.

Los profetas de las buenas intenciones exhiben un argumento aparentemente sólido para romper el nudo gordiano. No, no es la alianza de civilizaciones, ese espejismo que se ha ahogado hace tiempo en su propia futilidad, eclipsado por, entre otras incómodas realidades, la «guerra de las caricaturas». Se trata del multilateralismo. Tomemos, sin embargo, el caso de Irán. La solución multilateral emprendida por la troika comunitaria y por la AIEA ha fracasado por ahora. Y, probablemente, sólo la fuerza disuasoria de EE.UU. e Israel pueda evitar que los ayatolás se hagan con la bomba atómica. Y ¿qué haremos los europeos ante ese dilema? Si norteamericanos e israelíes actúan, ¿miraremos hacia otro lado, o sacaremos de nuevo a los manifestantes a la calle? Y si no lo hacen, ¿a quién endosaremos la responsabilidad de haber dejado florecer un poder nuclear ante nuestras propias narices? En Europa sí tenemos un problema.

ABC (España)

 



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