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09/03/2009 | Rusia - Medvedev y el “nihilismo legal”

Eduardo San Martín



El caso Jodorkovsky dejó bien sentado cuál era el concepto de legalidad en la Rusia de Putin. Mijail Jodorkovsky no era desde luego un angelito. Lideraba esa clase de jóvenes oligarcas, a la que pertenecen también personajes como Roman Abramovich, amo y señor del Chelsea y de cosas mucho menos confesables, que se enriquecieron desmesuradamente y a todo correr con la privatización de empresa públicas mientras muchos ciudadanos aún se consolaban por las esquinas con vodka de garrafón.

 

Pero el entonces dueño de la petrolea Yukos (hoy completamente desmantelada) cometió la ingenuidad de flirtear con la oposición política. Le montaron un proceso con acusaciones quién sabe si en parte ciertas y lo enviaron a una remota prisión de Siberia.

Como en tiempos de los zares (los blancos y los rojos). Y allí se pudre entre rejas desde hace cinco años. Pero aún planta batalla, mantiene una combativa página web y no renuncia a volver a hacer política cuando salga de la cárcel, para espanto de Putin, que sigue viendo en él, un lustro después, la única fuerza que le puede disputar el poder.

Y resulta que la salida de la cárcel se aproximaba inexorablemente de acuerdo con las disposiciones sobre libertad condicional previstas en las mismas leyes que lo condenaron. De forma que, esta vez ya con el presidente Dimitri Medvedev a los mandos, le han montado un nuevo proceso, acusándole del robo de cantidades absolutamente inverosímiles para poder condenarle a otros veinte años de cárcel.

Los movimiento que han rodeado a este nuevo procedimiento, cuya vista preliminar se produjo este jueves, sugieren sin embargo una partida de cartas algunas de cuyas bazas aún no se han mostrado.

Fue el propio Medvedev quien, al comienzo de su mandato, prometió luchar contra la corrupción y contra lo que él mismo calificó de «nihilismo legal», una descripción que se ajusta como anillo al dedo al caso Jodorkovsky.

De tal manera que los nuevos cargos presentados contra el ex oligarca pudieran tener más bien que ver con un pulso para imponer determinadas condiciones a la liberación de Jodorkvsky (por ejemplo, la de no inmiscuirse en la política del país) que con un propósito meditado de condenarlo a prisión de por vida. Y en la disposición del reo a someterse de nuevo a los tribunales sin rechistar demasiado, el corresponsal de New York Times en Moscú ve una disposición del equipo de Jodorkovsky a negociar.

Uno de sus abogados lo confesaba casi con toda explicitud: «Queremos creer que el tribunal actuará de acuerdo con la ley. Si es así, el señor Jordorkovsky está dispuesto a discutir el marco de su liberación».

Pero hay quien interpreta lo contrario. El verano pasado a Jordorkovsky se le negó la libertad condicional, a la que tenía derecho, por la gravísima falta de no haber asistido a una clase de costura, y el nuevo juicio no es sino un intento de mantenerlo en la cárcel indefinidamente en un momento en el que su defensa ya no suscita casi ninguna reacción popular. Lo cual significaría, ya sin género alguno de dudas, que Putin sigue mandando en Rusia.

Desde la radio con furor

Aquí en España toda la historia habría tenido un cierto aire dejá vu. Un partido sumido en la depresión por una derrota electoral sin atenuantes, una dirección recién elegida que aún se esfuerza por hacer pie en la ciénaga que le legaron sus antecesores, un radiofonista que se arroga la facultad de dictar la política de ese partido y fustiga sin piedad al presidente del país, cualquiera que sea la política que desarrolle, y unos congresistas de la oposición atrapados en el dilema de sumarse a una corriente popular a favor de políticas de consenso en tiempos de crisis y el miedo a perder el favor de los millones de oyentes del radiofonista trabucaire.

Pero no, no es España y, por lo tanto, no hablamos de aquel en quien ustedes seguramente están pensando. El personaje de esta historia, que transcurre en Estados Unidos, se llama Rush Limbaugh, y sus intervenciones públicas están poniendo en un difícil trance al partido republicano, a su Comité Nacional, que por primera vez preside un negro, Michael Steele, y a los congresistas que tienen que negociar con la presidencia paquetes legales cuya no aprobación caería sobre sus cabezas. Pero el radiofonista iluminado no ceja.

La semana pasada, en una conferencia política conservadora expresó públicamente su deseo de que «Obama se estrelle», provocando un estremecimiento en las filas del GOP. Con razón, y esto también nos suena, los demócratas acaban de proclamarle como el «auténtico líder de la oposición conservadora».

www.abc.es/blogs/san-martin

ABC (España)

 


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