No obstante, existía otro delicado propósito subyacente: fortalecer las débiles tendencias liberales  en las naciones mahometanas. Veintinueve partidos del mundo islámico estuvieron representados, además de los anfitriones marroquíes. Venían de Egipto, Iraq, Turquía, Indonesia e, incluso, había un invitado de la Autoridad Palestina.

Se trataba del 54 Congreso de la IL.  El actual presidente, Lord John Alderdice,  psiquiatra y político norirlandés que trabajó por la pacificación de esa  región de Inglaterra, no tiene duda: sólo los mahometanos liberales, tolerantes y demócratas pueden frenar a los mahometanos fundamentalistas. Esa batalla debe librarse en el interior del Islam. Occidente puede hacer muy poco desde el exterior. Al Cristianismo le sucedió algo parecido. Luego de  mil años de enfrentamientos, el Fundamentalismo  perdió poder  hasta abrirse a la noción del Estado laico y la libertad de conciencia.

La intención es buena y la estrategia de la IL es correcta, pero las posibilidades de éxito a corto o medio plazo son muy limitadas. Un musulmán verdaderamente liberal tendría que luchar por la igualdad de las mujeres y contra la utilización del Corán  como un código penal;  enfrentarse a las fatuas de  imanes que condenan a muerte a los escritores discrepantes;  denunciar el carácter guerrerista de un credo que consagra la virtud de la yihad (entre los fundamentalistas) y divide al mundo en dos mitades: la ya sometida al Islam y la que debe ser conquistada para gloria de Alá y su profeta Mahoma.

Pero esas batallas no constituyen la tarea más difícil para los musulmanes liberales. El trago más amargo e inevitable es defender el derecho de Israel a existir como nación independiente y pacífica junto a un Estado palestino igualmente libre y en paz. Ése es el factor que hoy envenena las relaciones entre Occidente y el Islam y alimenta a los fundamentalistas más peligrosos y destructivos.

Es verdad que países como Egipto, Jordania y Líbano reconocen, de facto, la legitimidad del Estado israelí, pero la clave está en persuadir al resto de los  gobiernos árabes, y  a los palestinos, de que no es  aceptable ni  posible destruir al Estado de Israel.

Y luego queda el  apremio del tiempo. En Irán manda un déspota iluminado, Mahmud Ahmadineyad, que una y otra vez repite que hay que ‘borrar del mapa’ a Israel, mientras construye frenéticamente un arsenal nuclear.

Cuando disponga de bombas atómicas no vacilará en usarlas, porque no tienen una función defensiva: ninguna nación amenaza a Irán.  Al eliminar a  Hussein y entregarle el poder a los chiitas, EE.UU. liquidó a los adversarios iraquíes de Teherán e instaló en Bagdad a un gobierno potencialmente aliado de los persas.

El conflicto nuclear en el Medio Oriente está a la vista, y la mecha en manos de los fundamentalistas islámicos. ¿Quiénes pueden arrebatársela y apagarla? Talvez los islamistas liberales.