“No se me ocurre ningún aspecto negativo, ni uno solo, sobre la inmigración latinoamericana en España”, me dijo hace unas semanas María Dolores de Cospedal, la nueva presidenta de Castilla-La Mancha y primera secretaria general del Partido Popular en toda su historia, tal vez una de las personas más poderosas de la política española. Cospedal pertenece a ese grupo de dirigentes populares que han transformado su partido.
España esperaba, es cierto, una victoria holgada del PP en las elecciones
municipales y autonómicas de este domingo. Sin embargo, el varapalo al PSOE no
tiene parangón y, aunque es el producto de la pésima gestión de la crisis por
parte de Rodríguez Zapatero y su equipo, sería mezquino menoscabar la paciente
voluntad de los populares que han sabido encarnar ante el electorado un proyecto
alternativo de gobierno.
Pese a las manifestaciones de miles de jóvenes descontentos que buscan
regenerar la vida pública española a través de un ente gaseoso llamado
“democracia real”, España no es, en absoluto, la satrapía oriental que algunos
oportunistas se apuran en denunciar. Es comprensible el hartazgo de “los
indignados”, pero de allí a confundir la democrática Puerta del Sol de Madrid
con la plaza Tahrir, tumba de una feroz dictadura corrupta, hay un largo trecho.
La democracia que España conquistó hace algunas décadas ha costado sangre, sudor
y lágrimas, y cualquier intento de extenderla ampliando el demos debe ser
bienvenido. Otro tema, por supuesto, es la oportunidad de la protesta, los
móviles ocultos o los beneficios que de ella pretenden obtener algunos partidos
políticos. La historia nos enseña que más de una revolución terminó prostituida
por su adhesión insensata a la utopía o por el brusco sometimiento de sus
cabecillas al radicalismo calculado. Ahora bien, lo cierto es que las elecciones
del domingo han demostrado que, al margen de “los indignados”, la mayor parte de
los españoles continúa apostando por los partidos políticos y que de ellos, el
Partido Popular es el gran favorecido. Y con él, Mariano Rajoy y su equipo,
dueños ya de un liderazgo que muchos pusieron en duda y que hoy pocos se atreven
a cuestionar.
¿Importa esto a los latinoamericanos? Por supuesto. Esta elección es el
primer paso en el camino de Rajoy hacia la presidencia. Para los líderes
populares, Latinoamérica es, según afirma Cospedal, “un continente hermano, una
promesa incumplida, porque cuando está por surgir del todo, pasa algo que
detiene su crecimiento”. Razón no le falta. Los peruanos, enfrentados al dilema
de optar entre Escila y Caribdis, sabemos muy bien de lo que habla. Sin embargo,
frente a esto, que bien podemos llamar “la fugacidad del sueño latino”, el
gobierno del PSOE no ha hecho sino ayudar a que los latinoamericanos suframos un
pésimo despertar. Duela a quien duela, ZP es uno de los responsables directos de
la crisis que asola a la península. Y su política internacional ha sido
lamentable. La estrategia de Zapatero con respecto a Latinoamérica se
caracteriza por su ausencia de visión a largo plazo y por la debacle del soft
power español, lo que ha provocado que España deje de ser considerada como el
puente de enlace natural entre Europa y Latinoamérica. Lo cierto es que ZP no
sólo ha ideologizado su acción política interna, provocando una tensión
innecesaria. También ha pagado tributo al más rancio izquierdismo
latinoamericano, apoyando de manera errática, pero evidente, el despotismo
tropical de La Habana y contemporizando con Caracas a fin de mantener unas
buenas relaciones comerciales. Sí, es duro afirmarlo, pero Rodríguez Zapatero, y
su inefable ex canciller Moratinos, han sido, por momentos, los mejores aliados
del socialismo del siglo XXI, ese comunismo maquillado y pintoresco que tanta
miseria distribuye en el continente.
Por eso, las elecciones del domingo pasado y las próximas generales de 2012
son fechas que pueden transformar la relación geopolítica de España y
Latinoamérica. Todo indica que el Partido Popular regresará contra viento y
marea al Palacio de la Moncloa, desbancando al ineficiente gobierno socialista
cuyo esperpéntico talante despertó en España las viejas heridas de la
confrontación. Para Latinoamérica, lo que suceda en la madre patria es
fundamental, casi de vida o muerte, por la importancia estratégica de las
empresas españolas en la región y, sobre todo, debido a los lazos espirituales
que nos unen con España, unos vínculos indestructibles que hemos de pensar desde
una nueva perspectiva política, aprovechando los bicentenarios. España y
Latinoamérica comparten trayectoria y destino.
Casi cinco millones de desempleados y una economía debilitada hasta la anemia
son el legado de una crisis global agravada por el voluntarismo sectario y la
demagogia del PSOE. Si España no ha colapsado del todo es debido a la fortaleza
del pueblo español y porque, como bien señala el economista y premio Príncipe de
Asturias Juan Velarde, casi la mitad del ahorro ibérico prospera en tierra
latina. Sin las inversiones españolas en Latinoamérica otro gallo cantaría. Y
los populares lo saben. Son plenamente conscientes de la importancia de nuestra
región para su país. Por eso, María Dolores de Cospedal es enfática cuando
afirma que lo primero que hará un gobierno del PP será “reorientar y fortalecer
una relación privilegiada con Latinoamérica”. La democracia latina, la que día a
día combate el radicalismo y la utopía, necesita como aliado estratégico una
España liberal, abierta y pujante en el plano económico. Una España consciente
de la importancia de Latinoamérica para su futuro. Sólo así construiremos ese
gran espacio iberoamericano que nuestra historia común nos ordena forjar.
Director del Center for Latin American Studies de
la Fundación Maiestas.