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04/11/2010 | Kirchner, sic transit gloria mundi

Martín Santiváñez Vivanco

Vivió y murió bajo el credo del poder. La política, amante celosa y obstinada, consumió su cuerpo hasta el exterminio. Néstor Kirchner, el hombre más influyente de Argentina ha muerto de manera fulminante dejando a su mujer sumida en la soledad, a su partido al borde del canibalismo y a la mitad del país condenado a la tristeza.

 

Atrás quedaron los días gloriosos de su reinado, atrás las soflamas demagogas para reforzar la confianza de los argentinos, atrás, por fin, el brazo implacable de sus fobias y rencores, las conspiraciones nocivas contra sus aliados, el nepotismo institucional, y el deseo absorbente de regresar a la Casa Rosada el 2011. Así pasa la gloria de este mundo. Sic transit gloria mundi.

La muerte súbita de Kirchner oculta, por ahora, la estela manipuladora de un matrimonio acostumbrado a controlar los resortes del gobierno con procedimientos antidemocráticos y, en ocasiones, francamente ilegales. Pocas veces una pareja latinoamericana ha celebrado un tratado como el de los Kirchner, un pacto mutuo de amor y de soberbia, un triunfo absoluto de la política familiar. El narcisismo argentino del que hablaba Ortega y Gasset en La pampa…promesas y El hombre a la defensiva y que tanto daño le ha hecho al país durante los dos siglos de su independencia se ha materializado, los últimos años, en el régimen personalista de los Kirchner. La implacable sed de poder de la dupla presidencial calza perfectamente con el cesarismo peronista. Y ello sucede así porque el peronismo es, en esencia, la politización del narcisismo argentino, la concreción de la vanidad, la exaltación del orgullo de unas masas históricamente humilladas. Esta paradoja ha provocado no pocos desencuentros en la historia argentina.

Cuando el narcisismo político se transforma en gobierno toma por asalto los poderes del Estado, desmantela la democracia representativa, legitima el populismo, y entroniza, en su lugar, el viejo decoratismo virreinal. Por eso los Kirchner siempre se consideraron, merced a sus triunfos, auténticos potentados, amos y señores del espacio político progresista, conscientes de su papel en la restauración de la confianza argentina y en la superación de una crisis traumática. Actuaron, por supuesto, como virreyes, pero como validos sin Consejo de Indias, sin Oidores y sin juicio de residencia. Sus opositores fueron demolidos con saña porque el proyecto de fondo siempre ha sido convertir a la Argentina en una pampa dócil adicta al control.

Cristina Kirchner no cejará en este empeño, ni variará sustancialmente su estilo. Ella nunca ha sido una pieza más en el rompecabezas de su marido. Tiene una agenda propia. La diarquía peronista de los Kirchner ha perdido una de sus columnas, acaso la más importante, pero eso no significa que el narcisismo presidencial vaya a frenarse. O que el kirchnerismo decaiga a niveles ínfimos hasta desaparecer. La cultura política argentina está demasiado enraizada en el caudillismo. Los Kirchner supieron fusionar la tradición autoritaria platense con aquello que Mariano Grondona llamó "la fantasía de la riqueza argentina" oponiendo esta mixtura a la incapacidad dolosa de una elite endogámica absurdamente europeísta. Por eso, el peronismo inmediato continuará definido por el espectro de Kirchner, por su herencia social, por la lealtad a su memoria y por una mujer con más de treinta años de acción pública que no se cansará de conjurar a su marido en sesiones de espiritismo político. El peronismo jamás se queda sin jefes. Menos ahora. Al fantasma invencible del fundador justicialista se suma, con esta muerte repentina, y en menor pedestal, la sombra de un gobernante que nunca dejó de almacenar cargos y atesorar honores en los febles graneros del poder. Sí, el poder. Pobre Néstor. El poder lo fue todo para él, una enfermedad, una maldición, un relámpago de ensueño en el jardín de las delicias. Aquello que abrazó hasta el paroxismo, el móvil por el que consumió su vida, se perderá como una ráfaga de viento en la inmensidad de la Patagonia, esa región al pie del orbe que contempló su ascenso y cobijó su caída. Sic transit gloria mundi. También, fatalmente, para los herederos de Perón. 

Director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España.

El Universal (Ve) (Venezuela)

 


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