Poco después, Santafé naufragaba entre desperdicios y el cabildo rogó al virrey que restituyera los presos-basureros. Este se negó, y el alcalde Luis Caicedo y Flórez se ingenió un nuevo servicio de aseo, conformado, a la fuerza, "por mujeres que cogían de noche o por cualquier otra causa".

Todo lo ha ensayado Bogotá para remediar el problema de las basuras. Durante algunos años, mujeres de dudosa conducta con escoba; la mayoría del tiempo, presos vigilados por gendarmes: con costales hasta 1856 y con carretillas desde entonces; mulas y bueyes de un contratista privado a partir de 1884; 76 barrenderos con carretas al comenzar el siglo XX; más tarde, camiones descubiertos y, desde hace no demasiados años, contratistas particulares y vehículos especiales para recoger y triturar desechos.

Ahora, por primera vez, la responsabilidad principal de gestionar las basuras recaerá directamente sobre quienes las producen: los ciudadanos. A partir del 3 de diciembre regirá un importante cambio en el concepto de las sobras. Los inquilinos de casas y locales deberán separar diversos tipos de basura: los residuos reciclables (papel, plásticos, latas, vidrios), en bolsas de color claro; y los orgánicos (restos de comida y otros productos), en bolsas oscuras. Una vez por semana, las empresas de aseo recogerán los reciclables, y dos veces, los demás.

La operación es sencillísima. Pero para que funcione falta que los bogotanos adquieran conciencia de que esta simple maniobra ahorrará sumas millonarias a la ciudad, permitirá reciclar un tercio de las 5.800 toneladas de basura que se producen cada día, frenará la necesidad de sitios para alojar la nauseabunda marea y evitará eventuales problemas de salud. A mes y medio del Día R (reciclaje), la campaña 'Si todos reciclamos, todos ganamos' no consigue aún crear conciencia suficiente.

Hace poco, la Procuraduría General de la Nación y el Foro Nacional Ambiental denunciaron que el 56 por ciento de los principales centros urbanos del país (194 municipios, donde vive el 60 por ciento de la población) arrojan sus basuras a botaderos a cielo abierto y un 5 por ciento las tira a ríos. Pese a su bonito nombre, los botaderos a cielo abierto no son más que aterradoras montañas de porquerías, que atraen por igual a personas que viven de los residuos y a buitres que se los pelean con ellos. Focos de contaminación y faltos de higiene, estos botaderos contagian aguas y campos vecinos.

Lamentablemente, muchos de los rellenos sanitarios, fórmula más aconsejable que los botaderos, no cumplen con requisitos elementales y se limitan a hacer invisible el espectáculo del basurero. Pero crean un problema ambiental, pues contaminan suelos, envenenan aguas subterráneas y producen emanaciones de gas.

El tratamiento moderno de basuras, que es el remedio más indicado, exige la colaboración de la ciudadanía. El Plan de Gestión Integral de Residuos Sólidos (PGIRS), del Ministerio del Ambiente, estableció hace cinco años el deber de reciclar. Poco se ha avanzado. Merced a la labor poco estimada de cientos de miles de recicladores particulares se realiza alguna discriminación en basuras. Pero, si no queremos regresar a los tiempos de Amar y Borbón, es urgente que los habitantes de todas las ciudades entiendan que ahora ellos son la solución. La basura ya no se bota ni se recoge: se separa y se recicla.

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