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23/08/2014 | Colombia - Cali, Fábrica de armas hechizas

Alejandro Aguirre

En Cali, las bicicletas de acero son apetecidas por los ladrones, pues con el marco fabrican hasta ochenta tipos de armas hechizas que a primera vista parecen lapiceros y llaves para ajustar pernos.

 

Esa mañana, la camioneta tipo pick-up se metió sigilosamente al barrio Alfonso López, al nororiente de Cali, a confirmar el dato de un informante de que por allí fabricaban armamento artesanal. Sus ocupantes, un escuadrón de la Sijín de la Policía, buscaban sin éxito el numeral 15-12 mientras su conductor aceleraba a menos de veinte kilómetros por hora. Se tenía la sospecha de que estas fábricas de armas ya no estaban en talleres, sino que usaban las viviendas comunes como fachadas. A esa hora, los niños uniformados salían de sus casas rumbo al colegio, las señoras barrían el andén y los perros apenas se desperezaban. Cuando la camioneta se acercó a la casa, el grupo élite dudó. “Era una casa tan normal. Tenía un aviso que sorprendía: ‘Taller de costura’”, recuerda un agente. La vivienda era como las otras de la calle: de un solo nivel, un jardín descuidado, unas rejas chirriantes, una puerta desgastada, mucho ladrillo a la vista. Nada anormal. Tras la duda, confirmaron por radio con el informante, que les repitió el numeral. Sin una orden de allanamiento, sin forzar ninguna puerta, porque estaba entreabierta, sin hacer un solo disparo, sin saludar a nadie, lanzaron una frase entre pregunta y afirmación: “¡¿Aquí fabrican armas artesanales?!”. Nadie dijo nada.

En la mesa hay algo que parece un perno doble para ajustar un rin de automóvil. Pero no es eso. Se trata de un arma de un solo tiro para matar. Es lunes, y los lunes son aburridos en la Policía Metropolitana de Cali. Pero un intendente, vestido con un overol color beige, descarga un maletín pesado repleto de armas hechizas que parecen de juguete, viejas, incautadas en los últimos días. En la mesa pone algo que parece un lapicero grueso, que no escribe, sino que dispara una bala calibre 32 milímetros, que hiere a diez metros y mata a cinco. Se puede conseguir en el mercado negro por cuarenta mil pesos. “Lo matan a uno por poco, ¿no?”, dice. Este intendente tiene los dedos gruesos, en el gatillo de una de estas armas no cabe ninguno de sus dedos. Entonces, explica cómo funciona: “Un solo tiro. La puedes llevar en el bolsillo de la camisa. Práctico. Calibre 32 largo. Se ensambla en dos partes que se enroscan. ¿Ve aquí la recámara? Se ajusta luego al armarse. Aquí, en la otra parte, está el resorte y la varilla, que hace las veces de repercutor, es decir, el que golpea el cartucho, la bala, para que salga. Un matón luego apuntaría así: lo ajusta a la mano, como agarrando, como si cogiera un jugo de botella y le pegara en el culo. Un golpe seco. Así, ¿ve? Ya estás disparando”. Y matando.

Cali es una caja musical de balas. La última masacre fue en noviembre de 2013, cuando un joven entró armado a un bar y acabó con la vida de ocho personas. Al parecer, utilizó un arma especial con un proveedor de 32 tiros. Aquí, hasta los truenos asustan. Según datos, la Sijín de la Policía Cali, entre los años 2009 y 2013, incautó 8.667 artefactos a base de pólvora para matar y allanó una armería –como ellos llaman a los talleres donde fabrican armas hechizas– por año. Ha decomisado desde sofisticados changones y pistolas con proveedores de ocho tiros hasta lapiceros adaptados para disparar una bala calibre 32 que mata a cinco metros de distancia. Las cifras aterran: más de 140 armas de fuego confiscadas por mes y cuatro diarias desde que los índices de violencia comenzaron a preocupar a Cali. El 2013, por ejemplo, se cerró con 1.376 incautaciones, el año más bajo de los últimos cinco años, y 2009 el más alto, con 1.839 armas de fuego retenidas. En los últimos cinco años, la Policía ha capturado, por porte ilegal de armas, a 11.215 personas, es decir, 2.243 por mes y seis por día. Como dice un agente investigativo: “Casi el 90 % de los capturados son encontrados con armas hechizas o de fabricación artesanal”. El año pasado, la cifra sumó 2.240 detenciones de personas y 2014 va con 259 aprehensiones por este delito, que da entre 6 y 8 años de cárcel, según el Código Penal colombiano, y una armería desmantelada, la del barrio Al­fonso López.

Algunas de las muchas variedades de armas que se realizan en talleres y domicilios ocultos en la ciudad de Cali.

En una entrevista reciente, el secretario de Gobierno de Cali, Carlos José Holguín, dijo que para contrarrestar los índices de violencia se han tomado medidas como el toque de queda y la restricción al porte de armas de fuego, así como la ampliación del Plan Desarme. Tras la masacre de noviembre pasado, el coman­dante de la Policía de Cali, coronel Hoover Penilla, lanzó el plan “Cali Segura”, que permitirá llevar la seguridad a lugares de gran afluencia como centros comerciales, bancos, parques o barrios. “Hay que blindar de alguna manera a las comunas donde se están presentando hechos violentos”, dijo. Pero parece no importar. Según un reciente estudio del Observatorio de Cali, adscrito a la Alcaldía, en 2013 hubo 1.962 homicidios, 92 % con armas de fuego, es decir, más de 1.800 muertes con aparatos a base de pólvora. Entre tanto, a nivel nacional, la Policía Nacional reveló que en el mismo año se presentaron 11.721 crímenes, en comparación con los 12.827 de 2012. Asimismo, 1.874 personas fueron capturadas por porte ilegal de ar­mas y se incautaron 35.000 armas en todo el país. Las ciudades con más homicidios y lesiones con armas de fuego fueron Cali, Bogotá, Medellín y Barranquilla. La Sijín de la Policía de Cali no quiso refe­rirse al tema.

“¿Ustedes son fabricantes de armas?”, dijeron los policías, y la pareja que estaba adentro parecía una estatua. El interrogatorio apenas comenzaba y esa pregunta era la que más incomodaba, por eso la repitieron. Afuera de la casa, la gente se amontonaba. La señora de la casa enmudeció y fijó la mirada en su pareja, que cami­naba sin camisa y un pantalón ajustado, giró y miró furioso al agente que preguntaba. No fue más. El escuadrón, todos vestidos con traje verde oliva y negro, botas camperas y armas de guerra a la vista, entraron, revisaron la casa y hallaron, al lado de la sala, lo que podía ser un pequeño torno. Todos lo vieron. Luego el comando se disper­só en la pequeña vivienda. Un agente encontró un arsenal de armas como para comenzar una pequeña guerra: un fusil original AK 47, dos revólveres calibre 32, cuatro pistolas con sus proveedores, cinco escopetas calibre 12, dos cajas de munición calibre 9 y cachas para escopetas y revólveres. Otro halló tubos para cañón, once provee­dores y herramientas para la fabricación como resortes, pulidoras, esmeriles y taladros. Pero lo más sorprendente fue un libro, tan gordo como los directorios telefónicos de antes, que estaba en un cobertor de una habitación: era un manual, en diferentes idiomas, de todos los tipos y marcas de armas en el mundo. Un dossier colosal que era la biblia de aquel hombre que no dejaba de mirar furioso al comando.

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El intendente de la policía, que cada lunes hace inventario de las armas artesanales, dice que este tipo de artefactos son hechos en acero y que sus cañones pueden ser de tubos de gas natural, que sería de un calibre 20, de escopeta, por ejemplo. Asegura que las armas son artículos mecánicos y por eso son fáciles de fabricar. Cualquier taller de soldadura puede pulir ciertas partes de las armas y no saber que son para armas. Además, las municiones deben ser originales para que esto funcione. Se consiguen, pero a precios altos. “El mercado de las armas hechizas está en los jóvenes que atracan por un bolso o una cadena. Si bien estas armas pueden matar, las utilizan para amedrentar, causar terror, por si algo se sale de las manos”, manifiesta.

Los barrios donde más se consigue armamento artesanal son zonas como Charco Azul o de invasión en el Distrito de Aguablanca. Hay muchos que creen que este mercado, en vez de crecer, decae. La razón es que mientras una pistola original calibre 22 –entre las armas más fáciles de conseguir– alcanza los 300.000 pesos en el mercado negro, una similar de fabricación caleña se consigue por 200.000. “No se justificaría entonces comprar una imitación porque la original, por lo menos, es un arma de precisión y tiene un costo similar”, cuenta un joven que vio todo el operativo en Alfonso López aquella mañana. El año pasado generó revuelo cuando se supo que unas 460 armas, entre ellas cincuenta fusiles, desaparecieron del almacén de evidencias de la Tercera Brigada del Ejército de Cali. Se imputaron cargos a cuatro capturados, entre ellos dos militares acti­vos. Aún se investiga. Se cree que apenas es el comienzo del escán­dalo y que hay más armas desaparecidas.

Las armas personales siempre han tenido una finalidad: la defen­sa personal. Pero las autoridades han hecho que se vuelva más difícil conseguir una en la Tercera Brigada de Cali, donde van la mayoría de los ciudadanos caleños a solicitar un arma para su seguridad de manera legal. “Una pistola legal, autorizada por la Brigada, puede alcanzar, junto con los trámites, seis millones de pesos, mientras que en la calle esa misma arma original se puede conseguir en menos de la mitad”, asegura el joven que luego me citará para con­tarme cómo es el asunto de las armas. Esto ha hecho, dice él, que la defensa personal no radique en la legalidad, sino en su defensa, y por eso sale a la calle a conseguir el arma que quiera sin importar el salvoconducto. En Cali hay personas que han intentado tener una pistola legal y se la han negado hasta en tres ocasiones. No dan explicaciones. “Un revólver 38 tiene un valor en el mercado negro de 700.000 pesos. Eso es un regalo. Sacar legal un arma similar puede ser un labor titánica que no cabe ni en los sueños”, dice el joven en una esquina del barrio Alfonso López, mientras se toma una botella de agua.

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Un agente le preguntó la edad al señor de la casa. Dijo tener 67 años y lo esposaron, le leyeron los derechos y le hicieron un inte­rrogatorio corto. El agente dijo que el capturado podía fabricar unas quince armas hechizas al mes y arreglar más de treinta en el mismo tiempo. “Es que no solo fabrican, sino que desmontan y arreglan armas originales como un negocio adicional. Podían tener entradas de hasta tres millones de pesos mensuales por su elaboración”, dice. En el operativo, otro agente tocaba en las casas aledañas a pregun­tar qué sabían del “Taller de Costura”. Una vecina recordaba que la señora de la casa era familiar y que siempre pedía que no la fueran a visitar. “Ella prefería venir a las casas de otros vecinos. Decía que su marido no le gustaba que la visitaran. Hablaba mucho de que su hija estaba en una universidad privada del sur de Cali”, recuerda.

A principios de este año, la Sijín de la Policía de Cali envió a la Brigada de Bogotá 968 armas artesanales para su fundición. Los materiales más utilizados para la fabricación de artefactos hechizos son el acero y el hierro colado, que ponen en moldes fabricados en yeso o en alguna otra fibra. Este año han sido retenidas e incau­tadas, por hurtos menores, ochenta tipos de estas armas, entre pistolas y trabucos, y 259 personas judicializadas, según datos de la Policía Cali. El intendente de la Policía expone un trabuco, un arma parecida a un revólver sin tambor, pero con mango y cañón largo –a veces traen dos–. Tiene acabados mínimos, un color grisáceo opaco, y se ve tosca, pero puede cargar cartuchos calibre 38. Eso suena letal. Termina y habla del juguete de los matones: las pistolas hechizas, similares a las originales, con munición para 9 milímetros, con proveedor para ocho tiros en serie. Hay que tener brazo para sostenerla. “Pueden pesar hasta 400 gramos más que las origina­les”, anota. Aquí muestra tres pistolas similares a las belgas Brow­ning, que son semiautomáticas de 9 milímetros de acción simple y que pueden conseguirse en el mercado legal en cuatro millones de pesos, mientras las hechizas, con un parecido asombroso, se consiguen, por pedido, en 250.000 pesos. Una ganga, dirían. “Los trabucos son ‘baratos’: desde 120.000 pesos”, concluye. Las armas están disponibles.

Pocos denuncian el robo de una bicicleta. A veces es perder el tiempo. A veces es mejor comprar otra porque son baratas. ¿Por qué, entonces, se roban las bicicletas “turismeras”? Porque sirven para fabricar armas. “Se volvieron un mercado las bicicletas de acero, de esas que usan los jóvenes que hacen domicilios rápidos o las que se utilizan para viajar al trabajo porque es una distancia corta. Son bici­cletas pesadas, pero baratas”, dice Víctor Muñoz, un ciclista aficio­nado que ha sufrido tres robos. Por eso pasó del acero al aluminio en su bici deportiva. “Me siento más tranquilo”, anota.

El acero de estas bicicletas es durable, económico y flexible hasta cierto punto. El problema es su densidad, aunque para los fabri­cantes de armas no parece haber lío con eso. Cuando se necesita un arma por pedido, no vale acero que no se pueda manipular. Lo más valioso de las bicicletas es el marco, que puede pesar entre 25 y 35 kilos. Muñoz agrega: “¿Acaso ha escuchado alguna vez que la policía recupere una bicicleta. Recuperan carros y motos, pero nunca bicis”. Y recuerda que en Cali hay una zona conocida como “El Planchón”, en la galería Santa Elena, al suroriente de la ciudad, donde hay arru­mes de bicis, la mayoría robadas, y son vendidas entre cincuenta y cien mil pesos. “Pero nadie dice nada”.

Hace calor y el centro de Cali arde. Estamos a un par de calles de la Policía Metropolitana, de la Alcaldía de Cali, de El Calvario, ese barrio perfumado por el hampa, en el corazón de la ciudad. Hay venta de llamadas telefónicas, ganchos para colgar la ropa, juguetes ensayados. Es una esquina de paisajes. “¿Qué arma buscas?”, me pregunta aquel chico de barrio y que dice tener 23 años y gustarle el deporte extremo. “Algo artesanal, pero bien hecho”, le digo. “Se consigue el arma según la plata que tengas”, agrega. “Así el vendedor te suelta el arma. De resto, imposible”. Mira a todos de arriba abajo cuando alguien se le acerca. Se va por los pasajes comerciales y vuel­ve enseguida. Me señala un camino, lo sigo. Se jacta, en la marcha, al decir que es capaz de conseguir un arma en segundos. Cualquier arma, asegura, desde una 9 milímetros original, que alcanzaría el millón quinientos mil –muy perseguidas, por ser un clásico–, hasta un burdo changón de setenta mil pesos. Me ofrece un trabuco doble cañón. Se ve rudimentario. No se ve poderoso. Pide 130.000 pesos. Hay nerviosismo. “No, este no”, dice. Lo guarda. “Se consigue todo cuando se trata de armamento. Yo vendo celulares legales; el tema de armas es de gusto personal, pero no le jalo porque es un tema calien­te”. Es cierto: caliente y peligroso. Aquí, todos nos miran.


Revista Don Juan (Colombia)

 


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