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23/02/2007 | Sobre las hidroeléctricas brasileñas

Winston Estremadoiro

14 de febrero de 2007. Qué más oportuno que pensar en una eventual guerra con Brasil, 128 años después del desembarco de tropas chilenas en el puerto boliviano de Antofagasta.

 

Hoy como entonces, en el país la consigna era que viva la pepa porque se estaba carnavaleando, al tiempo que gran parte de la gente sufría por los desastres naturales: entonces las penurias tenían que ver con la falta de agua; hoy con tenerla hasta el cogote.

La conjetura fue provocada por una curiosa noticia, inmersa en página secundaria de un periódico, cuando la primera plana hacía alharaca de los avances por la punta izquierda y tapadas en el ángulo derecho, cual si fuera un partido de fútbol, de las negociaciones del gas entre el gobierno de la izquierda carnívora de Evo Morales y su par de la vegetariana de Lula da Silva, calificativos de Mendoza, Montaner y Vargas en El regreso del idiota, segunda parte del ya clásico Manual del perfecto idiota latinoamericano.

La noticia daba cuenta de que Brasil había cerrado su frontera con la provincia Iténez del Beni. Pensé que tenía que ver con brotes de fiebre aftosa. Pero no, las autoridades de Costa Márquez, pueblo brasileño en la margen oriental del río Guaporé, que también así se llama el Iténez, cuyo curso es la línea divisoria en poco más de un tercio de la extensa frontera común, cerraron el paso fronterizo el 8 de febrero, tras un incidente militar. Miéchica, soñé, así se la hicieron a Polonia en 1939, cuando Alemania lanzó su blitzkrieg contra la caballería polaca, iniciando la II Guerra Mundial. Los soviéticos, dizque para poner más terreno entre los blindados nazis y Moscú, pero más por golosos y abusivos, se unieron al banquete comiendo la parte oriental del mapa polaco. Pueden haber cambiado los tiempos, pero ¿qué tal si Lula y su colega chilena, ambos de la izquierda vegetariana, se hubieran puesto de acuerdo para poner coto a los zurdos carnívoros en el centro del continente, que tiene en Bolivia una avanzadilla del mesiánico forrado de petrodólares de Venezuela?

Menos mal que todo quedó en honroso empate en cancha ajena. Aún frunciendo el ceño por el estilo gobiernista de dar cuenta cual si fuera un play-by-play futbolero, sin trasfondo histórico ni implicancia geopolítica, arqueo las cejas reconociendo lo efectivo de la negociación directa entre Evo Morales y Lula da Silva. Parecía que apenas se lograría aumentar el vergonzoso precio del gas a Cuiabá, cuyos entretelones chuecos habría que investigar. No es poca cosa obtener incrementos de cerca de 150 millones de dólares anuales, además de un plan de cooperación para instalar un polo petroquímico en la frontera de ambos países, de un Brasil cuya diplomacia está acostumbrada a salirse con la suya, desde que amenazaran entrarse a la Chiquitanía en 1828 y el Mariscal Sucre les jaqueara la movida.

Se tiene un buen puntero izquierdo en el Presidente, pero la diplomacia boliviana sigue en manos inexpertas, tanto más si sus embajadas son ahora refugio de ineptos ex ministros. ¿Qué otra cosa da para pensar, si el canciller de Brasil invita a su homólogo boliviano, que quizá haría mejor de cardenal de algún culto animista aymara, a “conocer el proyecto para la construcción de dos represas hidroeléctricas en la zona fronteriza”? No es sólo el bochorno de que entre líneas Amorim diga zonzo a Choquehuanca. La sandez provino del Canciller boliviano, quien 15 días antes de la reunión en Brasilia para definir el precio del gas, le dirigió una carta, preocupado de los posibles efectos de las hidroeléctricas: la inundación de una zona donde se concentra la producción de castaña (sic), con posible baja del potencial pesquero (¿por ahogamiento?), y “la inundación de Cachuela Esperanza, lo que inviabiliza el proyecto” (ni que fuera La Paz).

Desde abril de 2003 redoblo el tambor sobre el asunto. Entonces anoté que la IV Reunión de la Comisión Mixta de Energía Brasil-Bolivia trató el “desarrollo conjunto de plantas hidroeléctricas en la frontera boliviano-brasileña, así como la navegabilidad del río Madeira, en la frontera de ambos países”. Con canales de curso paralelo, cavados para las hidroeléctricas, se posibilitaría la navegabilidad de los ríos Beni, Mamoré y Madeira. Ya en 1830 lo anotaba D\'Orbigny: “como esos rápidos ofrecen sólo pequeñas diferencias de nivel, bastaría con construir en los pasos más difíciles un pequeño canal paralelo al río y colocar en él una esclusa”. Y Melgarejo en 1867, cuando Brasil hizo primar una ocupación de hecho en territorio boliviano, obtuvo a cambio derecho de libre navegación al Atlántico, navegación en el río Madeira y uso de vías aguas arriba de las cachuelas.

En noviembre del 2004, anoté que la FURNAS brasileña de electricidad terminaría pronto los estudios de viabilidad para un complejo hidroeléctrico de 4.500 millones de dólares: construir 2 proyectos en el Madeira, un río con 7.000 MW de potencial, con un valor en energía de más de 827 millones de dólares por año, encima de la mitad de los 12.600 MW de Itaipú, la represa construida por Brasil y Paraguay.

Lo que fue conjunto entre Brasil y Bolivia, es hoy una posible graciosa concesión de parte del poderoso vecino. Poco importa que sea la oportunidad de sembrar el gas en un proyecto que generaría millones en venta de energía. Marchan los marinos de agua dulce, pero desdeñan la ocasión de navegar al Atlántico. Soslayan la oportunidad de uncir el humilde carretón boliviano a la carroza brasileña en producir biodiésel, que aparte de preservarla, hará de la Amazonía una cornucopia de un combustible renovable.

Los proyectos brasileños del río Madeira se harán a pesar de pataleos del Gobierno boliviano. Al cabo, en vez de asesorarse con gente que sabe de historia e informes, el Canciller quizá está enseñándoles a leer en arrugas de vejetes.

*Winston Estremadoiro es antropólogo.
winston@supernet.com.bo

La Razón (Bo) (Bolivia)

 


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