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La Razón (Bo) (Bolivia)

 

14/10/2006 | BOLIVIA - Sobre escenarios de guerra civil

Winston Estremadoiro

El otro día, mientras los mineros de Huanuni se sangraban a dinamitazos en esos yermos donde las vetas de mineral fraguan cual tendones de los cerros, el enviado de Caracas se largó una arenga ofreciendo derramar sangre venezolana para sustentar el proceso boliviano, como en 1825 (sic).

 

La primera cosa que se me vino a la mente es que si se trataba del embajador de Estados Unidos, la intromisión hubiese hecho la primera plana de los diarios. Al cabo, una clase política de componendas sazonó el desaguisado y un gringo metiche puso en bandeja este indigesto ají de fideos, con picante ideológico rancio y escasa \'racha\' de carne pensante, que es el gobierno actual.

La segunda fue recordar la historia. La saga boliviana se fraguó con el reductor de una ilustrada Charcas en el fuego de la plata potosina. Otro hito culminó en 1825, merced a la espada de criollos venezolanos y la astucia de sus pares charquenses, después del desangre indígena desde 1781 y de sacar del escenario a los mestizos de republiquetas guerrilleras en la guerra de 15 años.

Terminé indigesto con un deslenguado congresista del partido gobernante, que afrentó la memoria de los libertadores venezolanos, al compararlos con el entrometido agente de Hugo Chávez que apuntala con promesas de sangre al actual régimen. Y me acordé de Charles Arnade, amigo que me alimenta con valiosas sugerencias de cuando en cuando. El profesor Arnade es autor de La dramática insurgencia de Bolivia, crónica clásica del nacimiento de nuestro país. Su obra destaca el torvo papel de los \'dos caras\', los doctores altoperuanos cuyo ejemplo fue Casimiro Olañeta, cuyas intrigas le valieron a un probo Mariscal de Ayacucho abandonar Bolivia con el brazo liberador tullido.

Con semejante telón de fondo abordo el tema de una guerra civil en Bolivia, cuyos truenos vienen sonando a lo lejos afuera del país. Tal eventualidad escandalizó a un par de analistas de televisión, que consideran afiebrada la posibilidad. ¿Acaso no rige ya en las andanadas de análisis en la prensa y en la Red, lo que Salvador de Madariaga llamó la \'guerra de tinta\' que precedió a la Guerra Civil en España? Tal conflicto sufrimos ya en la diaria dieta de amenazas, paros, bloqueos, cierre de válvulas y huelgas de hambre, que iluso pensé que había terminado con la elección por mayoría absoluta del presidente Evo Morales. Una guerra civil localizada fue lo que vimos en las explosiones y los muertos en Huanuni. Todo ocurre ante la vigencia de un Estado indiferente, quizá inerme e incapaz de imponer orden y ley.

Aunque deberíamos estar celebrando con bombos y platillos los 24 años de la democracia en Bolivia, me avengo a que cuando el río suena es que piedras lleva. Basta anoticiarse de truculencias bolivianas para impulsar en los vecinos simulaciones basadas en la teoría de juegos y permitidas por el manejo de variables de las computadoras.

Por eso no debe extrañar que en Argentina ponderen entre 600 mil y un millón de bolivianos huyendo de la hecatombe, calculando entre 438 a 730 millones de dólares el costo de mantener semejante horda de refugiados. Que servicios de inteligencia de las fuerzas armadas brasileñas crean que “la paz en América del Sur es incierta”, panorama que los lleva a proponer aumentos del gasto militar y la reactivación de su industria bélica, y sus estrategas recomiendan que den prioridad a Bolivia, “único foco significativo de tensión fronteriza”. Dan justificación a militares chilenos armados hasta los dientes y listos para pegar sin alharaca previa, y su sobria presidenta Bachelet reclama transparencia. Alan García gana puntos con Washington alertando del fundamentalismo andino, declarando que ´jamás hemos pensado defendernos de Bolivia”, pero lo contradice el mandamás de la comisión de Defensa del congreso peruano, indicando que la frontera boliviana es una “zona rosa, que puede pasar a roja si los temores se acrecientan”.

La madre del cordero, ¿o el padre del borrego?, es el gobierno populista de Hugo Chávez, que junto a Cuba y Bolivia forman un \'eje del mal\' en Sudamérica, según un congresista chileno. En su dependencia de remesas del padrino, se está convirtiendo al país en satélite venezolano, lo que equivale a pasar de pulga en elefante estadounidense a garrapata en la ingle de mono aullador caribeño, desdeñando ser el feliz pajarito saca piojos del apacible hipopótamo brasileño.

No hay duda de que Chile y Brasil son dos países gravitantes para Bolivia, mucho más que la lejana Venezuela. Ante el cuadro apocalíptico boliviano, acojo un constructivo planteamiento, tanto más sorprendente por insertarse en El Mercurio, sitial conservador chileno. Propone abrir “una nueva era de cooperación con Bolivia y Perú y neutralizar a Chávez”, con “la creación de una unión económica que abarcara toda Bolivia, las dos provincias del sur del Perú (Tacna y Moquegua) y la Primera Región de Chile. Se trataría de un área geográfica dentro de la cual podrían circular libremente personas, bienes e inversiones, al igual como ocurre hoy en el ámbito de la Unión Económica Europea. Esta unión permitiría avanzar significativamente en transformar esa zona del continente, hoy estancada y caracterizada por altos niveles de pobreza, en un polo de desarrollo de vastas proyecciones”.

Acoto que es necesario incluir a Brasil como un protagonista de esta alianza. Es mayor su necesidad de acceder a los mercados asiáticos por puertos de Perú y Chile, a través de Bolivia. Además, me apalanco en una deducción de la teoría de juegos para reencauzar la relación con Brasil: el Equilibrio de Nash, sí, aquel Premio Nóbel de 1994 del film Una mente brillante. La situación de Bolivia y Brasil sería más afortunada para ambos si existiera una coordinación adecuada. Y un beneficio para todos: Chávez pasaría al olvido.


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