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25/06/2013 | La herencia gris de Obama

Jean-Marie Colombani

En el plano interno, Barack Obama sin duda pasará a la historia como uno de los presidentes que más ha perjudicado a las libertades individuales

 

Tenemos un problema con Obama. O, más bien, el presidente norteamericano tiene un problema con su segundo mandato. Para quien recuerda la esperanza que suscitó su primera elección tras el doble mandato de George Bush, seis meses después de jurar el cargo por segunda vez, la decepción es tan fuerte como comprensible. Y se manifiesta tanto en el plano interior como en el terreno de la política exterior.

En el plano interno, Barack Obama sin duda pasará a la historia como uno de los presidentes que más ha perjudicado a las libertades individuales. Es la polémica que se ha desatado tras las revelaciones del agente de la NSA, Edward Snowden (cuya partida hacia Moscú aparece como una humillación infligida por China y Rusia), de las que se desprende que los particulares, es decir, todos y cada uno de nosotros, no solamente son escuchados —esto no es nuevo— sino escrutados y parametrados en todo momento. Este espionaje generalizado ha sido posible gracias al alcance de la intrusión de gigantes de Internet como Google, Facebook, Tweeter, etc.

Todo esto significa que hemos entrado en una nueva era: la era de la trazabilidad. Nuestra vida privada está expuesta en todo momento, lo mismo que nuestra intimidad, a la mirada de los agentes del poder, por mucho que este pretenda, la mayor parte de las veces con razón, ser el adalid de la libertad en el mundo.

La culpa la tiene el Patriot Act, una ley desarrollada por George Bush tras el 11 de septiembre. Ahora descubrimos que se aplica al resto del mundo y, sin duda, dentro de Estados Unidos abusivamente, si tenemos que dar crédito a la preocupación manifestada por los grandes diarios norteamericanos. Espionaje generalizado pues. A lo que Barack Obama responde que no hay lucha contra el terrorismo sin daños colaterales. Por supuesto. Pero ya no estamos en la fase aguda del desarrollo del terrorismo inmediatamente posterior al 11-S. La situación ha evolucionado. Basta con observar la intervención francesa en Malí para comprender que la batalla no es exactamente la misma. Globalmente, nuestros países consiguen mantenerse a salvo, y no es seguro que se pueda establecer un vínculo entre este nivel de protección y la amplitud de las prerrogativas que se atribuyen diversas administraciones norteamericanas y británicas a costa de nuestra vida privada.

Demasiado presente aquí y no lo suficiente en otros lugares: si nos centramos en la política exterior, no está claro que Barack Obama vaya a dejar una huella positiva. No en vano, es el hombre del repliegue norteamericano de la región que más nos interesa: el Mediterráneo. Por dos razones: por una parte, su estrategia está totalmente centrada en la zona Asia/Pacífico y en la confrontación con China; por otra, el anuncio de un próximo boom petrolero en los territorios de EE UU, gracias sobre todo al gas de esquisto, cambia la situación en Oriente Medio, donde Arabia Saudita perderá la posición clave que tenía a ojos de Estados Unidos.

Observemos ahora la evolución del conflicto sirio. Anteayer, nos decían: “Bachar El Asad debe irse”. Ayer: “Bachar va a irse”. Hoy: “tras el éxito de sus tropas y las de Hezbolá en Al Qusair, está claro que Bachar está a punto de ganar la partida”, mientras este dirige sus cañones hacia Alepo, que fue la primera ciudad en liberarse de la dictadura. A lo largo de toda esta evolución, la doctrina norteamericana siempre ha contemporizado con Vladímir Putin, que engaña a la opinión pública con la idea de una solución política a la cuestión siria, cuando él mismo está completamente dedicado a la causa de su aliado Bachar El Asad, a quien, presumiblemente, no abandonará a ningún precio. Por supuesto, después del desastroso precedente iraquí y del repliegue de Afganistán, la negativa estadounidense a implicarse en Siria es comprensible. Pero ahí está el resultado, y es trágico.

Esta actitud de Barack Obama es discutible. De hecho, al parecer, ha sido contestada continuamente por su secretario de Estado, John Kerry, partidario de ayudar más a los opositores a Bachar El Asad, como, por otra parte, también lo son franceses y británicos. Así pues se ha decidido ayudarles más. Pero ¿hasta qué punto? ¿Con qué objetivo? ¿En función de qué plan? No lo sabemos.

La única certeza es que Vladímir Putin ha aprovechado para reconquistar unas posiciones que nunca hubiera debido poder ocupar. La esperanza viene sin duda de las novedades que nos llegan desde Irán, donde la elección de un presidente “moderado” puede permitir volver a entablar el diálogo. Mientras tanto, las tropas de Bachar El Asad y Hezbolá se disponen a asediar la ciudad de Alepo...

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

El Pais (Es) (España)

 


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