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13/12/2010 | La batalla del euro

Jean-Marie Colombani

El desenlace de la batalla del euro sigue siendo igual de incierto. Evidentemente, es una situación exasperante: como ha observado recientemente Valéry Giscard d'Estaing, ex presidente francés y alma máter de la comisión que condujo al Tratado de Lisboa, "nunca se ha visto que los mercados consiguieran la supresión de una moneda".

 

Aun así. Por un lado está el Banco Central Europeo, que refuerza las líneas de defensa, y los Gobiernos, con los de Alemania y Francia a la cabeza. Por el otro, los mercados y demás fondos especuladores, que siguen poniendo su punto de mira en un país y luego en otro: se trata de esperar a que los países más débiles se desmoronen para conseguir poco a poco la fragmentación de la zona euro.

Aunque haya sido más tranquila que las anteriores, la semana que acaba de terminar no ha escapado a la regla. Ha estado marcada por el consejo franco-alemán celebrado el viernes en Friburgo, cuyo objetivo era reafirmar la voluntad común de salir adelante gracias al fondo de rescate que se ha dispuesto y que debería ser prolongado a partir de 2013 por un mecanismo permanente. Pero esta reafirmación ha venido acompañada de una doble negativa: la negativa a aumentar el fondo de rescate -cuyo techo se sitúa hoy en 750.000- como recomendaba el presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn. Negativa igualmente a emitir obligaciones comunes en forma de bonos del Tesoro europeo, como deseaba Jean-Claude Juncker, primer ministro luxemburgués, en su calidad de presidente del Eurogrupo, apoyado por Giulio Tremonti, ministro italiano de Finanzas.

Esta solución, que consiste en emitir euroobligaciones, viene siendo preconizada por hombres tan diferentes como Jacques Attali, Jacques Delors y Helmut Schmidt. Su razonamiento se apoya en las cualidades de la zona euro, que ningún dirigente político actual ha puesto verdaderamente de relieve. A saber: en un mundo en el que los desequilibrios son cada vez más acusados, la zona euro es, de hecho, un polo de estabilidad; falta que se convierta en un polo de la mayor prosperidad. Colectivamente, está en mejor situación que EE UU, cuyo déficit es abismal, lo mismo que su desequilibrio comercial respecto a China. Eso, sin mencionar a Reino Unido cuyas cifras son objetivamente catastróficas. Desde la perspectiva de quienes la preconizan, la emisión de bonos del tesoro europeo tendría como efecto inmediato el de privar de municiones a la especulación.

Su propuesta ha tropezado no obstante con el rechazo de Alemania y, ahora, también con el de Francia. Motivo: se mutualizarían los riesgos y, por supuesto, se armonizarían los intereses de los préstamos. Sobre todo, dice Nicolas Sarkozy, se "irresponsabilizaría" a los Estados más endeudados, que deben restablecer sus equilibrios cuanto antes. Este reproche de incitación al laxismo es, evidentemente, el leitmotiv de Alemania contra los demás países de la eurozona. El apoyo francés era muy esperado en Alemania. Aunque solo fuera porque la canciller no quería ser la única a la que tacharan de antieuropea. Un reproche que le han hecho inmediatamente tanto Jean-Claude Juncker como Helmut Schmidt.

De hecho, desde el estallido de la crisis, podemos considerar que Angela Merkel siempre ha ido un paso por detrás de los acontecimientos. Su argumento para rechazar los eurobonos y el aumento del fondo de rescate europeo es que "por el momento no hay razón para ello". Ahora bien, lo que le proponen es precisamente evitar la llegada de un "momento" más peligroso que los anteriores. También es cierto que, como los demás, la canciller debe lidiar con su propia opinión pública. Pero tal vez le esté concediendo demasiada importancia a quienes, en Alemania, proponen una fragmentación de la zona euro en dos velocidades o, lo que viene a ser lo mismo, relegar a los países mediterráneos a una especie de subzona monetaria, cuando la opinión pública alemana, por su parte, ha evolucionado en un sentido positivo. Hace unos meses, la mayoría se declaraba favorable al retorno al Deutsch Mark; hoy, un 60% de los alemanes afirman su apego al euro, mientras que los nostálgicos del marco solo representan un tercio.

En lo que coinciden Merkel y Sarkozy es en el fondo en una lógica de derechas. Salir de la crisis emitiendo bonos del tesoro europeo puede permitir que cada uno de los Gobiernos decida no cambiar de dirección para reequilibrar sus grandes magnitudes, sino tal vez proceder más pausadamente y, así, dar un respiro a la demanda interior y a unas poblaciones que podrían verse sacudidas por movimientos de revuelta. Sarkozy y Merkel coinciden también en su oposición a dotarse de un presupuesto europeo dinámico. Ninguno de los dos quiere una Europa animada por un verdadero centro que, a imagen del Banco Central Europeo, cuente con nuevos instrumentos de federalismo. A fin y al cabo, el duopolio franco-alemán les conviene a ambos.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva.

El Pais (Es) (España)

 



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