Todo el mundo esperaba el retorno de la alternancia. Desde hace al menos dos años, Reino Unido vive con la idea de un regreso al poder de los conservadores tras su jefe de filas, David Cameron, que le ha dado una nueva imagen al partido. Pero nadie había tenido en cuenta la novedad que constituye para los británicos la introducción de los debates televisados en una campaña electoral. Nada de encuentros cara a cara a la francesa, desde luego, no hay que exagerar, sino debates a la americana, en los que los líderes están frente a la cámara, responden a las preguntas de los periodistas y no dialogan. Sin duda, al aceptar situar a Nick Clegg en pie de igualdad, Gordon Brown y David Cameron han cometido un error, pues el líder de los liberales-demócratas no ha desperdiciado la ocasión que se le presentaba y ha conseguido colocar a su partido a la cabeza de la intención de voto en ciertos sondeos. Si añadimos a este dato el hecho de que la pertinaz persecución lanzada por Gordon Brown le ha permitido reducir la distancia que le separaba de David Cameron, surge la hipótesis de un "parlamento en suspenso", es decir, de una asamblea en cuyo seno nadie dispondría de una mayoría absoluta de escaños. La reina debería entonces dirigirse al primer ministro saliente para saber si estaría en condiciones de formar una mayoría, o sea, de constituir una coalición en torno a su partido. Es esta hipótesis nueva para los británicos, aunque suele ser la norma en la Europa continental, la que cuenta con el favor de los analistas, a la vista de los sondeos de opinión que sitúan por delante a los conservadores, desde luego, y luego a los liberales-demócratas y a los laboristas, aunque siempre dentro de unas diferencias de intención de voto muy apretadas.

Así, Gordon Brown, en una entrevista al diario The Independent, le ha hecho una oferta de servicios a Nick Clegg, proponiéndole una alianza "progresista" para ofrecer una "nueva política". Inmediatamente, Nick Clegg, desde el Daily Telegraph, ha respondido secamente que, dado que Gordon Brown ha sido el que ha bloqueado "sistemáticamente" las reformas políticas, ya no puede ser un socio de gobierno. Esta toma de postura ha sido interpretada enseguida como una presión sobre el partido laborista, que consiste en pedir la cabeza de su líder como precio de la constitución de un gobierno de coalición. Si la noche de lo que, de todos modos, sería una derrota, los laboristas aceptasen entrar en esta negociación, el mejor situado sería probablemente David Miliband, actual ministro de Asuntos Exteriores, que encarna en el seno del partido laboralista la corriente blairista, opuesta a Gordon Brown. Pero aún no estamos en esas.

La idea de una alianza entre laboristas y liberales-demócratas viene sustentada por su experiencia de coalición en ciertos gobiernos locales. Hay que tener presente, en efecto, que una de las grandes reformas institucionales legadas por Tony Blair es el sistema de amplia autonomía concedido a Escocia y al País de Gales, en el que los laboristas se han aliado unas veces con los nacionalistas y otras con los liberales-demócratas. Estos últimos han centrado su campaña en la reforma del sistema político, necesaria en su opinión; y en un programa en el que toman prestados elementos, como partido centrista consecuente, tanto de la derecha como de la izquierda. Y también de los ecologistas: Nick Clegg se ha pronunciado contra la renovación de la fuerza de disuasión nuclear británica, mientras que Gordon Brown se ha adentrado por esa vía, considerada extremadamente costosa. No es más que un ejemplo.

La campaña no ha estado exenta de paradojas. Así, los conservadores han hablado un lenguaje "social" y los laboristas un lenguaje "económico". Así, David Cameron ha pretendido ser el hombre del "cambio radical", lo que, evidentemente, viniendo de un conservador, puede sorprender, sobre todo cuando añade que quiere "devolver el poder al pueblo". Los conservadores pretenden reintroducir el referéndum de iniciativa popular o incluso permitir que las colectividades locales y los padres de alumnos se doten de su propia estructura escolar. Pero lo que hemos observado sobre todo, a propósito de los conservadores, es que dos años de liderazgo ante la opinión pública ya les han desgastado a ojos de ésta. ¿Nos encontramos, también aquí, ante una crisis de representación? En todo caso, Nick Clegg parece estar beneficiándose de la lasitud generada por la longevidad en el poder de los laboristas y el desgaste experimentado por los conservadores, que, tal vez, lleven demasiado tiempo en la cabeza de carrera. Es una lección que, sin duda, podría aplicarse también fuera de Reino Unido.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva.