Una vez concluya la VI Cumbre de las Américas, Juan Manuel Santos tiene un par de citas claves con los mandatarios de países que son de primera importancia para Colombia: Estados Unidos y Brasil.
La VI Cumbre de las Américas, que concluye
hoy en Cartagena tras intensas deliberaciones, no implica el fin de las
conversaciones diplomáticas en la Ciudad Heroica. Tan pronto termine la
última rueda de prensa sobre el trascendental evento, que atrajo a 33
jefes de Estado y de Gobierno de todo el continente, comienza una corta y
al mismo tiempo crucial actividad para Colombia con dos de sus más
importantes aliados.
Se trata de sendos encuentros bilaterales,
que ocurrirán en forma sucesiva con los mandatarios de Estados Unidos,
Barack Obama, y de Brasil, Dilma Rousseff. La importancia de ambas citas
es mayúscula, tanto por razones políticas como económicas y
estratégicas. El inquilino de la Casa Blanca representa a la nación más
poderosa del mundo, mientras que la residente del palacio de Planalto
encabeza al país más populoso de América Latina, cuyo Producto Interno
Bruto ocupa el sexto lugar en el planeta.
Aunque siempre es fácil encontrar
similitudes entre las potencias, la agenda de temas de interés recíproco
revela claras diferencias. Con Washington, los vínculos de Bogotá son
de vieja data y han tenido fuertes oscilaciones en diferentes momentos
de la historia hasta llegar a un nivel de gran cordialidad como el
actual. No somos, para decirlo con claridad, el aliado incondicional por
cuenta del cual sufrimos de cierto aislamiento en la región en épocas
recientes, como tampoco recibimos la millonaria ayuda militar de
comienzos del siglo, pero la amistad persiste y ha madurado. De hecho,
somos vistos como un caso de éxito: una nación que estuvo al borde del
abismo y pudo dejar atrás sus épocas más oscuras.
Con Brasilia, a pesar de compartir una
frontera y una sincera simpatía, todavía seguimos en la era de
conocimiento mutuo, sin olvidar que el avance de años recientes ha sido
descomunal. Parece increíble que durante tantas décadas hubiéramos
ignorado a un vecino que por fin empieza a volver realidad las promesas
que en repetidas ocasiones se hicieron sobre su futuro. Gracias a sus
enormes recursos naturales, al tamaño de su mercado interno y a una
clase empresarial pujante, los brasileños ocupan un espacio cada vez más
amplio en el concierto mundial.
Por los motivos enunciados, la agenda
temática de cada uno con Colombia tiene sus respectivas
particularidades. En lo que hace a Estados Unidos, los asuntos de
narcotráfico y seguridad siguen conservando un importante peso, que va a
continuar. Todavía es necesario contar con respaldo de equipo e
inteligencia norteamericano, aunque el país ahora asume una porción
creciente del esfuerzo contra las organizaciones criminales de todo
tipo.
Al mismo tiempo, la protección de los
derechos humanos forma parte de las preocupaciones de Washington y del
Partido Demócrata, que presumiblemente seguirá en el poder tras las
elecciones de noviembre. En el pasado ha sido posible establecer una
relación de cooperación, gracias a la cual se han producido avances
destacables.
Dicho lo anterior, es indudable que la
principal atención respecto al encuentro entre Santos y Obama la
concentra la fecha de entrada en operación efectiva del Tratado de Libre
Comercio, firmado a mediados de la década pasada. Tras su ratificación
en el Congreso estadounidense y después del paso de leyes que ataron
cabos sueltos en Colombia, quedan pocos pendientes para que el acuerdo
bilateral empiece a operar. Ese es el caso de la protección de ciertos
derechos laborales. A pesar de que los sindicatos siguen oponiéndose al
pacto, tal parece que antes de que termine septiembre la larga espera
habrá terminado.
En ese momento, el desafío será diferente,
pues al país le corresponde mantener el empeño de que el TLC sea una
fuente de empleo y oportunidades y no el peligro para la producción
nacional que sus detractores alegan. No obstante, hay que dar el paso,
algo que es deseable y necesario.
Por su parte, con Brasil no existe la
urgencia de llegar a decisiones trascendentales. Lo anterior no quiere
decir que haya que cruzarse de brazos, sino que se debe acelerar el
proceso de estrechar los lazos. En tal sentido, es merecido celebrar los
proyectos de trabajar en seguridad y fronteras con el fin de
profundizar la cooperación.
También hay que resaltar los planes de
venta de lanchas rápidas por parte de Colombia a las fuerzas militares
brasileñas, el desarrollo conjunto de una embarcación y el acuerdo para
proveer partes locales a un avión de transporte. Tales gestos son una
prueba de la voluntad de entenderse y de cerrar la enorme brecha en
materia comercial, que beneficia a Brasil, aunque, si se incluyen en la
ecuación las cuantiosas inversiones recibidas de ese país en los últimos
años, el panorama se ve más equilibrado.
La cita de Santos y Rousseff debe servir
igualmente para que el primero le agradezca a la segunda el apoyo y
generosidad demostrados en el proceso de liberación de militares
secuestrados por las Farc, cuya última etapa concluyó felizmente hace
pocos días.
Dice la sabiduría popular que en las
dificultades se conocen los amigos, y tanto Estados Unidos como Brasil
han apoyado a Colombia cuando ha sido necesario. Ahora que el viento
cambia de dirección, vale la pena mantener la cercanía con quienes han
estado con nosotros en las malas y, ojalá, en las buenas.