En Estados Unidos, la popularidad de dos precandidatos rabiosamente antiestablishment, el republicano Donald Trump y el demócrata Bernie Sanders, motiva angustia entre los líderes de sus partidos respectivos que no los quieren y que, según parece, creen que el eventual triunfo de uno en las elecciones presidenciales de noviembre sería catastrófico para su país y para el mundo. En Europa, personajes que son igualmente antipáticos a ojos de los demás miembros de la clase política porque, lo mismo que Trump y Sanders, se proponen reemplazar el orden existente por otro distinto están adquiriendo cada vez más apoyo. Algunos, en especial los preocupados por la irrupción atropellada de millones de inmigrantes musulmanes, son calificados de derechistas por sus adversarios, mientras que otros, como los españoles de Podemos y los griegos de Syriza, se han visto ubicados en la izquierda, pero todos se han beneficiado por la sensación de que las sociedades occidentales han perdido el rumbo y que los dirigentes actuales dan prioridad a la defensa de sus propios intereses corporativos.

A diferencia de lo que sucedió en el pasado, cuando los rebeldes derechistas o izquierdistas, fascistas o comunistas, parecían confiar en sus propias recetas, en la actualidad sus equivalentes suelen brindar la impresión de estar más interesados en oponerse al statu quo que en decirnos lo que harían en el caso de que les tocara alcanzar el poder, acaso por entender que no les sería dado hacer mucho más que los gobiernos que acusan de defraudar a quienes los habían votado. Incluso los chovinistas del Frente Nacional de la francesa Marine Le Pen están tan acostumbrados a aprovechar el rencor que sienten muchos compatriotas que es legítimo prever que, si se instalaran en el poder, los cambios resultantes no serían tan drásticos como quisieran hacer pensar.

La experiencia en tal sentido de Syriza ha resultado ser dolorosamente aleccionadora. Luego de haberse comprometido a llevar a cabo una especie de revolución conservadora, ya que lo que quería "la Coalición de la Izquierda Radical" era devolver Grecia a la situación socioeconómica imperante antes del derrumbe generalizado que fue ocasionado por la decisión de reemplazar el dracma por el euro, además de celebrar un referéndum en que la mayoría se opuso a cualquier ajuste, el gobierno de Alexis Tsipras tuvo que batirse en retirada y continuar aplicando las medidas exigidas por la canciller alemana Angela Merkel. Menos espectacular pero tal vez más importante, por tratarse de Francia, un país más grande y mucho más influyente que Grecia, ha sido la experiencia del gobierno socialista del presidente François Hollande que, a pesar de su propia voluntad y la oposición férrea de los sindicados, se ha visto constreñido a actuar como si fuera un "neoliberal", al darse cuenta de que cualquier alternativa podría tener consecuencias peores.

La frustración que sienten tantos, en especial los jóvenes que aún no han conseguido insertarse en el mundo del trabajo, puede atribuirse a la incapacidad de la izquierda para formular estrategias que sean no meramente bienintencionadas sino también realistas. Es muy fácil protestar contra la desigualdad y la falta de oportunidades laborales, pero no lo es en absoluto concebir soluciones viables inmediatas. Así, pues, tanto en Europa como en Estados Unidos la protesta se ha convertido en un fin en sí misma. Sirve para que quienes temen por su propio futuro puedan desahogarse por un momento, pero raramente contribuye a producir mejoras concretas. Por lo demás, aunque el hundimiento del comunismo totalitario y el debilitamiento del socialismo democrático han beneficiado a partidos de centroderecha, como aquellos que gobiernan en Alemania y el Reino Unido, ellos también se han visto perjudicados por la presunta ausencia de opciones auténticas. Asimismo, en ambos países, y en otros como Holanda y Suecia, la búsqueda de alternativas ha llevado al surgimiento de movimientos llamativamente más derechistas que el representado por el conservadurismo tradicional que, a juicio de sus críticos, tiene demasiado en común con el socialismo y por lo tanto merece compartir su destino.