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28/06/2015 | Paradojas verdes

Río Negro Staff

Desprestigiados el comunismo y, si bien de manera menos contundente, el socialismo democrático, muchos progresistas se transformaron en ecologistas militantes, lo que les permitiría continuar su campaña en contra del "imperio" norteamericano.

 

Parecería que el clero católico ha optado por emularlos, de ahí la encíclica "Laudato Si" en la que el papa Francisco nos exhorta a luchar contra la destrucción del medioambiente y el cambio climático. Aunque se trata de un tema que es sumamente complicado, casi todos los políticos se sienten obligados a opinar en torno a él como si fueran expertos consumados. En Estados Unidos, los republicanos propenden a minimizar la incidencia de la economía en los cambios que se han registrado últimamente, mientras que los demócratas, encabezados por el presidente Barack Obama, insisten en que son fundamentales y que por lo tanto es necesario emprender una multitud de reformas radicales. Comparten su actitud casi todos los mandatarios latinoamericanos que, al enterarse del contenido de la encíclica papal, sin vacilar un solo momento se declararon guerreros ecológicos.

La lucha entre los llamados "negacionistas", que señalan que el clima cambiaba, a veces abruptamente, de un modo u otro antes de la aparición del hombre y que por lo tanto sería poco razonable atribuirle todas las variantes, y los presuntamente convencidos de que las actividades económicas recientes –o sea, para los más fervorosos, el capitalismo como tal– están arruinando el planeta se ha politizado hasta tal punto que a esta altura sería inútil esperar encontrar un análisis objetivo de los problemas planteados y de la mejor forma de solucionarlos. Con todo, es paradójico que los más resueltos a manifestarse a favor de cambios drásticos, entre ellos Francisco, también se las arreglen para criticar a un tiempo la sociedad de consumo y la extrema pobreza de países atrasados, cuyo eventual enriquecimiento dependería en buena medida del consumo ajeno. Pasan por alto el hecho evidente de que, de conformarse los norteamericanos, europeos y japoneses relativamente acomodados, además de los miembros de las clases medias emergentes de Asia y América Latina, con una vida mucho más frugal que la actual, lo que con toda seguridad merecería la plena aprobación de Francisco y de los ecologistas militantes, el resultado más probable sería una gran depresión mundial que tendría un impacto devastador en las zonas más pobres del planeta. Asimismo, aunque sería difícil argüir que el aumento impresionante de la población de África y el sur de Asia no haya contribuido a la contaminación de muchos lugares, la Iglesia Católica se opone con tenacidad a todos los esfuerzos por frenar el crecimiento demográfico.

Otra paradoja es que en los años últimos los países más avanzados, los que según los ecologistas y el papa están provocando una catástrofe climática, han logrado reducir mucho las emisiones de los gases supuestamente responsables del calentamiento y, gracias al progreso tecnológico, están modificando sus industrias para que sean cada vez más "verdes", pero los aún atrasados, como China, Rusia, la India y Brasil, no han podido darse tantos lujos. Como resultado, dichos países ya enfrentan desafíos ambientales que son mucho más graves que los que tantos conflictos motivan en el mundo rico. Como es natural, los gobiernos de los países en desarrollo se niegan a tomar medidas que a su juicio les impedirían cerrar la brecha aún amplia que los separa del Occidente avanzado. De vez en cuando, algunos internacionalistas tratan de convencer a los preocupados por el cambio climático de que los ricos deberían subsidiar más a los pobres, una propuesta que, por razones comprensibles, los norteamericanos, europeos y japoneses se resisten a tomar en serio. Por lo demás, no cabe duda de que, aun cuando lo hicieran, una transferencia de recursos financieros en gran escala resultaría contraproducente, ya que, entre otras cosas, privaría a los países emergentes de mercados para los bienes que exportan. Así las cosas, sorprendería mucho que la militancia ecológica del Vaticano tuviera más influencia en el mundo real que los esfuerzos de la Iglesia Católica por erigirse en paladín de los pobres, aunque, claro está, podría permitirle desempeñar un papel más visible en muchas conferencias internacionales.

Río Negro (Argentina)

 



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