Así y todo, parecería que las potencias occidentales, tanto Estados Unidos como los países miembros de la Unión Europea, siguen resignados a convivir con el yihadismo con la esperanza de que la crueldad extrema que lo caracteriza termine asustando tanto a los demás musulmanes que se encarguen de eliminarlo. Por desgracia, no hay señales de que los supuestamente moderados estén por rebelarse contra los fanáticos que, al grito de "Alahu Akbar", o sea "Alá es el más grande", están cometiendo tantas atrocidades horrorosas. Si bien algunos musulmanes de convicciones liberales reconocen que el terrorismo religioso sí tiene raíces en las tradiciones de su credo, la mayoría, lo mismo que dirigentes occidentales como el presidente norteamericano Barack Obama y el primer ministro británico David Cameron, insiste en que no tiene relación alguna con el islam y acusa de "islamofobia" a quienes discrepan.

La actitud apaciguadora asumida por casi todos los gobiernos occidentales se debe a la conciencia de que sería catastrófico que los conflictos sectarios que están desgarrando el Oriente Medio, el Norte de África y muchos países del sur de Asia se replicaran en el resto del mundo, lo que posibilitaría un "choque de civilizaciones" de consecuencias que con toda seguridad serían nefastas, pero les está resultando cada vez más difícil impedir lo que tanto temen. Según las encuestas de opinión, en Europa buena parte de la ciudadanía está convencida de que el islam es incompatible con la democracia pluralista y, mal que les pese a los "multiculturalistas", quiere defender su propia forma de vida, de ahí el surgimiento reciente de movimientos habitualmente calificados de "ultraderechistas", de los que el más poderoso es el Frente Nacional francés.

Huelga decir que los aliados más valiosos de quienes creen que Europa tendrá que reaccionar antes de que sea demasiado tarde frente a lo que muchos toman por una invasión son los islamistas, mientras que, además de las víctimas directas, los más perjudicados por los ataques que se han hecho rutinarios son musulmanes pacíficos que, luego de huir de países como Siria, Irak, Eritrea y Afganistán, buscan asilo en la Unión Europea. También corren peligro muchos inmigrantes que viven en Europa pero que se han resistido a adaptarse a lo que, para ellos, es una cultura insoportablemente ajena.

Para estupor de quienes previeron que los hijos y nietos de inmigrantes oriundos de sociedades musulmanas resultarían ser tan occidentales como sus vecinos nativos, millares de jóvenes nacidos en Francia, Bélgica, el Reino Unido y otros países se han ido a Siria e Irak para sumarse a las huestes de Estado Islámico, donde no han vacilado en cometer crímenes de lesa humanidad. Mientras tanto, algunos que han permanecido en Europa han perpetrado atrocidades igualmente brutales en Londres, París, Madrid y otras ciudades. Los servicios de seguridad de la UE temen que pronto regresen desde el Oriente Medio miles de combatientes islamistas dispuestos a repetir en sus países de origen lo que ya han hecho en el territorio conquistado por EI. Asimismo, saben que entre los refugiados desesperados que están llegando a las costas de Italia y Grecia se esconden algunos yihadistas, lo que ha brindado a los gobiernos europeos un pretexto legítimo para resistirse a permitirles entrar. Por desgracia, parecería que estamos en la fase inicial de una guerra religiosa confusa que podría prolongarse por muchos años más, ya que tanto una reacción violenta por parte de los europeos como una pacifista inspirada en la esperanza de contar con el apoyo de los musulmanes moderados estimularían a los fanáticos a redoblar la lucha.