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29/08/2011 | Libia después de la tormenta

Oscar Guisoni

Derrotado Gadafi, hay dudas sobre la orientación de quienes se harán del poder y cómo reconstruirán el país. Mientras, Occidente intenta sacar provecho del río revuelto.

 

La guerra civil en Libia entró desde la semana pasada en una etapa de definición. La caída de la capital, Trípoli, puso contra las cuerdas al régimen de Muamar Gadafi, aunque el destino del hombre que gobernó el país con mano de hierro durante 42 años seguía siendo, al cierre de este artículo, un misterio, y el triunfo de los denominados rebeldes tampoco asegura un tránsito directo hacia un sistema democrático o al menos respetuoso de mayores libertades individuales y colectivas: detrás del Consejo Nacional de Transición (CNT) se esconden fuerzas tan autoritarias como las que sustentaron el antiguo régimen. Viejos enfrentamientos tribales, negocios petroleros y un redituable tráfico de armas con Occidente fueron motor y combustible de la guerra desarrollada con el apoyo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que terminó inclinando la balanza a favor de las fuerzas opuestas a Gadafi. El nuevo gobierno tendrá que afrontar una complicada agenda cuando logre afianzarse en un territorio por ahora muy resbaladizo.

El previsible desenlace en este país del norte de África despierta inquietudes en el resto del mundo árabe, donde la llamada “primavera” política sigue haciendo arder viejos gobiernos —como en Siria— y provoca dudas en los países donde su estallido ya se llevó por delante a los antiguos dictadores —Túnez y Egipto—, al tiempo que despierta esperanzas donde todavía no ha asomado su rostro —Irán, Jordania o el mismísimo Irak, aún bajo el shock de la invasión estadunidense.

¿DIFERENTE PORVENIR?

El posible triunfo militar de los rebeldes libios deja muchas preguntas sin respuesta: ¿hacia dónde irá el nuevo régimen? ¿Convocará a elecciones el próximo año, tal y como lo ha prometido el Consejo esta semana? ¿De qué manera negociará con los sectores que hasta ayer apoyaban a Gadafi? ¿Sólo se trata de un cambio de figuras en la cúpula del poder y en poco tiempo todo volverá a ser como ha sido durante las últimas cuatro décadas?

El rol que jugará Occidente en la transición será clave. Hasta ahora las potencias europeas han demostrado más interés en el petróleo y en los jugosos negocios de venta de armas que en promover una auténtica democracia en el país, y nada hace prever que las cosas vayan a cambiar en los próximos meses. “Como todos los demás, Libia sufrió el cáncer del mundo árabe: la corrupción financiera y moral. ¿Será diferente el porvenir?”, se preguntaba esta semana el prestigioso periodista inglés Robert Fisk, especialista en el mundo árabe, en el diario británico The Independent.

“Hemos pasado demasiado tiempo ensalzando el valor de los combatientes por la libertad de Libia en sus recorridos por el desierto, y demasiado poco examinando la naturaleza de la bestia, el pegajoso CNT (sic), cuyo supuesto líder, Mustafa Abdul Jalil, ha sido incapaz de explicar por qué sus camaradas —y tal vez él mismo— maquinaron el asesinato del comandante de su propio ejército el mes pasado. Ya Occidente ofrece lecciones de democracia a la nueva Libia, aconsejando con indulgencia a sus líderes no electos cómo evitar el caos que ostensiblemente causamos a los iraquíes cuando los ‘liberamos’ hace ocho años. ¿Quién recibirá los sobornos en el nuevo régimen —democrático o no— cuando esté instalado?”.

PERSPECTIVAS

“Las perspectivas de futuro dependen del apoyo que tenga ahora la oposición, porque lo que se está viviendo en este momento es un gran vacío de poder”, explicaba esta semana a M Semanal Saled Jari, dirigente de la oposición residente en España. “Si el CNT llega a implantarse en las ciudades ya conquistadas, la gente tiene mucha voluntad de mejorar y de vivir otra vida. La ausencia de Gadafi hace ya que las cosas sean mucho mejores”.

La desaparición del dictador, sin embargo, deja muchas incertidumbres. “De momento la situación sigue siendo la que era. De hecho, hay dualidad de poder”, advertía esta semana el presidente ruso Dmitri Medvédev ante el optimismo de Occidente. Para el Kremlin, que conoce al dedillo los teje manejes del otrora líder revolucionario africano, Gadafi mantiene influencia y capacidad militar, apoyado en un entramado tribal que le permitió mantenerse 42 años en el trono.

Saled Jari, sin embargo, no cree que las tribus libias hayan jugado un papel tan importante ni en el sostén de la dictadura ni en la guerra actual. “No se puede analizar la situación desde el punto de vista de las tribus, sino de las personas que por su propia voluntad apoyaron o no a Gadafi. Ninguna tribu lo hizo en bloque. Algunas tribus han tenido un papel fuerte, pero nunca como tribu sino más bien porque muchos miembros de la misma han apoyado al gobierno”, sostiene Jari. “No sirve hacer el análisis tribal en Libia, porque las tribus no tienen territorio; tienen más que ver con costumbres sociales. Y en las ciudades hay mucha mezcla. Esto no es una guerra tribal ni mucho menos”.

“Yo no tengo demasiadas esperanzas en el futuro”, advierte Mahrus, un refugiado político libio residente en España que prefiere mantener su apellido en el anonimato porque teme por su estatus legal. “Las tribus siguen siendo muy importantes”, explica a M Semanal, “y del descontento de algunas de ellas surgió esta revuelta, que encubre más una lucha por el poder que una auténtica voluntad democrática de quienes la impulsaron. Mire si no a quienes forman parte del llamado CNT: hay desde antiguos monárquicos hasta liberales y extremistas musulmanes. A veces creo que Occidente no es muy consciente de a quién está apoyando, y si lo es, no le importa mucho, porque priman más los negocios que las cuestiones ideológicas”. Saled Jari, sin embargo, está convencido de “que la voluntad del Consejo es llamar a elecciones en los próximos meses”, y sueña con una Libia democrática en la que se pueda vivir sin temer al déspota en turno.

NEGOCIOS

Desde el punto de vista demográfico, Libia no es un país importante: con sus poco más de seis millones de habitantes tiene un peso relativo en la región. Pero su rol de cuarto exportador africano de petróleo lo vuelve imprescindible. Si a esto se le suma el papel de proveedor de gas europeo y su ubicación frente a las costas del Mediterráneo, se entienden las prisas occidentales por resolver la cuestión. Una muestra clara ha sido, durante las últimas semanas, la caída del principal argumento que usaron los países europeos y Estados Unidos en Naciones Unidas para legalizar la intervención de la OTAN: se buscaba, se dijo, evitar la masacre de la población por parte de las tropas de Gadafi luego de que fracasara una revuelta al estilo egipcio hace seis meses. Pero los sucesos en Siria, donde Bashar Al Assad usa tanques contra su población cada día sin que a nadie se le ocurra plantear una intervención armada en su contra, han dado por tierra con el principal respaldo argumental que tenían los gobiernos occidentales para sostener la guerra ante sus opiniones públicas.

Los periplos y las andanzas del tirano en desgracia también giran en torno a los negocios: fue primero considerado una bestia terrorista por Occidente, luego de protagonizar en los años setenta una revolución tercermundista con tintes de panarabismo nacionalista, para volverse luego sólo un “autoritario capaz de poner freno al islamismo”, y a partir del 2000, se transformó en un amigo fiable del eje de negocios París-Roma-Londres: Libia vendía petróleo y gas barato a Europa, y compraba armas caras. Las cifras hablan por sí solas: sólo entre 2005 y 2009, según el periódico británico The Guardian, los países europeos vendieron a Libia armamento por 834.54 millones de euros. La Italia de Silvio Berlusconi, la más reacia a participar en la actual guerra, fue una de las más beneficiadas, con 276.7 millones, mientras que la Francia de Nicolás Sarkozy no se quedó atrás, con 210.15 millones. Londres fue el tercer proveedor en importancia: suministró armas a la dictadura por 119.35 millones de euros. Alemania, con 83.48 millones, y Grecia con 79.7, ocupan el cuarto y quinto lugar de una lista que incluye también a España, Portugal, Bélgica, Austria y Bulgaria.

RECONSTRUCCIÓN: DANZA DE LOS MILLONES

Fue por este motivo que cuando Barack Obama decidió bajarle el pulgar a Gadafi en muchas capitales europeas se fruncieron ceños. Pero el pragmatismo obliga, y antes de que el dictador cayera los franceses se apresuraron a asegurarse el negocio ofreciendo a los rebeldes sus servicios; una investigación del diario Le Figaro descubrió que a partir de mayo los galos comenzaron a armar a los insurgentes sin haberlo consultado siquiera con la OTAN. Según el matutino conservador, aviones franceses descargaron en las montañas de la zona de Jebel Nefusa, al oeste del país, lanzagranadas, fusiles de asalto, metralletas y misiles anticarro. El portavoz militar francés, Thierry Buckhard, los justificó como “envíos humanitarios”.

“¿En cuánto tiempo los liberadores de Trípoli echarán mano a los archivos de los ministerios del Petróleo y de Relaciones Exteriores de Gadafi para averiguar los secretos de los idilios de Blair-Sarkozy-Berlusconi con el autor del Libro verde? ¿O se les adelantarán los espías británicos o franceses?”, se preguntaba Robert Fisk esta semana en su columna. La población libia, mientras tanto, asiste impasible a un enfrentamiento brutal cuya resolución todavía no está a la vista. Tan sólo en los combates por ocupar la capital la semana pasada murieron entre 400 y mil 700 personas, según distintas fuentes. La infraestructura del país, coinciden la mayor parte de los periodistas presentes en el territorio, ha sido en su mayoría destruida. Los costos de la reconstrucción todavía no se han evaluado, pero los especialistas los consideran ya muy elevados. En vista de los antecedentes de Irak y Afganistán, instituciones y ONG que vigilan este tipo de procesos advierten también de los previsibles negocios a los que dará lugar la futura danza de millones destinados a reparar los destrozos que causó la guerra. En las capitales occidentales los convidados de siempre ya comienzan a paladear las mieles de la anunciada transición.

Milenio (Mexico)

 


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