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09/12/2010 | Brasil - Guerras cariocas

Oscar Guisoni

La escalada policiaco-militar contra las mafias y organizaciones criminales de las favelas de Río de Janeiro, es el primer paso hacia la transformación urbana de la capital con miras al Mundial 2014 y la Olimpiada 2016.

 

Sólo faltaron los barcos de guerra disparando desde la bahía de Guanabara. El operativo policial militar para recuperar el control de algunas de las favelas más emblemáticas de Río de Janeiro dejó estupefacto al mundo y produjo importantes reacomodos políticos en Brasil. Mientras la presidenta electa Dilma Rousseff da a entender que apoya estos expeditos métodos para liberar a la ciudad del agobiante dominio de las bandas de narcos, medida imprescindible para garantizar la seguridad durante el próximo Mundial de Futbol en 2014 y en los Juegos Olímpicos de 2016, aumentan las voces de alarma a escala mundial que alertan de la debilidad de los Estados a la hora de enfrentar un poder cada vez más militarizado y en creciente aumento. La miniguerra carioca dejó una treintena de muertos, algunos de ellos civiles inocentes, centenares de heridos y delincuentes detenidos y la impotencia de saber que muchos de los 600 narcos que la policía supone actuaban en el territorio recuperado huyeron durante los combates… a las favelas vecinas.

“¡Sujétese!”, sugiere Isa Albuquerque y se persigna antes de apretar a fondo el acelerador. La noche es estupenda, veraniega, pero Isa tiene el coche cerrado a cal y canto y atraviesa las calles de Río sin hacer caso de semáforos ni peatones. No habían pasado más de tres horas de la llegada de mi avión y ahora me encontraba en el auto de la directora del festival de cine Hispano Brasilero, viendo pasar la ciudad como si fuera un territorio hostil. “¿Y si viene alguien lanzado porque vio el semáforo verde?”, pregunto. “¡Esto es Río!”, me contesta Isa. “Mejor chocar que ser asaltado”. Esto fue en noviembre de 2007. Al ver los tanques en las calles durante estos días entendí que las cosas no han cambiado mucho desde entonces; basta ver la magnitud del arsenal recuperado por militares y policías la pasada semana. Armamento pesado, obuses capaces de perforar vehículos blindados y hasta una ametralladora .50 de uso exclusivo de las Fuerzas Armadas, capaz de derribar aviones en pleno vuelo. “Algún día lo harán”, recuerdo que comentó sin inmutarse un cineasta carioca en una de las tantas tertulias del festival. Desde hace años los cariocas tienen la impresión de vivir en un Estado aparte, sin ley ni futuro. Están acostumbrados al peligro… aunque no por eso dejan de encomendarse a los dioses cada vez que tienen que atravesar la ciudad a medianoche.

En 2007 el gobernador de la región era ya Sergio Cabral, del Partido del Movimiento Democrático Brasilero, un vital aliado del presidente Lula da Silva. Cabral ha sido reelecto en las recientes elecciones generales y antes de ser gobernador fue alcalde de la ciudad. En su página web (http://www.sergiocabral.com.br/) el gobernador mostró el reciente ataque a las favelas como si se tratara de un episodio de la serie 24. La foto principal del portal el pasado miércoles era elocuente: dos pobladores del Complejo Alemao, una zona de unas 200 hectáreas en el norte de la ciudad en la que se encuentran unas 15 favelas, lavaban con una manguera una de las calles del barrio. “De alma lavada”, titulaba la web, y unos videos colgados debajo de la foto invitaban a ver las tropas entre “bastidores” “minutos antes de la invasión” y los momentos “de tensión” durante “la conquista”. El elocuente relato se cerraba con un corto video en el que se muestra el momento en que los militares izan la bandera brasilera en la cima del morro. “Ellos permitieron que las cosas llegaran a este punto”, me dijo en 2007 sin contemplaciones Rachel, una productora del Instituto Brasilero de Cine que se había ido a vivir a San Pablo harta de la inseguridad que reina en La ciudad maravillosa.

DE CAPITAL DE LA REPÚBLICA A CAPITAL DEL NARCO

¿Cuándo comenzó a desmadrarse Río? Fundada el primero de marzo de 1565 por el militar portugués Estácio de Sá, en 1763 se convirtió en sede de la administración colonial portuguesa hasta 1808, cuando la familia real abandonó Lisboa luego de la invasión de Napoleón y decidió declarar a Río la capital del reino. De esa manera la ciudad se transformó en la única capital europea… fuera de Europa. En 1822, cuando Brasil se proclamó independiente, Río fue designada capital. En las últimas décadas del siglo XIX empezaron sus problemas, cuando la población se duplicó al calor de la llegada de inmigrantes europeos y de los antiguos esclavos negros que ahora pasaban a engrosar las filas de las clases obreras urbanas.

“El mayor problema de Río”, me dice Isa Albuquerque, “es su geografía”. Atrapada entre cerros —los famosos morros—, la parte más prospera de la ciudad se afincó en las zonas bajas, mientras el pobrerío se distribuyó por las partes altas, muchas de ellas de escarpado y difícil acceso. Pero mientras en la mayor parte de las ciudades latinoamericanas las zonas más pauperizadas se encuentran en la periferia, en Río los barrios ricos y de clase media conviven con los pobres, muchas veces con sólo una vereda de por medio, intercalándose a lo largo de todo el casco urbano. Al visitar una de las magníficas playas de la ciudad, a pocos metros hay una favela y, frente a la playa, un gigantesco edificio abandonado. “¿Qué es?”, pregunto. “Un hotel, tuvieron que cerrarlo porque estaba tan cerca de la favela que los turistas dejaron de venir”, me cuentan.

Entre los años cuarenta y sesenta del siglo XX, cuando el desarrollismo comenzó a transformar Brasil en la potencia económica que es hoy, la ciudad se multiplicó por dos, pasando de tener 1.7 millones de habitantes a contar con 3.3 millones. Hoy son 6.2 millones y, si se cuenta también el área metropolitana, son 11.4 millones. En 1960, cuando se concluyó con la construcción de Brasilia, la ciudad dejó de ser la capital de la República y “entonces empezó nuestra decadencia”, sostienen a coro los cariocas. Cerca de 20 por ciento de los habitantes de Río vive en las favelas.

Cuando el presidente Lula de Silva anunció que el Mundial de 2014 se realizaría en Brasil, noticia a la que se sumó la elección de la ciudad como sede de los Juegos Olímpicos en 2016, los grupos criminales, formados en los años ochenta, cuando la cocaína se transformó en la nueva moda de las clases acomodadas del país, entendieron que se aproximaba una ofensiva del Estado contra ellos. Así fue como dejaron de lado su tradicional rivalidad y se aliaron para desafiarlo. La respuesta del gobierno fueron más de 800 soldados movilizados, 10 vehículos blindados del Ejército, tres helicópteros de la Fuerza Aérea y 300 agentes federales involucrados en la mayor operación contra el narco que haya tenido lugar en las favelas de Río en toda su historia.

NI MEXICO NI COLOMBIA

“Llévame a la Rocinha”, le pedí a un fotógrafo carioca con el que había trabado amistad. “¿Quieres hacer turismo de pobre o te pica la curiosidad periodística?”, respondió él con ironía. Ubicada entre la Pedra dos Dois Irmãos y el Morro do Cochrane, la Rocinha es la segunda favela más grande de Río. Y la más impactante. A partir de 2001 sus casi 60 mil habitantes se han visto beneficiados por un plan urbanístico que reordenó el caótico barrio al que ahora pueden acceder incluso los turistas guiados por empresas especializadas. Pero la Rocinha no todos los días está tranquila. La favela está en manos del grupo criminal Amigos dos Amigos (ADA), cuya alianza con el Comando Vermelho (CV), la banda narcodel Complejo Alemao, motivó la reciente incursión del Ejército.

Llegamos a la favela un día en que los ADA habían asaltado y quemado por la mañana un autobús de pasajeros, en una de esas típicas maniobras para presionar al gobierno regional que los narcos cariocas practican cada vez con más asiduidad. En represalia la ciudad envió un centenar de policías montados en una cincuentena de paupérrimas patrullas que poco pudieron hacer frente a la sofisticación de sus enemigos. Llegamos a la Rocinha minutos después del final de la batalla. Coches quemados, ambulancias que retiraban a los policías y civiles heridos. “Esto pasa todos los días” musitó mi amigo, y pegó la vuelta.

Pero Río no es México, ni Colombia. Y esto lo saben bien en el Laboratorio de Análisis de Violencia de la Universidad Estatal de Río de Janeiro, que ha producido importantes investigaciones sobre el tema. En una reciente entrevista al diario La Nación, de Buenos Aires, su coordinador João Trajano explicaba la diferencia entre la criminalidad carioca y el conflicto mexicano. En México “los narcos son intermediarios de cocaína que se han vuelto jugadores de peso en el mercado y han ganado terreno con el tráfico de marihuana local que introducen también a lo largo de la frontera estadunidense”, sostiene Trajano; “Ante esta situación, las autoridades mexicanas han intentado una respuesta militarizada que no parece estar dando buenos resultados”. Mientras que en Río “los narcotraficantes están poco organizados, tienen estructuras primitivas, comercian las drogas dentro de la ciudad o a lo sumo en el estado de Río de Janeiro y, por lo tanto, su actividad les produce un volumen mucho menor de riquezas”.

Las principales bandas que operan en la ciudad se dedican a vender droga a los consumidores de las clases acomodadas locales o la envían a Europa oficiando de agentes intermediarios entre los clanes criminales que tienen origen en Bolivia o Colombia, y las incipientes mafias de angoleños y nigerianos que usan el territorio africano para penetrar mejor por las fronteras menos controladas del Viejo Continente. A pesar de la espectacularidad de sus acciones y del enorme problema de seguridad que representan para esta ciudad, que es el principal destino turístico de América del Sur, el narcotráfico carioca sigue siendo un negocio minorista que manejan tres grandes pandillas: el CV, ADA y el Terceiro Comando.

La alianza entre estos grupos criminales para defenderse de la creciente política de control ejercida por el Estado, que tiene previsto realizar grandes inversiones en los próximos años en infraestructura y seguridad para estar a la altura de los eventos deportivos que se vienen, motivó el ataque sin precedentes de la pasada semana. Lula da Silva asumió el costo político de la operación porque está en retirada, pero su sucesora, Dilma Rousseff, ya dejó claro que no le temblará la mano a la hora de limpiarle la cara a la “cidade maravilhosa”. Mientras tanto, los grupos defensores de los derechos humanos miran con recelo ese uso de la violencia estatal, a pesar de que los militares implicados tienen experiencia en la misión de paz de Naciones Unidas en Haití y por lo tanto se supone que saben cómo evitar un baño de sangre en un núcleo urbano.

Los cariocas estarán observando lo que ocurre con su tradicional parsimonia e ironía. Y tal vez, sólo tal vez, con una pizca de esperanza.

Milenio (Mexico)

 


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