El apoyo de Brasil, Uruguay y Chile al reclamo argentino de soberanía sobre las islas desbalanceó a Gran Bretaña, que ha enviado buques a esas aguas donde, además, hay petróleo.
A 30
años del comienzo de la guerra que enfrentó a Gran Bretaña (GB) con Argentina
en 1982, la cuestión de las islas Malvinas vuelve a calentar el tablero
diplomático sudamericano. Varios logros de la administración de Cristina
Fernández a escala internacional forzaron al canciller británico, David
Cameron, a introducir el tema en la agenda y a mover fichas que hacía tiempo no
se ponían en movimiento. De Uruguay a Chile, de España a Estados Unidos (EU),
hasta llegar a la antesala de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la
disputa en torno a la soberanía del archipiélago sigue latente y agita
fantasmas en varios puntos del globo. La divulgación que hizo WikiLeaks de los
correos electrónicos de la agencia de inteligencia privada Stratfor añadió más leña
al fuego.
Los
aniversarios, se sabe, son la excusa perfecta para agitar la agenda. El
gobierno argentino no iba a dejar pasar la oportunidad. El próximo dos de abril
se cumplen 30 años del desembarco del Ejército albiceleste en las islas, cuya
soberanía reclama desde 1833. La aventura militar emprendida por el dictador
Leopoldo Fortunato Galtieri se saldó con una estrepitosa derrota. Los
argentinos se vieron obligados a firmar una rendición incondicional ante las
tropas inglesas el 14 de junio de ese mismo año, mientras los reclamos
soberanos pasaban, a partir de ese momento, a dormir el “sueño de los justos”.
EN
AGENDA
Las
armas imponen razones que la diplomacia sólo puede torcer con astucia, algo que
la Cancillería argentina tuvo muy presente desde el regreso de la democracia al
país en 1983. El gobierno del radical Raúl Alfonsín (1983-89) se limitó a
plantear las históricas reclamaciones ante la asamblea anual de la ONU, pero el
margen de maniobra con la guerra apenas finalizada era mínimo para Buenos
Aires. GB aprovechó su victoria para reafirmar la presencia militar en el
archipiélago y concedió a sus habitantes, los kelpers, ciudadanía plena con el
objetivo de evitar cualquier tentación aventurera de los isleños.
La
llegada al poder del peronista Carlos Saúl Menem (1989-1999) no cambió mucho
las cosas. Alineado incondicionalmente con EU, Menem comenzó una campaña de
seducción de los isleños que incluyó desde ofertas económicas hasta el envío de
ridículos regalos a cada una de sus casas. Más allá de uno que otro sobresalto,
el amperímetro diplomático no se movió. Londres siguió mirando para otro lado
cada vez que los argentinos reclamaban soberanía y el resto de la región
contempló el escenario con parsimonia, sin el más mínimo interés por entrar a participar
en grandes juegos.
El siglo
XXI encontró a la Argentina sumida en la más profunda crisis económica y
política, razón por la cual el tema siguió sin despertar grandes pasiones.
Hasta que Néstor Kirchner llegó al gobierno (2003-2007) y retomó la senda de
reclamo soberanista a secas que había caracterizado a la mayoría de las
administraciones argentinas durante el siglo XX. Pero para mover el tablero
hace falta algo más que meras declaraciones discursivas en la ONU. Con la vista
puesta en la conmemoración de los 30 años de la derrota en la guerra, el
gobierno de Cristina Fernández (2007 hasta la actualidad) comenzó a tejer con
paciencia un nuevo entramado diplomático con el objetivo de obligar a los
británicos a poner nuevamente el tema en la agenda internacional.
BUQUES,
PUERTOS, PRÍNCIPES Y ALIADOS
En
febrero de 2010 el gobierno argentino comenzó a exigir permisos de viaje a los
barcos que entraban en sus aguas rumbo a las Malvinas. La cancillería porteña
detectó que el verdadero punto flaco de las islas es su comunicación con el
exterior, y así comenzó a urdir una estrategia para sumar al resto de los
países de la región en una operación de aislamiento económico y político del
archipiélago, cuya intención era forzar a GB a negociar. Brasilia cerró filas
con Buenos Aires, y a finales del año pasado la decisión del presidente
uruguayo, José Mujica, de no permitir que buques con bandera de las Malvinas
utilizaran sus puertos para reabastecerse le puso la cereza al pastel.
Londres
no tardó en acusar recibo. La bandera de las Malvinas es un invento británico
para dotar a las islas de una autonomía que en realidad no tienen, además de
que la insignia no ha sido reconocida por la comunidad internacional. La
estrategia obligó a GB a hacer uso de sus propias banderas para abastecer el
archipiélago, con lo que reconoció de facto lo que no quiere admitir: que las
islas son una colonia y por lo tanto merecen el mismo tratamiento de
descolonización propuesto por la ONU para otros antiguos enclaves coloniales
europeos aún vigentes.
Mientras
en la última reunión anual del Mercosur en 2011 Argentina reforzaba su posición
con el apoyo incondicional de sus socios sudamericanos, apareció en escena un
actor inesperado que cambió todo el tablero: Chile. En 1982 el país
transandino, gobernado en ese entonces por el dictador Augusto Pinochet, había
apoyado abiertamente a GB en la guerra, y permitió el uso de sus puertos sobre
el Pacífico Sur para el reabastecimiento de la flota enviada por Margaret
Thatcher para poner fin a la invasión argentina. El episodio produjo heridas de
difícil cicatrización entre ambos países, que comenzaron a saldarse con la
llegada de la democracia a Chile en 1990. Pero la alianza de Chile con GB
permaneció sólida, hasta que hace apenas unas semanas Sebastián Piñera tomó la
histórica decisión de apoyar la posición argentina y Londres encendió todas las
luces de alarma.
Ante el
nuevo escenario diplomático, el premier británico David Cameron no tuvo otra
opción que salir al ruedo: llamó personalmente a Piñera para explicarle la
posición inglesa y pedirle que recapacite. La ofensiva coincidió con la
protesta de dos senadores oficialistas chilenos que le recriminaron al
Presidente su cambio de posición en una carta abierta, recordándole que GB era
una aliada histórica de Chile a la que no valía la pena enfadar. Pero Piñera se
mantuvo en sus trece, así como lo hizo el ministro de Relaciones Exteriores
uruguayo, Luis Almagro, cuando recibió las presiones de boca del canciller
británico William Hague. Pero la estocada final no provino de los países
sudamericanos, sino de EU.
A
finales de enero, en plena escalada de declaraciones, el gobierno de Barack
Obama exigió a ambos países que diriman sus diferencias pacíficamente en una
mesa de negociaciones, un modo elíptico de reconocerle a Argentina sus
exigencias y dejar a Londres desamparado.
Mientras
el canciller argentino Héctor Timerman se apresuraba a agradecer a Washington
su posición, GB elevó la apuesta. En desafortunadas declaraciones en Londres
ante el Parlamento, Cameron calificó a Argentina de “colonialista”, anunció el
viaje del príncipe William a las islas para realizar un programa de
entrenamiento militar y envió el moderno destructor HMS Dauntless a patrullar
el Atlántico Sur en una maniobra que Buenos Aires se apresuró a tildar de
“armamentista”.
LOS
CORREOS DE STRATFOR
Cuando
los mares estaban ya tan revueltos que aun la oposición argentina clamaba que
la estrategia de Buenos Aires podía llegar a conducir a una nueva guerra —al
menos así lo afirma una curiosa carta abierta firmada por un grupo de
intelectuales y periodistas opositores al gobierno de Cristina Fernández—,
apareció WikiLeaks en escena y el ambiente se volvió aún más turbio. La organización
dirigida por Julian Assange decidió filtrar millones de correos electrónicos
sustraídos por los hackers a la agencia de inteligencia privada Stratfor. Entre
los materiales que envió para su análisis al diario argentino Página/12
aparecieron una serie de mensajes referentes al conflicto en torno a las islas
Malvinas que produjeron un gran impacto en la opinión pública continental.
Stratfor
es una agencia que actúa por encargo de clientes importantes, como grandes
multinacionales y cabilderos del poder económico, por lo que sus correos
internos revelan preocupaciones del mundo empresarial que pocas veces se ponen
de manifiesto. La cuestión de las Malvinas no podía faltar en un menú tan
amplio. El desencadenante fue el petróleo que GB afirma haber encontrado en
yacimientos marítimos en torno a las islas. En abril de 2009 un grupo de
empresas petroleras británicas anunciaron que comenzarían a perforar en las
aguas territoriales argentinas que rodean el archipiélago, lo que motivó un
intenso intercambio de correos entre analistas y espías de la agencia.
Los
correos describen con detalles las diferentes posiciones de empresas y
gobiernos en torno al petróleo en Sudamérica. Entre esos mensajes, el editor en
jefe de noticias internacionales de Página/12, Santiago O´Donnell, rescata el
que envía un tal Paulo Freire, corresponsal de la agencia en Brasil, en el que
se afirma que “desde que Lula llegó al poder, Brasil ha dado señales de apoyo
para Argentina en el tema Malvinas. No quieren al Reino Unido cerca de sus reservas
de crudo”. “Interesante”, le responde su jefe desde EU, “¿así que Brasil se
está posicionando como el protector de Argentina? Supongo que lo pueden hacer
si perciben que Argentina está débil”. La respuesta de Freire no deja lugar a
dudas: “Ellos creen que Argentina no es una amenaza. Le tienen más miedo al
Reino Unido porque lo asocian con la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN). El último plan nacional de Defensa de Brasil dice que el
Atlántico Sur debería ser una de las prioridades del país en el área de
seguridad”.
Según
Página/12, entre los más de 10 mil correos de la agencia referidos a Argentina,
el conflicto en torno a las Malvinas es uno de los que más atención acapara
entre sus clientes. “En particular”, afirma O´Donnell, “el grado de apoyo que
Brasil estaría dispuesto a darle a la Argentina” en un hipotético conflicto y
el nivel real de militarización de la zona por parte del Reino Unido. Como
Stratfor cuenta con fuentes de inteligencia militar y analistas provenientes de
las agencias estadunidenses, el nivel de la información que maneja suele ser
muy específico. Uno de esos mensajes internos cita como “activos del Reino
Unido en estación Malvinas: el destructor con misiles guiados HMS York, el
navío de patrullaje offshore HMS Clyde, el carguero auxiliar de la Flota Real
Wave Ruler y cuatro cazas Typhoon de superioridad aérea”. En otro mensaje,
perteneciente al “analista táctico” Alex Posey, se agrega que los británicos
“mantienen una rotación de submarinos en la región desde 1982”. Visto lo visto,
está claro que las aguas en el Atlántico Sur están agitadas y que las Malvinas
siguen siendo el punto más caliente del hemisferio sur latinoamericano.