Primero, el Ejército empieza a aparecer en los medios como violador de derechos humanos.
Segundo, se le da trato legislativo de institución de riesgo más que de garantía de seguridad para los ciudadanos.
Tercero, se cuestiona su línea de mando en materia de seguridad interior.
Cuarto, se plantea la reforma de sus códigos de justicia sin ofrecer las seguridades jurídicas especiales que su función requiere.
Si yo fuera militar estaría inconforme y aún agraviado por estas tendencias.
Porque se imponga en el público la cuenta de las víctimas inocentes sin el correspondiente duelo por los soldados caídos en combate.
Porque se dé trato de institución de riesgo a quien no ha hecho sino tomar los riesgos que ordena el Comandante en Jefe.
Porque se someta la línea de mando al arbitrio de poderes civiles y policiales que nada tienen que ver con el mandato constitucional de garantizar la seguridad interior.
Porque pretenda suspenderse el fuero de justicia militar sin haber construido la red judicial civil que proteja el trabajo castrense, especial como ninguno: ejercer el monopolio legal de la violencia.
Por los ecos de este malestar en la prensa, se diría que hay una parte del Ejército dispuesta a aceptar las tendencias derogatorias y otra parte del Ejército indispuesta.
Creo que lo que ha sucedido estos días es una fractura de actitudes políticas dentro del Ejército.
Una parte del Ejército está más o menos de acuerdo con la Ley de Seguridad Nacional que votaron los senadores. Fue la parte del Ejército que produjo el ambiente de acuerdo, y aun de festejo, con la legislación que aprobó el Senado.
Pero otra parte del Ejército estuvo en desacuerdo, lo hizo saber con claridad, y es el origen de la posposición de la ley en la Cámara de Diputados.
Mal síntoma que estos problemas, centrales para la gobernabilidad de la República, se ventilen mediante rumores, versiones, mensajes indirectos.
El Ejército mexicano debe salir de su carapacho corporativo, volverse parte de las instituciones democráticas, ceder sus fueros y abrirse a la sociedad.
Pero lo estamos haciendo salir del carapacho de la peor manera y estamos jugando con fuego. Es decir, con la línea de fuego.