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12/10/2008 | Ucrania - El precio de renegar de Moscú

Rafael Mañuecos

El presidente ucraniano, Víctor Yúshenko, cabecilla junto con su antigua aliada, Julia Timoshenko, de aquella revuelta «naranja» que se adueñó de Kiev en noviembre-diciembre de 2004, vuelve a estar en horas bajas. Ha demostrado ser un luchador infatigable que quiere ver a su país dentro de la OTAN y la Unión Europea.

 

Sobrevivió a un envenenamiento que le desfiguró y cuyo rastro lleva hasta Moscú, según numerosas fuentes. Pero acaba de disolver la Rada -el Parlamento ucraniano- por segunda vez en año y medio, y ha convocado nuevas legislativas para el 7 de diciembre.

Pese a su vocación atlantista y su apego a Europa, Occidente no le ha tendido suficientemente la mano. El pasado 9 de septiembre en París, el líder francés Nicolas Sarkozy, presidente de turno de la UE, sólo se comprometió con Yúshenko a un posible acuerdo de asociación en 2009, negándole el camino de la integración en la UE.

En una entrevista ofrecida a este periódico en junio, el dirigente ucraniano se quejaba: «No tiene lógica que el país más grande del continente no esté presente en ninguna institución clave de Europa». En abril, en una cumbre en Bucarest, Yúshenko tampoco logró que su país fuera incluido en el Plan de Acción para la Adhesión a la OTAN (MAP), la antesala del acceso a la Alianza Atlántica. Y eso pese a ser el único Estado no aliado cuyas fuerzas participan en todas las misiones que la Alianza tiene desplegadas.

Yúshenko se ha quedado así a merced de Rusia, que no va a necesitar recurrir de nuevo a las dioxinas ni invadir Ucrania para mantener su flota del Mar Negro en la base ucraniana de Crimea, la principal preocupación estratégica de Moscú en las relaciones con su vecino occidental.

Empleado de caja de ahorros

Si un milagro no lo remedia, Yúshenko, un hombretón de aspecto afable y casado con una estadounidense, caerá el 7 de diciembre como la fruta madura. El ariete de Occidente en la frontera con la ex madre rusia nació hace 54 años en Joruzhivka. Estudió Economía, fue empleado de una caja de ahorros y dirigió el Banco Central de Ucrania entre 1993 y 1999. A él se debe la aparición de la grivna, la actual moneda del país, y las medidas para contener la galopante inflación de aquellos años.

Fue primer ministro entre 1999 y 2001. Sus reformas y las medidas anticorrupción no gustaron a la «nomenklatura» ucraniana ni a Rusia. Su popularidad le llevó a la victoria en las legislativas de marzo de 2002, aunque sin mayoría. Pero el Kremlin nunca renunció a manejar el país a su antojo.

El entonces presidente, Leonid Kuchma, dejaba el poder en 2004, y Vladímir Putin tenía designado ya a su sucesor, el prorruso Víctor Yanukóvich, jefe del Ejecutivo. Las encuestas pronosticaban sin embargo la victoria de Yúshenko. Así que el 5 de septiembre de 2004, justo al comienzo de la campaña, durante una cena con los servicios secretos ucranianos, Yúshenko recibió con la comida una potente dioxina. Desfigurado y cubierto de pústulas, tuvo que ser hospitalizado días después en una clínica de Viena.

Pese a todo, los comicios presidenciales del 31 de octubre de 2004 y su segunda vuelta se celebraron, se manipularon y, bajo la presión de la «Revolución Naranja», se repitieron. Y Yúshenko venció. Pero la coalición «naranja» se escindió en septiembre de 2005, cuando Yúshenko destituyó a Julia Timoshenko del Gobierno por tener «inclinaciones populistas». Se reconciliaron al año siguiente cuando, tras las legislativas del 26 de marzo de 2006, una coalición de prorrusos, comunistas y socialistas les dejó en minoría y Yanukóvich pasó de nuevo a ser primer ministro.

Presidenciales en 2010

En diciembre del año pasado, tras un peligroso forcejeo con empleo intimidatorio de tropas, la «dama naranja» volvía a ocupar la jefatura del Gobierno. Pero su política económica y sus coqueteos con Moscú han llevado a Yúshenko a recriminar a su ex-compañera de barricadas «ambición desmedida y ansia de poder». Con las presidenciales a la vuelta de la esquina -deberán tener lugar a comienzos de 2010 -, los sondeos atribuyen a Timoshenko y Yanukóvich un apoyo electoral en torno al 20 por ciento cada uno. Yúshenko, la esperanza de Occidente, no pasa del 8 por ciento.

El Mundo (España)

 


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