Quizá se ha producido antes de lo previsto, ya que se suponía que Israel debía esperar al domingo para dar tiempo a Egipto a mediar entre ambas partes. También es posible que el balance de víctimas mortales, al menos 225, sea muy superior a lo que podía anticiparse como represalia a unos cuantos cohetes caseros lanzados por Hamas. Pero que el grupo integrista e Israel volverían a enzarzarse en un enfrentamiento violento era, a juzgar por el intercambio producido entre ambos durante esta última semana, cuestión de tiempo.

Ambas partes se han estado responsabilizando del final de la frágil tregua suscrita el pasado mes de junio. Los militantes palestinos acusan a Israel de haber faltado a su palabra manteniendo el bloqueo sobre la Franja, mientras el país judío sostiene que Hamas no ha dejado de mantener sus escaramuzas terroristas y sus continuos ataques sobre su población civil asentada en la frontera.

Ahora, tras la jornada más sangrienta de los últimos cuarenta años, todo apunta a una nueva escalada del conflicto. Un portavoz de Hamas anunció ayer que el movimiento islamista, que ni siquiera reconoce el derecho a existir de Israel, proseguirá su resistencia «hasta la ultima gota de sangre», mientras el Gobierno israelí advertía que está dispuesto a recrudecer los ataques ante cualquier asomo de represalia por parte de los palestinos.

Por si restablecer la tregua no fuera suficientemente difícil, el problema se ve agravado por el hecho de que la Autoridad Palestina no puede hablar por Gaza desde que Hamas se hiciera con el poder en la Franja y también porque el presidente israelí, Ehud Olmert, abandona el cargo el próximo mes de febrero. Los candidatos a sucederle tienen sin duda la tentación de mostrar su firmeza ante el terror palestino, pero deberían ser muy cautos ante el riesgo de que Hezbolá se una al conflicto.