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22/06/2010 | De la subversión castrista a la corrupción chavista

Pedro Corzo

Hugo Chávez ha logrado imponer su proyecto en Bolivia y Nicaragua, y sobre Ecuador se cierne su siniestra sombra.

 

El mandatario venezolano cuenta con excelentes posibilidades de penetración y por consiguiente de desestabilización en varios países del hemisferio; sin embargo, Fidel Castro, a pesar de la violencia que patrocinó, sólo logró y eso gracias a la ayuda de más de un país democrático del continente, establecer un régimen de su gusto en Managua.

Es evidente que Chávez, aunque comparte la misma vocación totalitaria e imperialista de Fidel Castro, ha usado métodos distintos a su mentor y logrado más éxitos. Parece que sabe que sus partidarios nacionales y extranjeros tienen el dinero contante y sonante muy asociado a la ideología, por lo que ha descartado el discurso guevarista de los estímulos morales y le facilita a su gente fabulosas maletas como la que encontraron en el aeropuerto argentino de Ezeiza.

Castro auspició la bomba, el atentado y la guerrilla. La violencia que instauró en Cuba la exportó a toda América y a otros países, incluyendo varias naciones africanas. En Cuba se crearon escuelas para la subversión y entrenamiento militar, se establecieron aparatos propagandísticos y espionaje al exclusivo servicio del Máximo Líder y se organizó un cuerpo diplomático del nivel de una potencia mundial.

Chávez no es un insurrecto, es un golpista, pero según una encuesta de la época tenía un amplio apoyo popular y se ganó un padrino inesperado en el ex mandatario y senador Rafael Caldera.

Unos meses más tarde se produjo otro intento de golpe que también fracasó y el presidente Carlos Andrés Pérez, que nunca le procesó, fue destituido de su cargo. Caldera es elegido por segunda vez como presidente y pone a Chávez en libertad.

Violento, con los muertos del golpe a sus espaldas, recorrió el país. Pocos ven la sangre. Menos aún sospechan que está engendrando un movimiento populista, que con la brutalidad de las masas enfurecidas va a destruir la democracia. Visita Cuba, Castro le recibe y continúa una campaña electoral en la que plantea que hay que refundar la República, para la que convoca a una Asamblea Constituyente.

La crisis de los partidos, el desencanto popular por los múltiples problemas que enfrentaba la perfectible democracia venezolana, más el oportunismo de ciertos dirigentes políticos y empresariales que le aportaron a Hugo Chávez recursos y fórmulas políticas, ganó las elecciones de 1998.

No engañó. Dijo que había que cambiar el país, que iba a buscar una herramienta para la reconstrucción y la encontró en la constituyente que le facilitó los instrumentos necesarios para cumplir la primera etapa de su designio.

Chávez, independientemente a sus habilidades, capacidad de conducción y sentido de la oportunidad, ha tenido gran suerte. No se encontró con una Guerra Fría y una Unión Soviética lista a buscarse una base en Sudamérica pero tropezó con un barril de petróleo por encima de los $80 y un Fidel Castro en fase final como dirigente hemisférico.

El dinero le ha servido para ganar adeptos dentro y fuera del país. Es fácil triunfar en elecciones cuando los indecisos son seducidos con préstamos o sinecuras y los partidarios encumbrados a posiciones dónde la vanidad satisfecha se adorna con joyas, carros de lujo y dólares en los bancos.

Por otra parte, la explotación del nacionalismo siempre confunde al enemigo interno y galvaniza a los aliados. Ha hecho trampas. Ha proyectado internacionalmente a Venezuela en un conflicto con Estados Unidos que sabe no pasará de la retórica.

La riqueza que ha despilfarrado le ha permitido aliados de lujo, en naciones importantes. La diplomacia del petróleo barato a cambio de lealtad política asociada a compra de deudas, préstamos escritos en el hielo y constitución de bancos de crédito sufragados con los bienes de los venezolanos conforman un tipo moderno de corrupción que facilita a sus aliados acceder al poder total.

Hugo Chávez, aunque hasta el momento subvierta con dólares, es una amenaza cierta, como no lo ha dejado de ser Fidel Castro, para las democracias americanas.

Miami Herald (Estados Unidos)

 


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