En una chocante gira paralela, el presidente de Estados Unidos, George Bush, y el déspota venezolano, Hugo Chávez, han recorrido buena parte de Iberoamérica en los últimos días ofreciendo un espectáculo desusado de incidentes y de contraste de liderazgos y objetivos en la política exterior de ambos mandatarios que se han repicado en la prensa de todo el mundo.

El gobierno de Bush está enfrascado en otras latitudes, donde tiene abiertos sus más peliagudos y prioritarios frentes y no ha prestado hasta ahora a sus vecinos del sur la atención y colaboración que requiere la estabilidad y el progreso de esa región. Por su parte, Chávez recorre una y otra vez la zona de mandón en mandón sin ningún recato e incrementa la nómina de socios y los lazos de dependencia con ellos en una deriva populista muy inquietante y peligrosa.

El escarnio permanente de Hugo Chávez y su insistencia en amarrar con demagogia un frente iberoamericano contra Estados Unidos se ha puesto de relieve una vez más en esta gira. Bush, por su parte, ha firmado algunos acuerdos de importancia pero la impresión que ha dado su visita ha sido de fugacidad y de un compromiso pasajero. Mientras, Chávez clavetea sus alianzas tiránicas usando a Estados Unidos como objetivo y contando con la complicidad grosera del antiamericanismo más pedestre del mundo entero, que ha llegado en la cima de su desaliño intelectual a propagar el coeficiente mental de los presidentes norteamericanos como argumento para descalificar a Bush, supongo que en comparación con la lucidez, inteligencia y sutileza del bárbaro Hugo Chávez.

Mientras la democracia y la libertad ceden terreno y pierden influencia en muchos países iberoamericanos, el ocasional esfuerzo de Estados Unidos para evitar la sangría ha sido muy insuficiente hasta ahora. No es indiferente que Chávez haga el payaso insultando a Bush de un país a otro, no es de recibo que la trocha a ninguna parte que ha recorrido goce del mimo de las sociedades democráticas que él no respeta bajo ningún concepto. El periplo de Bush se antoja deshilado, efímero y reducido, pero no se puede olvidar que, con cualquier objeción que se admita, representa a una causa a favor de la libertad que su viajero competidor detesta y aplasta en cada una de sus escalas.