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30/12/2013 | Viaje al bastión de los zapatistas

Jacobo G. García

El levantamiento indígena sigue vivo en los municipios autónomos o 'caracoles'. Desde estos centros administrativos se coordinan las comunidades zapatistas.

 

"Está usted en territorio zapatista en rebeldía. Aquí manda el pueblo y el Gobierno obedece", se lee en el cartel de la entrada. En cuanto superamos la valla del caracol -municipio autónomo- Roberto Barrios, la amabilidad mexicana se convierte en sobriedad y pasamontañas. "Pase y siéntese. ¿Nombre? ¿Ocupación? ¿Motivo de la visita?". Después de varias horas de discusión, la Junta de Buen Gobierno (JBG) decide que habrá entrevista.

Fuera del salón de plenos zapatista está el mal gobierno, los paramilitares y el PRI. Pero también el impresionante verde de Chiapas, los cafetales, las minas, los mayas, las reservas de gas y algunos de los pueblos más pobres del continente.

Dentro de la habitación, un póster de Zapata, una foto de el Ché Guevara, un banderín del Inter y tres miembros de la Junta en sillas de plástico. A primera vista, el caracol Roberto Barrios llama la atención por dos cosas: una, el colorido. Tradición muralista en estado puro. Leyendas en verde, amarillo y rojo para cada pared. Hasta el tablero de la cancha de baloncesto recuerda la lucha zapatista. La otra, las mujeres. Aquí ellas no están cosiendo o haciendo la comida, sino dirigiendo.

Así que ella, sin rostro ni nombre, es la primera en contestar: "Los zapatistas solucionamos nuestros problemas de forma colectiva y autónoma. Trabajamos mejor y hemos aprendido a discutir las cosas. La resistencia para nosotros es una escuela que nos ha hecho fuertes y nos ha dado dignidad", explica en torpe español y magistral chol.

Debajo del pasamontañas que lleva bordadas las siglas del Ejército Zapatista (EZLN), hay dos ojos marrones que no tenían ni cinco años cuando se levantaron en armas la nochevieja de 1993.

Desde Roberto Barrios avanzamos entre las montañas rumbo al caracol de Morelia. Aquí, el "ahorita" zapatista es un poco más prolongado: 48 horas de divertida espera hasta que la junta acepta recibirnos.

Partido de baloncesto, arroz, frijoles y charla con un joven, de 25 años, que cuenta cómo eran antes las injusticias: "Con el levantamiento recuperamos las tierras que eran nuestras. Ahora somos dueños de lo que comemos, pero mis padres se pasaron toda la vida recogiendo café para el patrón a 20 pesos [1,3 euros] la jornada", explica.

En 2003, el subcomandante Marcos anunció la creación de los municipios autónomos o caracoles. Roberto Barrios, La Realidad, La Garrucha, Oventik o Morelia son en realidad centros administrativos desde los que se coordinan las comunidades zapatistas. "En nuestras escuelas se estudia matemáticas pero también política o conocimiento de la madre tierra. No hay calificaciones porque formamos personas útiles a la comunidad, no eficaces contables en una multinacional", explica un miembro de la junta. "En agricultura no utilizamos químicos, ni semillas transgénicas. En medicina recurrimos a plantas naturales y a nuestras parteras", añade.

El gobierno que "manda obedeciendo" se elige cada tres años y sus miembros son rotativos y reemplazables. "El gobierno es una joda [molestia], pero es muy satisfactorio participar en los problemas de a la comunidad. El trabajo colectivo es una tradición muy arraigada entre los indígenas", resume otro miembro de la junta. Mientras él habla, otros cortan leña, preparan la comida o intentan reparar el único teléfono.

Los más aburridos son los dos únicos presos de la cárcel. ¿Su delito? Una pelea con su mujer. ¿Con el machete? "Nooo, con la mano, no más". Castigo zapatista: cuatro meses de prisión, la mayor parte del tiempo cortando leña para la comunidad.

"Dialogando y fomentando el compañerismo con la pareja les hemos convencido de lo que valemos y lo que queremos como mujeres. Y así educamos a nuestros hijos. Y ya nadie nos pone la mano encima". Quien habla así , casi en un susurro, es una indígena que utiliza palabras como «dialogar» o «compañero» que parecen salidas de otro planeta y no de entre la selva.

Desde su irrupción, el Gobierno mexicano ha tratado de neutralizar el desafío zapatista. Primero a tiro limpio con el ejército. Después con Paz y Justicia, un grupo paramilitar con el que el PRI, los terratenientes y el ejército desahogaban su odio y que sembró el pánico durante años en la región, dejando decenas de asesinados y más de 3.500 desplazados. Fueron los años de la guerra sucia.

Y por último, con dinero. En los últimos 15 años, Chiapas ha recibido una lluvia de millones en infraestructuras y planes sociales. Cien euros mensuales para la familias más pobres, nada para los zapatistas. "Pero no se enteraron, pensaron que lo que único que queríamos eran cosas", aclara otro joven en la junta.

Hace 20 años, dos días después de su declaración de guerra, los zapatistas se replegaron. El ejército se había deshecho de los guerrilleros y sus escopetas de madera sin despeinarse. Pero antes de volver a la selva dejaron una pintada la pared: "Gracias pueblo de San Cristóbal. Gracias a todos. La lucha continúa". Y así fue.

El Mundo (España)

 


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