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12/03/2011 | Revoluciones en el norte de África ¿hay algún plan de inmigración?

Ana Ortiz

La respuesta es NO. Se veía venir y como casi siempre en este asunto, a más de uno le pilla de improviso. Nos referimos a las consecuencias en los flujos económicos y migratorios de las revoluciones que están desarrollándose en los países del norte de África.

 

Italia se siente sola e indefensa ante la avalancha de gente que llega sus costas desde Túnez. De hecho, tiene previsto crear un campo de refugiados para albergar a unas 80.000 personas. Grecia aumenta patrullas en su frontera por miedo al exceso de inmigrantes ilegales procedentes de Egipto. Incluso Bulgaria teme afluencia de refugiados procedentes de Egipto y Túnez. Que argelinos y marroquíes encaminen sus pasos a España- si no están ya en ruta- es cuestión de tiempo.

Mientras tanto, en España, nada se ha escuchado al ministro del ramo, Valeriano Gómez, sobre si el Gobierno socialista tiene ya un plan preparado para esta más que probable eventualidad. ¿Está trabajando el Gobierno en alguna medida para reforzar Ceuta y Melilla? Marruecos y Argelia, suministrador energético de primer orden, están padeciendo ya sus propias revueltas, como en Egipto y Túnez. El Gobierno español ni siquiera ha sido previsor en la evacuación de los españoles que se encuentran en Libia y que han podido salir gracias a Portugal, que sí tenía los medios para sacar a sus compatriotas de un país que está en llamas. Como si fuera una escena de comic, después de que pasara lo más grave, nuestro Gobierno envió a miembros del Grupo Especial de Operaciones del CNP, después de que Francia y Portugal ayudasen a repatriar a nuestros compatriotas.

Esto en España, pero no nos olvidemos que pertenecemos a un club de socios que está a la luna de valencia en este ámbito. Un club que “gracias a la crisis económica” acaba de caer en la cuenta que el multiculturalismo es un fracaso. Europa debe tomar cartas en el asunto cuanto antes, dejarse de componendas y mucho menos, de Alianzas de Civilizaciones con personajes como Gadafi, venerado hasta hace muy poco por algunos, que está poniendo su país al borde de la guerra y que multiplicará exponencialmente el éxodo de tantos que, como es lógico y normal, quieren salvar su vida. ACNUR estima que unas 4.500 personas ya han abandonado el país con destino a Túnez y no se descarta una emergencia humanitaria. Italia y Grecia temen la llegada de 300.000 inmigrantes a las costas europeas.

¿Está Europa preparada para esta avalancha? La cuestión de fondo es que, como hemos señalado desde el GEES en numerosas ocasiones, Europa no tiene un plan de inmigración común. Se limita a destinar fondos para aumentar el número de efectivos en las costas… y poco más.

Desde estas líneas nos hemos llevado una alegría al comprobar que el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, ha puesto el asunto encima de la mesa, apostando por una política de inmigración común a toda la Unión Europea. La cuestión no es asunto baladí. En estos momentos, Europa está expuesta a la llegada de miles de jóvenes norteafricanos que han dado un paso al frente denunciando su falta de libertad al mundo entero y sobre todo, su falta de oportunidades, de horizontes, algo a lo que tienen legítimo derecho.

Pero tal y como también hemos apoyado desde el GEES, la responsabilidad y la solidaridad comienza por una buena política de inmigración que organice los flujos migratorios, comprometida con una adecuada política de integración basada en la asunción, por parte de todos, de derechos y deberes, valores de igualdad y libertad, cumplimiento y conocimiento de la ley. Una política de inmigración que contemple un plan serio de desarrollo económico de los países de origen, hoy asunto delegado en organizaciones sociales cuyos fines reales poco tienen que ver con el verdadero objetivo para el que se les concede una subvención, salvo en muy honrosas excepciones.

Este asunto debe incluirse en la agenda de la Unión Europea cuanto antes, porque de lo contrario, nos encontraremos que cada uno seguirá legislando por su cuenta y riesgo, de forma puntual, sobre el asunto que en ese momento le preocupe, dejando sin resolver la organización de la globalización de las personas.

Un mundo de contrastes

Para comprender la urgencia de que Europa siente las bases de un programa de inmigración común como el citado antes es preciso conocer un poco más su realidad económica y humana.

Egipto y Túnez, como Argelia, Marruecos o Libia son países que se encuentran en situación económica muy diferente a los países del África Subsahariana. Países con los que España, sin ir más lejos, tiene una estrecha relación económica.

Egipto es el segundo socio inversor de España en la zona, y el decimo primer inversor a nivel mundial. Los intereses del sector privado español se encuentran en el sector del gas y petróleo, así como en otras actividades relacionadas con el sector inmobiliario, la construcción, la hostelería y el turismo. 

Egipto es un catalizador importantísimo para occidente por su enclave geográfico y su control del Canal de Suez. Ejerce una influencia directa sobre los países de su entorno, tanto en los países del Magreb, como en Oriente Medio. Y algo parecido pasa en Túnez.

De modo es que los acontecimientos políticos que están sucediéndose en la zona repercutirán y mucho, en todos sus socios, tanto a nivel económico, como social, especialmente en los países del sur de Europa. Ya lo estamos comprobando.

Por tanto, los países occidentales debemos contribuir a que estos embrionarios procesos de cambio hacia la libertad se hagan de forma ordenada. Ello incluye tener las cosas claras respecto a los movimientos fundamentalistas. Ahora que Europa ha caído en la cuenta de mal entendido multiculturalismo, es el momento de empezar a construir. También habrá que tener en cuenta los movimientos de los ejércitos de tales países. Hasta ahora respetados y respetando la situación que se ha generado, dispuestos a apoyar reformas económicas y políticas, incluidas unas elecciones libres y justas.

Todos ellos deben tener su espacio, si no queremos correr el riesgo de que los “hermanos fundamentalistas” tomen la iniciativa y ocupen el poder.

Del éxito de esta operación dependerá la óptima canalización de las protestas y sus consecuencias en la población. Nos encontramos ante una importante masa de gente joven crítica con el régimen, que ha demostrado que puede hacerlo y que no tiene nada que perder. Lograr la estabilidad política en estos países contribuirá al éxito en los otros dos aspectos mencionados: el económico y el humano.

Jóvenes sin futuro, un polvorín

En medio de todo este escenario, se encuentra un buen número de jóvenes sin perspectivas de futuro. Este es el perfil de los inmigrantes que están llegando al sur de Europa en los últimos días procedentes de Egipto, Túnez, Argelia, Marruecos y muy pronto también de Libia.

Los países norteafricanos tienen una serie de características comunes. Viven allí unos 200 millones de personas, un tercio de ellas menores de 15 años y dos tercios menores de 40. Una población mayoritariamente joven y que ya no es tan analfabeta como algunos piensan todavía. Si bien su ritmo de modernización es mucho más lento que el europeo, también es verdad que en los últimos cincuenta años, estas sociedades han avanzando hacia una cierta occidentalización, meritoria, si se tiene en cuenta de donde partían y a dónde quieren llevarlos de vuelta los fundamentalistas, retrocediendo en el tiempo con el aplauso de la izquierda demagógica acomodada en su propio fundamentalismo. Esta occidentalización ha facilitado la incorporación de niños y jóvenes a la escuela primaria y secundaria.


Este mejor nivel educativo se corresponde con una menor resignación ante la falta de perspectivas, que unido a mayores expectativas de vida y conocimiento del mundo a través de la televisión e Internet, facilita que muchos de ellos miren a Europa como principal refugio de sus sueños.

Esta situación vital contrasta con la falta de horizontes que han encontrado hasta el momento por parte de unos gobernantes más preocupados por sobrevivir ellos que en desarrollar plenamente su país, que no ofrecen trabajo. El paro entre universitarios roza el 40%.

Datos. En el área metropolitana de Túnez, la proporción de jóvenes desempleados es del 35%. Con el 55% de la población compuesta por jóvenes menores de 25 años, la mayoría de los tunecinos desempleados son jóvenes que hacen todo lo posible por buscar trabajo… esto incluye marcharse a Europa. Sobre todo en el momento de crisis económica que atravesamos porque ha repercutido muy negativamente en la industria de servicios que depende en gran medida de las exportaciones a la Unión Europea. Con la disminución de las exportaciones de bienes, muchos jóvenes tunecinos sufren en carne propia las ganas de trabajar con la falta de puestos de trabajo.

En Egipto, las cifras oficiales aseguran que el desempleo es del 9,5%, aunque la realidad es que el 23% de los jóvenes está sin trabajo, según afirman diferentes organizaciones que trabajan en la zona.

En Argelia, el paro juvenil supera el 24%. Se trata de jóvenes de edades comprendidas entre los 16 y los 24 años. En situación parecida están los jóvenes de Libia, Mauritania y Marruecos, nuestros más inmediatos vecinos, que en este momento, están muy preocupados por que el éxodo argelino llegue a tierras marroquíes… tráfico de personas que se ocuparán de enviar a España, vía canarias o Ceuta y Melilla.

En Libia, se estima que el paro alcanza a un 30% de la población, en un país de algo más de seis millones de habitantes, algo increíble en un país cuya principal fuente de riqueza es el petróleo.

En resumen, los jóvenes que están llegando estos días a tierras italianas y que llegarán a Europa por toda la zona sur de la Unión Europa son hombres y mujeres con cierta preparación, con información, con ganas de vivir y trabajar, que están aprovechando la coyuntura para tratar de buscarse la vida donde hay mejores condiciones por mucha crisis que padezcamos. Lo que dejan atrás es siempre peor.

No solo buscan trabajo. Sueñan con integrase en sociedades donde hay reglas de juego, mejores o peores, pero ahí están. Buscan la seguridad de un estado con derechos (y deberes, aunque este particular se olvida con frecuencia) un estado con libertades. Un estado que hasta puede ofrecerles lo que más ansía uno cuando es joven: ocio y entretenimiento, algo que tampoco encuentran en sus países de origen, salvo los que se caen en las redes fundamentalistas que les ofrecen un motivo vital para vivir, una organización y unas pautas, aderezado con fiestas y tiempo para el ocio y para sentirse “vivo”.

¿Hay alguien que llegado a este punto se pregunte cómo es posible que estén llegando tantos jóvenes a Europa tras la eclosión de los países del norte de África?

Preparados con responsabilidad

El reto que ofrecen los acontecimientos políticos que se suceden en el norte de África es apasionante, pero debe ser también, comprometido

.

En el mundo global en el que vivimos debemos buscar soluciones globales. Para empezar, los países occidentales- Europa y también América- deben implicarse en que todo lo que está sucediendo en África salga bien. Por ellos y también por nosotros.

Ellos se merecen avanzar hacia una sociedad mejor y nosotros debemos facilitarles ese camino fortaleciendo nuestras instituciones, nuestros valores y nuestra economía, porque al fin y al cabo, los que llegan para quedarse, lo hacen atraídos por ese mundo que cierta parte de la sociedad se ha empeñado en eclipsar por un malentendido multiculturalismo que niega nuestra raíz para hacerse fuerte. Craso error.

Los europeos tenemos que seguir defendiendo nuestro modelo social hartamente enumerado en estas líneas: derechos y deberes, libertades comprometidas y cumplimento de la ley, sin olvidar igualdad entre hombres y mujeres.

Si tenemos claro esto, podemos empezar a trabajar en dos sentidos. Por un lado, en los países de origen de los miles de jóvenes que llaman a nuestra puerta. En la medida en que construyamos con ellos encontrarán su camino y los alejará de las interesadas manos fundamentalistas, ávidas por regresar a la Edad Media.

El segundo paso es organizar la llegada de este éxodo que se está produciendo, orquestando una política de inmigración común a todos los estados de la Unión.

Esta es la receta para la que no existen atajos. Empecemos ya.

Ana Ortiz es Licenciada en Ciencias de la Información, Periodismo, Universidad Complutense de Madrid. Master en Radiodifusión por RNE y períto grafólogo por la Facultad de Medicina Legal de la Universidad Complutense de Madrid. Asesora política, experta en relaciones institucionales para Iberoamérica, en protocolo empresarial y liderazgo. Asesora en campañas electorales sobre comunicación en Internet y redes sociales. En el Grupo, es Analista en Inmigración y Seguridad interior y Analista de Medios de Comunicación. Ha participado en debates y entrevistas en Libertad Digital TV, Telemadrid, Radio Intereconomía, Intereconomía TV, Veo7 y Periodista Digital en temas y cuestiones de inmigración, y de política en general.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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