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19/01/2006 | China: Incertidumbres en torno al gigante asiático

Nicolás Aikin Araluce

La célebre frase pronunciada en su día por Napoleón Bonaparte en alusión a la China: "dejad que duerma el gigante, pues cuando despierte el mundo temblará" ya no sorprende a nadie.

 

A fin de cuentas, con 1.300 millones de habitantes, una extensión geográfica de 9´5 millones de Km2 y una cultura milenaria que le colocó a la cabeza del mundo en el terreno de las ciencias y las artes durante siglos, el titán asiático tenía que salir de su letargo tarde o temprano y comenzar a jugar un papel crítico dentro del nuevo orden económico y político mundial.

En palabras del ex presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, "los chinos han logrado en tan solo 20 años lo que a muchas otras naciones les supuso siglos en términos de desarrollo" –comentario que trae memorias del milagroso desarrollo industrial del Japón acontecido en cuestión de décadas después de que el capitán americano Perry abriera el comercio con los medievales nipones a cañonazos a mediados del siglo XIX. Cincuenta años después, ante la estupefacción de las potencias occidentales, aquel país enviaba al fondo de los océanos a la poderosa flota rusa.

Desde entonces, diversos analistas señalaron que China era "un enorme Japón en potencia" cuyo despegue económico era solo cuestión de tiempo, y citaban como ejemplo el rápido desarrollo de los piases del sudeste asiático en la segunda mitad del pasado siglo, así como el carácter emprendedor, destreza artesanal y capacidad laboral de la raza amarilla. Y los observadores más alarmistas veían en ello una amenaza futura global, y citaban la célebre teoría de Malthus o "Ensayo sobre el Principio de la Población.

En el transcurso de la historia de la humanidad, la civilización china y su tecnología han superado a occidente en múltiples áreas. Ellos fueron los inventores de la pólvora, la brújula, las cometas, los detectores de terremotos, el reloj, hornos sofisticados de fundición, calculadoras rudimentarias, etc.

No obstante, durante los siglos XIX y XX, el país padeció severos conflictos civiles, desastres naturales, hambrunas, derrotas militares e invasiones de potencias extranjeras que la sumieron en un estado de "sopor". El sistema socialista autocrático establecido bajo el mando de Mao Zedong que costó la vida a decenas de millones de opositores siguió impidiendo su despegue económico.

Pero finalmente se produjo un cambio muy significativo: en 1978 su sucesor, Deng Xiaoping y otros mandatarios concentraron esfuerzos en el desarrollo económico del país basándose en el modelo capitalista de los mercados occidentales, pero manteniendo férreos controles políticos sobre la población de acuerdo con sus doctrinas comunistas. Curiosamente, para la sorpresa de muchos, dicho sistema híbrido funcionó y ya hacia el año 2000 China había cuadruplicado su PIB, aumentando considerablemente la renta per cápita de sus habitantes.

Lo que también ha sorprendido a múltiples analistas más recientemente ha sido la súbito declaración del gobierno chino según la cual, tras un exhaustivo estudio nacional estadístico retrospectivo, se desprende que en las magnitudes correspondientes a 2004 no se habían contabilizado $280.000 millones en concepto de producción nacional, cifras equivalentes aproximadamente al PIB de Indonesia o de Turquía.

Semejante revisión al alza –de estar justificada- significaría que el PIB de China en aquel año ya ascendía a $ 2 billones, y no a 1`65 billones de acuerdo a los cálculos anteriores, con lo cual una vez contabilizado el 17% adicional en términos de PIB, China habría pasado a convertirse en la sexta economía mundial en 2004. Y, con un índice de crecimiento superior al 9%, a finales del año 2005 que acaba de finalizar, el país podría ya ocupar el cuarto lugar en el ranking mundial, después de EE-UU, Japón y Alemania.

Indiscutiblemente, China ya constituye una superpotencia económica –al margen de sus logros en el terreno espacial así como su gran capacidad militar. Y aunque su PIB es aun considerablemente inferior al de EE-UU –valorado éste en unos $11´7 billones en 2004- algunos expertos han revisado sus cálculos en base a los últimos datos y estiman que este gigante asiático podría transformarse en la primera economía mundial hacia 2035.

Según The International Herald Tribune, el pasado año de 2005 la China habría obtenido un superávit comercial del orden de 100.000 millones como resultado de la inundación masiva con sus infinitas mercaderías de los mercados mundiales, mercancías consistentes en todo tipo de juguetes, productos electrónicos, textiles, etc. Y, durante el proceso, el yuan ha fortalecido substancialmente su posición en los mercados internacionales. El país también ha acumulado cuantiosas reservas de divisas y se estima que para finales del 2006 éstas podrían aproximarse a un $billón.

Para muchos economistas –algunos de los cuales alegan "no haberles sorprendido la nueva"- la revisión al alza en cifras de PIB es indicativa de que el sector servicios podría ser mucho más importante de lo que se suponía y de que existen muchas más pymes en el país de lo que se estimaba. Además, un mayor PIB favorece al país ya que muchos expertos consideraban que su ratio de inversiones/PIB era adverso, un peligroso factor que podría conllevar un sobrecalentamiento de la economía o incluso una fuerte recesión con motivo de la elevada dependencia en el flujo de voluminosos capitales extranjeros, en caso de que éstos abandonaran el país como ocurrió hace algunos años en algunos países del sudeste asiático. Por otra parte, un PIB más alto tiende a reflejar una mayor demanda y consumo interno -lo cual se traduce en una mayor confianza entre sus principales socios comerciales.

Hasta hace poco, el denominado milagro chino se medía en términos de oferta de productos chinos en los mercados internacionales, oferta que iba aumentando conforme los pequeños pueblos agrícolas y pesqueros se transformaban a pasos agigantados en centros manufactureros de bajo coste de producción que empleaban mano de obra barata local y recursos naturales nativos. Pero ahora, su capacidad para fabricar y vender sus productos depende en gran medida de su capacidad para adquirir materias primas foráneas así como fuentes energéticas -–ya que las propias no dan abasto- y consumir productos de ultramar, factores que están transformando radicalmente las relaciones del gigante con el resto del planeta. China ya no fabrica meramente productos baratos para los demás; se está convirtiendo en un comprador rival de muchas otras naciones.

Los productos dirigidos a la exportación -fabricados por las múltiples fábricas extranjeras que se han establecido en China con motivo de sus bajos costes de producción- siguen suponiendo la principal fuente de demanda. Pero el consumo interno está empezando a crecer y -aunque los salarios medios son 20 veces inferiores a los europeos- el tamaño de la población es tal, y los precios tan reducidos, que la China se está transformando en el mercado mundial más grande para teléfonos móviles, aparatos de TV y electrodomésticos.

La ciudad de Shenzhen es un buen ejemplo de las ventajas que numerosas localidades chinas han obtenido como resultado de la globalización y del ingreso del país en la OMC: en 1979 era tan solo un humilde pueblo pesquero. Hoy por hoy es una megaciudad de 13 millones de almas con una renta per cápita que dobla a la nacional, posee una gran zona franca, y en ella se asientan numerosos rascacielos, enormes fábricas y centros comerciales. El puerto de Yantian maneja más de 12 millones de contenedores al año y lo mismo sucede en otros puntos de la costa oriental del país. El pasado año, Shanghai desplazó a Rotterdam como el puerto de mayor tránsito del mundo, y Tianjin espera doblar la capacidad de sus muelles de carga y descarga en breve con motivo de la construcción de una gran terminal de hierro. Y, a nivel nacional, el volumen de comercio es tal que no existen suficientes buques para transportar las mercancías chinas a sus numerosos puntos internacionales de destino.

Autosuficiente como era la China en muchas materias primas, el país es actualmente un neto consumidor de recursos globales, y sus importaciones aumentaron un 38% el pasado año --durante el cual fue receptor del 39% de todo el acero mundial, de 28% del carbón y 25% del aluminio y cobre. También constituye ya un importador neto de grano, soja e incluso arroz, debido a que gran parte de sus tierras agrícolas han sido utilizadas para construir fábricas, centros comerciales y viviendas de todo índole.

La China se ha convertido asimismo en el segundo país consumidor del petróleo mundial y sus requerimientos de recursos energéticos crecen a un ritmo vertiginoso. Por consiguiente, se ha visto obligada a competir con EE-UU, la UE y Japón en la búsqueda de yacimientos de crudo y gas natural, y a comprar suministros en territorios donde es tecnológica y políticamente más problemático extraer los preciados hidrocarburos y otras materias primas, viéndose obligada a llegar a acuerdos con regímenes calificados de non grata, tales y como Sudan e Irán.

El gigante asiático está de moda y muchas multinacionales siguen estudiando la conveniencia de deslocalizar sus fábricas hacia China para suministrar desde allí, no solo a los mercados internacionales sino al mercado doméstico. Esto tiene sentido, máxime si el PIB real es en efecto superior a aquel contabilizado en su día por las autoridades. De hecho, según algunos analistas las cifras verdaderas podrían ser incluso mayores porque alegan que existen centenares de miles de chiringuitos: pequeños restaurantes, peluquerías, tiendas y quioscos, etc. que o bien maquillan sus cifras de facturación de cara al fisco o ni siquiera figuran en los registros oficiales. Pero otros señalan que precisamente al no ser fidedignas las estadísticas chinas, es muy difícil conjeturar acerca del tamaño real del PIB, máxime cuando al gobierno le favorece hinchar los números, y teniendo en cuenta que varios periodistas han sido encarcelados por presunta revelación de información económica calificada de "sensible" por las autoridades. Por poner un ejemplo sobre la escasa fiabilidad de los números: un interesante artículo recientemente publicado en The Guardian, señalaba que mientras la OECD estimó las inversiones extranjeras directas en China entre 1995 y 2000 en unos $39.000 millones, según el gobierno chino éstas superaron durante dicho período con creces los $78.000 millones.

Por tanto, acaso convenga acoger estas magnitudes con cierta reserva. En cualquier caso, incluso si fueran ciertas las nuevas cifras, la renta media per cápita de la población china no alcanza los $1.000 y probablemente llevaría al país mas de 50 años en alcanzar a la americana -incluso si lograra mantener su actual tasa de crecimiento. Además, existen enormes desigualdades sociales entre las poblaciones rurales y las urbanas así como entre las provincias, una terrible degradación medioambiental y polución industrial, más de 200 millones de desempleados e incluso la posibilidad de una implosión social de consecuencias inciertas. De hecho, el adverso coeficiente Gini (el índice empleado por los economistas para calcular las desigualdades en términos de distribución de renta o riqueza) es algo que al parecer actualmente preocupa bastante al gobierno chino.

Otra gran inquietud –no solo para el gobierno chino sino para los ecologistas y toda la humanidad- es la terrible polución atmosférica y del agua que existe en el país tras 25 años de desorbitado desarrollo, la cual podría trasladarse a otros países al no reconocer tal indeseable fenómeno frontera alguna. En este sentido, dicen que los mandatarios chinos están intentando reconciliar su explosivo índice de crecimiento económico con las tradicionales filosofías confucianas y daoistas que promulgan el orden natural y la armonía. La cuestión, evidentemente, es como lograr un punto de encuentro entre tan aparentemente contradictorios conceptos.

De otro lado, la gradual aparición y desarrollo de una importante clase media educada podría ejercer una gran presión sobre el régimen totalitario chino e incluso conllevar su derrocamiento por vía pacífica o belicosa, aunque nadie sabe en que medida ni durante que plazo de tiempo podría sostenerse en el poder un régimen de corte comunista bajo un modelo económico capitalista. A corto plazo no se prevén cambios y aquellos que aún recuerdan la masacre de la Plaza de Tiananmen y tenían esperanzas de que el actual mandatario chino Hu Jintao que substituyó recientemente a Jiang Zemin adoptara políticas más liberalizadoras tendrán que esperar, a juzgar por los aplastamientos de revueltas populares, detenciones de supuestos disidentes políticos, el arresto de editores de diarios, de un periodista del New York Times y otros incidentes violentos acontecidos en los últimos meses.

Por otra parte, tanto el Pentágono y los militares americanos como el Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón han mostrado su creciente preocupación por el supuesto "secreto rearme chino" en términos de buques de guerra, misiles con cabezas nucleares, blindados y tecnología aerospacial, que los más suspicaces atribuyen no solo a una posible invasión de Taiwan y otros territorios que se disputa con otros países sino a una política militar preventiva o expansionista que en su día podría motivar un conflicto bélico impulsado por los enormes requerimientos energéticos del gigante que ya tiene su vista puesta en Siberia, Centroasia y el Sudeste Asiático.

No conviene a nadie infravalorar la teoría del economista británico Malthus – a pesar de que éste errara en el tiempo- ni el comentario que hiciera Bonaparte, con su característica clarividencia, hace más de 150 años. Es cierto que el gigante ha despertado. Incluso ha dado sus primeros pasos a una velocidad prodigiosa. Ahora queda por averiguar en que magnitud y áreas hará temblar al mundo y cuales serán las consecuencias de sus actos.

Diario Exterior (España)

 


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