Observo una foto de Luis Hinojos de la agencia EFE publicada este domingo en M Semanal y estremece: a la izquierda hay un policía federal nervioso, a la expectativa, con un arma larga. En medio, tres efectivos más, entre éstos una mujer, que cargan algo, aparentemente un cuerpo. O lo que queda de éste. Hay humo negro y fuego. Hay fragmentos de metal y plástico en llamas, concreto y cristales regados por todos lados en el piso… Podría ser una escena terrorista en Colombia. En Irak. Pero no: es México. México bajo fuego delnarcoterrorismo.

Doce horas después del atentado, el procurador general de la República, Arturo Chávez, dijo que “no hay evidencia” de que tal atentado fuera narcoterrorismo. Y entonces, ¿qué fue? Sin duda el procurador conoce mejor que yo el Código Penal Federal:

“Delitos contra la Seguridad de la Nación. (…) Capítulo VI. Terrorismo. Artículo 139. Se impondrá pena de prisión de seis a cuarenta años (…), al que utilizando (…), explosivos o armas de fuego (…), realice actos en contra de las personas, las cosas o los servicios públicos, que produzcan alarma, temor o terror en la población o en un grupo o sector de ella (…).”

Cuando en septiembre de 2008 ocurrió el atentado de El Grito en Morelia (nueve muertos, cien heridos) redacté que se trataba de un acto terrorista. Ahora se trata de lo mismo: narcoterrorismo. Punto. Esto es una guerra y hay que empezar por dejar de lado los eufemismos, los adornos semánticos. Para resolver un problema hay que empezar por someter la negación. El coche bomba de Juárez no fue el primero (ya hubo dos en Culiacán, Sinaloa, en mayo de 1992, y uno en Guadalajara, Jalisco, en junio de 1994), ni será, desgraciadamente, el último. Lo que hay que determinar es si se trata de una nueva estrategia de algún cártel o fue un hecho aislado de una violenta célula delictiva.

Mientras, que se hable claro: sí, sí es narcoterrorismo…