Obama ha perdido buena parte del brillo y el glamour que desprendía hace exactamente un año, pero su presidencia no ha descarrilado ni mucho menos. La cuestión de la lucha antiterrorista es el único asunto que puede realmente hacerlo.

En vista a las legislativas de noviembre del 2010, la estrategia central del Partido Republicano será centrar la campaña en el estado de la economía, y sobre todo del mercado laboral. Los norteamericanos están poco acostumbrados a altas tasas de desempleo, por lo que si el paro registrado no se aleja pronto del 10%, pasará factura a los congresistas demócratas.

En situaciones de crisis económica, la ciudadanía suele efectuar un voto de castigo al gobierno, enviándolo a la oposición, más allá de su grado de culpabilidad en el estallido de la crisis. Así pues, la estrategia de los congresistas republicanos es inteligente, sobre todo después de comprobar que las cuestiones de tipo moral, como el aborto, o el matrimonio gay, tan explotadas durante la presidencia Bush, han pasado a un segundo plano entre las preocupaciones de los electores.

Ahora bien, lo más probable es que la situación de la economía no sea un arma tan efectiva en las elecciones presidenciales del 2012. Para entonces, la recuperación ya habrá reducido, en mayor o menor medida, la tasa de paro, y el presidente Obama podrá presumir de haberle dado la vuelta a una situación que era realmente crítica cuando asumió las riendas del país.

Por esta razón, el candidato republicano en 2012 puede tener que echar mano de la política antiterrorista para atacar a Obama. Las actuales críticas a su gestión de este asunto, lideradas sobre todo por Dick Cheney, han levantado dudas entre algunos sectores de la población sobre la dureza y determinación de Obama en la lucha contra Al Qaeda, que podrían cuajar sobre todo si se produjera algún atentado.

A base de repetir continuamente que tras el 11-S Bush consiguió evitar que se produjera un atentado sobre territorio norteamericano, han situado el listón del éxito muy elevado para el presidente Obama. Su administración no puede permitirse el menor resbalón en esta cuestión.

Si en los próximos tres años Al Qaeda es capaz de atentar en los EEUU, aunque sea a través de una acción relativamente sencilla desde un punto de vista técnico como es un coche bomba, una buena parte de la población culpará de ello al presidente. Cheney saldrá diciendo algo así como "yo ya os lo había advertido", y Obama quedará en posición de fuera de juego.

El presidente ha asumido un gran riesgo político interno al modificar algunas -no tantas- de las políticas antiterroristas de la administración Bush, por ejemplo, clausurando Guantánamo, a lo que se oponen más de dos tercios de los estadounidenses.