24/03/2015 | Argentina - A merced de los asalariados de la política
Alberto Medina Mendez
El tema es tan incómodo como políticamente incorrecto para la inmensa mayoría. La política está hoy en manos de demasiados inescrupulosos, personajes de escasa formación y dudosa moral, individuos con más aptitudes para la ingeniería electoral que para gobernar eficazmente. Claro que existen excepciones a la regla, lo que solo confirma la norma general.
En ciertos países,
los políticos son personas que han triunfado previamente en sus profesiones,
que han logrado ser exitosos en lo suyo, que han construido un capital
intelectual y económico significativo digno de ser elogiado y aplaudido. Ellos
llegan a la política solo para completar el círculo, por prestigio o bien para
aportar algo a su comunidad, pero ya no para enriquecerse o conseguirse una
remuneración que les permita sobrevivir.
Eso no los hace intrínsecamente mejores que el resto. No es que esa
circunstancia garantice que harán lo óptimo, pero se constituye en una
diferencia vital para poder comprender el mecanismo que regirá las decisiones
que impactarán en todos. Cuando la política está plagada de personas que buscan
en esa actividad una compensación económica, se tomarán determinaciones que no
priorizarán sus consecuencias en los ciudadanos, sino en como afectará sobre su
propia "continuidad laboral".
Los que llegan a la política con ese propósito, el que consigue un cargo para
acceder a una retribución, sabe que cuando culmine su ciclo deberá buscar en
otro lugar esos ingresos que le permitan ganarse la vida y sustentar a los
propios. Si ese sujeto depende de ese sueldo para mantener su estándar de vida,
si obtiene más renta en la función pública que fuera de ella, sus decisiones
estarán siempre condicionadas por su situación personal.
El no pretenderá favorecer a la gente, sino conservar su puesto, sostenerse en
el poder para asegurar su espacio y por lo tanto sus beneficios. Su futuro
personal y el de su familia dependen de ese esfuerzo, por lo tanto, siempre se
concentrará en asegurar votos. El mejor modo de lograrlo será apelar a la
interminable demagogia populista. No vino a esa función para pasar a la
historia ni para generar los cambios que la sociedad necesita. Está ahí solo
para subsistir por todo el tiempo que le sea posible.
La cuestión va más allá. Su dependencia salarial lo subordina tanto que ni
siquiera siente la libertad de renunciar cuando así lo desee y volver a lo de
siempre con dignidad. Eso lo condena a asumir con mucha cobardía las órdenes
que emanan de su jefe político, a riesgo de quedarse en la calle.
Cuando se seleccionan dirigentes, resulta primordial conocer sus logros en la
labor profesional. Si esas personas no han alcanzado la excelencia en lo
elegido, si en el pasado no han realizado lo suficiente para mantenerse por sus
propios medios, sin favores estatales, prebendas o privilegios, pues
difícilmente hagan lo correcto cuando les toque en suerte gobernar.
Ellos solo esperan llegar al poder para cobrar una mensualidad. Eso podría
empeorar si su objetivo incluye premeditadamente alcanzar compensaciones
"adicionales" de la mano de la omnipresente corrupción estructural,
esa que le ofrecerá inconfesables ganancias desproporcionadas.
Muchos sostienen que la política es para cualquiera y que todos deben tener esa
posibilidad. En realidad, lo saludable sería que los mejores en los negocios,
en sus actividades, en cualquier profesión, pudieran estar dispuestos a
contribuir en la búsqueda de las soluciones necesarias.
Si el que ingresa a la política lo hace solo para "ganar" más, para
construirse un salario, para progresar individualmente, pues entonces la que
está en problemas es la sociedad toda. Cuando los que gobiernan son los que
solo saben vivir del Estado, y sus posibilidades fuera de ese ámbito son
escasas, pues se corre un enorme peligro y el resultado es predecible.
Ese funcionario, solo espera estar cerca del "tesoro", ese que sueña
con administrar discrecionalmente y que pretende depredar sin piedad. Si su
meta es esa, si espera cobrar más allí que fuera de la política, pues entonces
la sociedad será su próxima víctima por demasiado tiempo.
Lamentablemente, los que son un ejemplo en lo suyo, los que aprendieron a
generar ingresos genuinamente, demostrando ser útiles a sus comunidades, no
desean ser parte de la política. Al menos no en una cantidad suficiente como
para evitar que la política haya sido cooptada por los energúmenos que ingresan
a ella para saquear sin miramientos a los contribuyentes.
Los votantes tienen una gran responsabilidad en esto que no sucede por
casualidad. Si los exitosos, se sintieran respaldados, si se estimulara a los
más capaces a comprometerse con las soluciones, otra sería la historia. La
visión infantil de suponer que la "política grande" es territorio de
todos y que cualquiera puede conducir el barco, es tremendamente nefasta.
Como en todos los ámbitos de la vida, como en casi cualquier actividad, algunos
han demostrado una habilidad superior al resto. Los mejores son los que deben
estar en el juego y ser protagonistas, lo que debe poder verificarse de
antemano, con credenciales y evidencias demostrables.
El aterrizaje, en el mundo de la política, de los improvisados, de los amigos
del poderoso de turno, de los que solo buscan un empleo para salir del paso y
ganarse algo de dinero, no conseguirá que esta sea una sociedad mejor. Creer en
eso, no solo es ingenuo, sino también, un verdadero despropósito.
Más grave es rechazar públicamente esas premisas, para luego validarlas con
actitudes personales cotidianas. Eso tampoco ayuda. Es imprescindible mejorar
la política. Pero para eso hay que ocuparse, como sociedad, de alentar a
diario, sin mezquindad, a los sobresalientes, a los que pueden exhibir con
orgullo sus victorias y estimularlos para que reemplacen pronto a los parásitos
de siempre, esos que pululan en el Estado. Si se esperan resultados
superlativos, es indispensable extirpar a los mediocres, para que los
ciudadanos no queden a merced de los asalariados de la política.
Alberto Medina Mendez (Argentina)
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