Cuando en 2002 Hu Jintao asumió la jefatura del Partido Comunista Chino (PCCh), la economía de su país era inferior a la de Reino Unido. En el momento de su despedida del cargo 10 años después (seguirá como jefe del Estado hasta marzo) en el XVIII Congreso que se celebra en Pekín, China no solo representa ya la segunda mayor economía del mundo, sino que la OCDE pronostica que adelantará a EEUU en 2016, es decir, varios años antes de lo previsto. Y como para acompañar estas buenas perspectivas, han surgido una serie de datos sobre la evolución de inversiones, demanda, producción industrial, exportaciones y control de la inflación que despejan el panorama chino, justo para la gran cita que ha de marcar el ascenso al poder de la llamada Quinta Generación.

Pero la economía, incluso cuando crece y se convierte en el gran orgullo nacional, no lo es todo. Si Hu declaraba 10 años atrás que la lucha contra la corrupción iba a ser su prioridad, esta vez ha ido más lejos al señalar que “puede destruir china” y el propio partido comunista. Y desde luego que lo puede, pues la plaga ha aumentado en esta década de Hu y de un liderazgo colectivo que se ha beneficiado de ella. Algunos gerifaltes están promoviendo que los altos funcionarios publiquen sus patrimonios. Claro que si no lo hacen también sus familias, de poco serviría.

La cuestión es si China puede hacer frente a la corrupción sin una profunda reforma política. De hecho, el PCCh se juega su destino y el de China en ella. No es que aún soplen vientos democratizadores, pero llegarán algún día. En la era de Internet, con 500 millones de usuarios en China, esta reforma, que ha de incluir también el estatus de territorios como Tíbet con unas inmolaciones que se han multiplicado, es perentoria. La “reforma de la estructura política”, a la que eufemísticamente se refieren cada vez más mandatarios chinos, no está contemplada como una ruptura del monopolio de la política que mantiene con mano férrea el PCCh a una escala sin igual en el país más poblado del mundo, y con un sistema complejo de renovación de su liderazgo, como está demostrando estos días. Pero los chinos tienen una cita pendiente, no con la “democracia popular” que dice impulsar el sistema, sino con un nuevo modelo que han de inventar ellos mismos. Pues como advierten Hu y otros, China “nunca copiará un sistema político occidental”.