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10/05/2007 | La ONU: ´La Capilla Sixtina´

Porfirio Muñoz Ledo

El grupo de cinco países designados como "facilitadores" para desbloquear el proceso de reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Croacia, Chile, Chipre, Países Bajos y Túnez) presentó recientemente su informe a la Asamblea General.

 

Lo que finalmente concluyeron es que la máxima complejidad del asunto impide resolverlo en el corto plazo y apuntaron vías útiles para proseguir las negociaciones.

Los temas sometidos a escrutinio son: criterios de elegibilidad, representación regional, número de miembros, ejercicio del veto y métodos de trabajo y relaciones con la Asamblea General. En ninguno de ellos se perciben avances de consideración y algunos son por ahora intransitables. Las reformas habrán de esperar un tiempo a que se generen nuevas correlaciones de fuerzas favorables al fortalecimiento del multilateralismo.

En semejante tesitura, a cada Estado miembro comprometido con el futuro de la organización le corresponde defender sus posiciones en todos los frentes, fortalecer sus alianzas y ampliar su esfera de influencia. Para ello es indispensable tener propuestas claras y ocupar los espacios desde los cuales sea factible impulsarlas con verdadera eficacia. Resultaría por ello inexplicable que México se retractara a estas alturas de su intención de ocupar nuevamente un puesto en el Consejo para el bienio 2009-2010, justo cuando el bicentenario de la independencia de América Latina.

Durante los últimos años, en vez de valorar los frutos evidentes que ha reportado a nuestro país su participación en ese organismo, dominó a la Cancillería un sentimiento paranoico de exclusión respecto de una hipotética membresía permanente. Una suerte de complejo de inferioridad, inconfeso e injustificado, frente al Brasil, que además de omitir el análisis de nuestros propios errores, nos induce a cometer otros.

Hace 20 años era impensable que pudiésemos encontrarnos en tal desventaja competitiva con relación a nuestros hermanos del sur. Ellos apenas salían de una penosa dictadura y nosotros todavía no nos precipitábamos en la decadencia. Nuestra diplomacia era independiente y prestigiosa y ellos todavía no descollaban como potencia emergente. Nuestra supeditación gratuita hacia el norte y el abandono de las líneas maestras de nuestra identidad internacional hicieron el resto.

El desafío consiste hoy en remontar la pendiente mediante proyectos ambiciosos y acciones acertadas. Éstos podrían vertebrarse en torno a nuestro regreso al Consejo de Seguridad, apoyados en una trama de solidaridades tanto regionales como globales y armados de un programa consensuado de reformas. Los argumentos en contrario resultan deleznables, salvo los que reparan en la incapacidad de la presente administración para tomar determinaciones de semejante envergadura.

Han vuelto a interponerse razones abstencionistas que habíamos derrotado con la fuerza incontrastable de los hechos. Primordialmente, la teoría de los riesgos innecesarios, que en último análisis conduce a la impotencia. Olvida que la participación en el Consejo es una función representativa de la comunidad de naciones y por tanto una obligación acatar sus decisiones. Ignora que nunca hemos sufrido represalias por nuestra actuación en el Consejo y sí en cambio por ciertos votos en la Asamblea.

Resabios de la guerra fría, valoración insuficiente de nuestras potencialidades y autoprotección de burocracias políticas y diplomáticas; ésas son las verdaderas causas de la retracción. Se han esparcido también, de cuando en vez, versiones que vinculan nuestra presencia en el Consejo con la disposición de enviar Fuerzas Armadas fuera del territorio nacional, lo que ahora sería en extremo preocupante, ya que podrían convertirse en ejercicios preparatorios de la represión interna.

Nada, sin embargo, nos constriñe a contribuir con activos del Ejército en acciones internacionales. Recordemos que nuestras aportaciones más reconocidas serán siempre la iniciativa, la rectitud y la destreza que pongamos en los procesos de decisión. Después, que existe una extensa gama de acciones en las que podríamos participar, como las instancias de conciliación y de mediación, las misiones de paz y las presidencias de comisiones de supervisión. De hecho, son esas las actuaciones que nos han valido en este campo mayor prestigio específico.

Igualmente se soslaya que las operaciones para el mantenimiento de la paz se han multiplicado y diversificado durante los últimos años y que ahora comprenden inclusive acciones de reconstrucción en zonas devastadas por los conflictos. Que se abren anchas vías para la cooperación humanitaria y la solidaridad internacional en modo alguno conectadas con la ocupación castrense. Sin olvidar que en esa materia no son precisamente los miembros del Consejo los que más contribuyen y las grandes potencias lo tienen vedado por lo que hace a las acciones formales del Consejo.

Ha surgido estos días una inesperada advertencia: los peligros que entrañaría la designación a la cabeza de la delegación mexicana de personalidades con luz propia, como lo fueron -según se afirma- Porfirio Muñoz Ledo y Adolfo Aguilar Zinser. De acuerdo a esta versión, que admite expresamente los méritos y legítimas motivaciones de ambos, ocasionamos "pesadillas" a los cancilleres -coincidentes en nombre y apellido- de los que "recibíamos instrucciones".

Innecesario subrayar que para los miembros más esporádicos del Consejo la experiencia institucional es mínima y se requiere por tanto mayor capacidad de improvisación, habilidades personales y sobre todo responsabilidad política. Por razones de jerarquía gubernamental y para allanar su acceso al jefe del Estado, en algunos países -incluyendo Estados Unidos- se les concede el rango de miembros del gabinete, lo que al menos simbólicamente fue mi caso. Ello incomoda, obviamente, a quienes desearían secuestrar el cargo.

Quién ha olvidado los elogios de que fue objeto Adolfo después de su insoportable muerte por parte incluso de los gobiernos a los que se opuso. Destacaron no sólo sus convicciones y cualidades morales, sino los atributos de su personalidad: el talento, la tenacidad, el ingenio y hasta el sentido del humor. Por lo que a mi se refiere, me remito a la crónica que hace en sus memorias el eminente historiador y diplomático Luis Wekmann de su visita al entonces canciller de México, tras de haber sido designado embajador alterno en Naciones Unidas (p. 566).

Sostiene que éste le lanzó como advertencia que su "verdadera labor era vigilar que Muñoz Ledo no se desboque". Y añade el autor: "Seguramente Porfirio no lo hará jamás, porque es un político consumado y más hábil que Jorge Castañeda. Entre los dos hay un clima de desconfianza al que no encuentro explicación". Bien que la conocía mi sagaz amigo y leal colaborador.

Es menester puntualizar que el Consejo de Seguridad es un ámbito de alta intensidad, del todo ajeno a la rutina, espejo en el que se reflejan los más feroces contiendas políticas pero también las más insobornables principios. No en balde los profesionales de la diplomacia la llaman "La Capilla Sixtina de la política mundial". Para acceder a ella con frutos se requiere vocación de grandeza y el bagaje de una genuina política de Estado.

bitarep@gmail.com

El Universal (Mexico)

 



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