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05/02/2007 | La superchería del etanol

Kevin Hassett

El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, utilizó su informe presidencial para plantear una ambiciosa política energética que expande considerablemente varios programas existentes.

 

La pieza central de su plan aumentará nuestra dependencia de los biocombustibles por un factor de cinco. En otras palabras, anunció una política que no tiene sentido alguno.

De todos los rincones vergonzosos de la política gubernamental, nuestra estrategia energética debe ser la más penosamente indefendible. Y está por ponerse peor. Los estrategas han estado librando una batalla verbal contra nuestra dependencia del petróleo desde los años setenta. En un principio, el argumento era que necesitábamos desacostumbrarnos de un combustible que nos expone a riesgos políticos, ya que gran parte de él es producido por nuestros enemigos inestables.

Estos argumentos parecen todavía más reales en la actualidad. El presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad parece el tipo de persona que podría utilizar las armas nucleares que sus petrodólares están financiando.

La intensidad de la guerra verbal contra el petróleo ha aumentado, conforme quienes se preocupan por el calentamiento mundial han expresado cada vez más su incomodidad con las emisiones de dióxido de carbono. Por su parte, los republicanos parecen estar convencidos del argumento político. Los demócratas están convencidos del caso ambiental. Así que cada año vemos una cooperación bipartidista en materia de política energética. Los resultados han sido desastrosos.

Nuestras dos principales políticas han sido fuertes subsidios a la producción de etanol a partir del maíz y fuertes subsidios a la producción nacional de petróleo. Nada de esto tiene sentido.

Los peores subsidios

Los subsidios al etanol son el peor tipo de programa gubernamental. El etanol es una fuente de combustible costosa cuya producción requiere de tanta energía que surte poco efecto en nuestra dependencia de otras fuentes de energía. De hecho, algunos cálculos sugieren que nuestro consumo de energía podría bajar si prohibiéramos el etanol por completo.

¿Para qué los grandes subsidios? El etanol es más popular en los estados del oeste medio que American Idol,porque hace subir los precios del maíz. Esa parte de nuestra política energética consiste nada más que de asistencia del Gobierno para los agricultores. La producción nacional de crudo podría parecer algo bueno, pero subsidiarla tiene un efecto mínimo en las preocupaciones antes mencionadas. Los subsidios a la producción disminuyen los costos y aumentan el consumo. Es difícil imaginar que un mayor consumo de crudo es lo que aquellos preocupados por el calentamiento global tienen en mente.

¿Comprar seguridad?

Los subsidios a la producción nacional también compran poca seguridad. Incluso si EE. UU. produjera todo el petróleo que consume, seguiría siendo vulnerable a fluctuaciones en los precios del crudo. Una reducción del suministro del Oriente Medio haría subir los precios del crudo nacional tanto como eleva los precios del petróleo importado.

Reducir nuestra propia demanda de países como Irán no surte efecto alguno, ya que ese país puede simplemente vender crudo a otros clientes. ¿Quién podría debatir ese punto? No le hemos comprado crudo a Irán desde 1991, pero en el 2004 fueron el cuarto exportador neto de crudo del mundo.

Y aunque los políticos han hablado mucho, la verdad es que hemos caído en la negación. El resultado de nuestra terrible política ha sido predecible. Pese a nuestros mejores esfuerzos, la cuota del petróleo en el consumo primario de energía de Estados Unidos ha subido constantemente desde 38,1% en 1995 a 40,2% en el 2004.

Es lamentable que el crudo se haya convertido en el fantasma.Es una fuente de energía increíblemente barata y eficaz. Sigue representando una importante cuota de nuestro consumo de energía porque tiene muchas ventajas sobre sus competidores. Pero si los políticos han de hallar justificación a su campaña de difamación contra el crudo, al menos esas políticas deberían ser racionales. Pero no lo son.

Solución de libro de texto

Si nuestros líderes realmente quieren reducir nuestra dependencia del crudo, entonces los libros de texto pueden servir de guía sobre cómo hacerlo. El gobierno debe imponer impuestos a las cosas que contaminen. Si la preocupación es el calentamiento mundial y la seguridad energética, es necesario apoyar un impuesto al carbono.

Consideremos un impuesto de 15 dólares por tonelada de dióxido de carbono, un nivel comparable al precio actual del carbono en el Sistema Europeo de Operación de Emisiones. Centrándonos sólo en el carbono y suponiendo una reducción de corto plazo en las emisiones de carbono de 10% en respuesta al impuesto, un impuesto de 15 dólares por tonelada recaudaría casi 80.000 millones (unos 61.000 millones de euros) al año, cantidad que representa 28% de todos los impuestos cobrados a las empresas en Estados Unidos en el 2005.

Los cambios en los precios no son enormes. El precio de la gasolina aumentaría en 13 centavos por galón, el costo de la electricidad generada por el gas natural, en 0,6 centavos por kilovatio-hora, y el costo de la electricidad generada por carbón, en 1,4 centavos por kilovatio hora. Y todos los ingresos podrían utilizarse para reducir los impuestos corporativos, lo que quizá incluso estimularía un mayor crecimiento económico.

Incentivos a las alternativas

Si se realizara un cambio fiscal de esta naturaleza, el precio de la energía basada en el carbono aumentaría. Esto proporcionaría incentivos para la producción de energía alternativa. La belleza de ello es que no habría razón para tener otros subsidios. Con un impuesto de 15 dólares por tonelada, el viento y la biomasa se volverían competitivos por costos con el gas natural. Pero, a diferencia de los subsidios, el impuesto elevaría los ingresos, que a su vez podrían financiar reducciones en otros impuestos y no serían favoritos. Si el etanol es la mejor alternativa, florecerá. Si no, las hojuelas de maíz serán más baratas.

Si el presidente y los líderes del Congreso son serios con respecto a la seguridad energética y el calentamiento mundial, deben dejar de lado todos nuestros programas energéticos y reemplazarlos con un impuesto al carbono. Y en virtud de que los ingresos resultantes pueden utilizarse para financiar recortes a otros impuestos, la política no causaría daño económico alguno.

Pero no son serios, y eso es una buena noticia para los agricultores y una mala noticia para todos los demás.

Bloomberg (Estados Unidos)

 


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