Entregarle una parte del poder a los militares ha traÃdo enormes beneficios a las élites en el poder. Al presidente Andrés Manuel López Obrador le ha permitido concentrar en las Fuerzas Armadas las responsabilidades primarias de las secretarÃas de Seguridad y de Comunicaciones y Transportes, y cooptar a los jefes militares con dinero –contratos, negocios y privilegios– a cambio de incondicionalidad para la regresión democrática. Al secretario de la Defensa, el general Luis Cresencio Sandoval, la piedra angular de este respaldo castrense, además de dinero y palmadas en la espalda, le ha ganado privilegios particulares inusuales en el pasado.
El control de la cúpula militar no fue una rectificación
de López Obrador al llegar a la Presidencia, como parecía haber sido, sino
producto de un plan ejecutado pacientemente por el mandatario desde hace unos
años. Se desconoce cuánta gente a su alrededor sabía sus intenciones, pero aun
quienes estaban cerca de él eran ajenos a las mismas. Un ejemplo se dio cuando
los generales fueron a cabildear al Congreso la Ley de Seguridad Interna en el
gobierno de Enrique Peña Nieto, y pidieron el respaldo de Morena en San Lázaro.
La coordinadora de Morena en ese entonces era la hoy secretaria de Energía,
Rocío Nahle; cuando le pidieron el apoyo para la ley y le consultó a López
Obrador, la respuesta fue que no votara a favor, pero más adelante, cuando
estuviera en la presidencia, “les iba a dar todo”.
Durante la campaña presidencial, López Obrador hizo
declaraciones que inquietaron a los militares, señalando que no veía necesidad
de tener Fuerzas Armadas, porque no había una amenaza a la seguridad nacional,
y que era mejor que contribuyeran en la seguridad pública. La Ley de Seguridad
Interior que habían buscado durante una década para regular sus acciones en el
campo policial, se concretó con López Obrador en la presidencia, que creó una
policía militarizada a cargo de generales. Al frente del Ejército colocó al
general Sandoval, quien, por edad, era el número 22 de los 23 generales de tres
estrellas que podían aspirar al cargo de secretario de la Defensa.
Sandoval no figuraba en las dos propuestas del
exsecretario, general Salvador Cienfuegos, cuyos nombres fueron rechazados sin
discusión por el Presidente electo. Cienfuegos quizá no sabía que un viejo
amigo y colaborador por años de López Obrador, el general retirado Audomaro
Martínez, había sido el responsable del nombramiento de su también amigo, el
general Sandoval. El nuevo secretario de la Defensa, comprometido con su amigo,
no mantuvo una posición de Estado ante el Presidente, como lo hicieron sus
antecesores. Al contrario, como lo ha declarado en un par de ocasiones, apoya
completamente el proyecto de López Obrador, sin saberse hasta dónde llegará esa
postura metaconstitucional.
El general Sandoval no sólo ha sido recompensado con
recursos para las cúpulas militares, sino con favores personales. El más
notorio, por todas las vueltas que dio para saltar las normas, se dio con la
colocación de su hijo, del mismo nombre, en el Centro Nacional de Inteligencia
(CNI), que dirige su amigo, el general Martínez, con una serie de pasos que
también parecen haber sido diseñados desde antes de iniciar la actual
administración. Sandoval junior, que no tiene una carrera militar, fue enviado hace
poco más de dos años a trabajar al CNI. Al estar en el aparato de inteligencia
civil, entró a la maestría de Seguridad Nacional que tiene la Secretaría de la
Defensa, a la cual jamás hubiera tenido acceso por dos razones: no es militar,
ni está en ninguna de las tres dependencias civiles que tienen un lugar
asegurado por año: el CNI, la Secretaría de Seguridad y la Fiscalía General.
El movimiento fue muy obvio. Martínez le dio trabajo en
una de las tres áreas con pase automático a la maestría de Seguridad Nacional,
y Sandoval le abrió la puerta en la Defensa Nacional. No importó el conflicto
de interés, ni tampoco el enojo que generó en el CNI, que se acrecentó cuando,
al regresar de la maestría, fue puesto a cargo del Centro Nacional de Fusión de
Inteligencia, el proyecto más sofisticado e importante del servicio de
inteligencia civil, creado por Jorge Tello, quien dirigió esa institución en el
gobierno de Ernesto Zedillo, cuando todavía se llamaba Cisen, y desarrolló y
potenció Guillermo Valdés, cuando lo encabezó en el gobierno de Felipe
Calderón. Insumos importantes de inteligencia llegaron a ese centro por la vía
de la Iniciativa Mérida, que sirvieron sobre todo para combatir al crimen
organizado.
La llegada de Sandoval junior al Centro Nacional de
Fusión de Inteligencia generó mucha molestia dentro de la comunidad, al haber
sido desplazado un buen número de especialistas con años sin promoción. El
enojo, sin embargo, no se limita al ámbito civil. Al nepotismo en la Secretaría
de la Defensa se suma la entrega de negocios para las cúpulas militares, como
ha sucedido con dos tramos del Tren Maya, uno porque en la zona de la
construcción Los Zetas operan campos de entrenamiento junto con exkaibiles, los
comandos de élite del Ejército guatemalteco, y otro, de reciente asignación,
que es el tramo más codiciado, porque quizá es el único rentable de toda la
ruta, que va de Cancún a Playa del Carmen.
A los generales que le hablan al oído al presidente López
Obrador puede importarles muy poco lo que piensen los civiles en el CNI, pero
deberían tener un mayor cuidado con lo que está pasando dentro de la Secretaría
de la Defensa. Recientemente se realizó una encuesta para medir el pulso de los
soldados, y los resultados no fueron tranquilizantes. Hay una creciente
molestia por la continua separación de la cúpula militar con los mandos medios
y la tropa, precisamente por esta sensación, en muchos sentidos con bases
objetivas, de que los privilegios no alcanzan a todos, y que el Ejército del
pueblo no tiene los mismos beneficios que quienes lo encabezan.
https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/raymundo-riva-palacio/nepotismo-militar