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08/04/2014 | Mexico - Michoacán, la experiencia de Irak

Raymundo Riva Palacios

La marcha de las fuerzas federales sobre Los Caballeros Templarios es aplastante. En unos cuantos meses han descabezado a la organización criminal y roto sus cadenas de mando operativo y militar.

 

La rama financiera, cuyo cerebro era Enrique Plancarte, quien llevó a ese cártel a diversificar sus negocios, como la venta de minerales a China, exportación de productos agrícolas y la piratería, quedó afectada al caer muerto en un enfrentamiento con la Marina el lunes, con lo que el único líder histórico de esa banda aún libre es Servando Gómez, “La Tuta”. Un nuevo golpe importante contra la delincuencia organizada que, sin embargo, no debe tentar a una prematura celebración. De hecho, si no se actúa con inteligencia estratégica, en lugar de neutralizar el problema, transitará a otras manos criminales.

Las fuerzas federales sólo están atacando a Los Caballeros Templarios en Michoacán, lo que sería suficiente si el vacío que están dejando al ir cayendo sus jefes y provocando una diáspora criminal, fuera ocupado por el Estado. Pero no es así. Los vacíos de autoridad los están ocupando las autodefensas, que comparten con la autoridad responsabilidades institucionales. También espera que le limpien Michoacán de Templarios -su bajísimo protagonismo así lo sugiere- la filial del Cártel del Pacífico, el cada vez más autónomo Cártel Jalisco Nueva Generación.

Hoy en día, el gobierno de Michoacán no tiene la fortaleza institucional que le permita llenar el vacío de poder que están dejando los Templarios, y el nacional tampoco puede hacerlo a menos de que esté dispuesto a romper el Pacto Federal, que significaría para efectos prácticos, la ocupación de la entidad. Para entender los riesgos ante el vacío que se está creando, hay que recordar que desde que eran aliados al Cártel del Golfo y a Los Zetas, a mediados de la década pasada -quienes rompieron entre ellos en el realineamiento de los cárteles en 2008-, controlaban 29 municipios y tenían presencia, compartida con el Cártel del Milenio, que respondía a los sinaloenses, en otros 10.

No sólo era más del 30 por ciento del total de los municipios michoacanos, de acuerdo con informes del Cisen, sino que en sus redes de protección institucional se incluía a 13 expresidentes municipales y en funciones, 14 altos mandos de la policía estatal y municipal, ocho políticos y legisladores a nivel local y federal, dos empresarios, un líder de ONG y cuando menos a un sacerdote en Tierra Caliente. La presencia Templaria creció desde ese año, cuando expulsaron de Michoacán al Cártel del Golfo y a Los Zetas, para ese entonces en conflicto y proceso de separación. El amplio andamiaje, protección institucional del que gozaban, se expandió.

Cuando se tiene tanto poder y penetración, remover a quien lo detenta sin pensar en cómo se va a sustituir esa fuerza, es contraproducente. Un ejemplo de ello se dio en Irak. Cuando el presidente George H. W. Bush encabezó la primera Guerra del Golfo contra Irak, detuvo las tropas en la frontera con Kuwait para no derrocar a Saddam Hussein porque en el análisis geopolítico no había con quién sustituirlo. Era más costoso eliminarlo que mantenerlo acotado. Pero cuando su hijo el presidente George W. Bush lanzó la segunda Guerra del Golfo, lo capturó. A quien impuso como sustituto no tenía ni fuerza ni legitimidad, por lo que otras fuerzas buscaron ocupar el espacio dejado por el tirano y se convirtió Irak en un territorio en disputa, con una guerra que no termina.

Por la manera como dibuja el gobierno federal su estrategia en Michoacán, existe un interés explícito por fortalecer a las instituciones y construir en la administración y la procuración de justicia -con funcionarios implantados por el comisionado federal Alfredo Castillo- la muralla para apuntalarlas. Ese camino es lento y tortuoso, que va muy alejado del embate militar y policial contra Los Caballeros Templarios. La disonancia natural de los tiempos en que corren las dos estrategias está llevando a la limpieza de Templarios sin nada institucional en el horizonte para ocupar el espacio que están dejando. Con ello, pese a las victorias obtenidas, el gobierno federal va hacia el desastre.

No se puede olvidar la máxima de que no hay espacios libres que no se llenen inmediatamente, por lo que si el gobierno no modifica su estrategia y gana tiempo para fortalecer las instituciones, Michoacán será para el presidente Enrique Peña Nieto lo que fue Irak para el joven Bush, su debacle y vergüenza histórica. ¿Cómo hacer para tener el tiempo suficiente para la construcción institucional? De entrada con dos cosas: acotar, controlar y neutralizar a las autodefensas, y empezar a combatir al Cártel Jalisco Nueva Generación, para que no sean estos, por la omisión gubernamental, quienes saquen provecho y beneficio de todo el esfuerzo que se está haciendo en Michoacán.

El Financiero (MX) (Mexico)

 



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