Al enterarse que había pasado varios días en el bus del Tea Party Express, la primera pregunta que me han hecho tanto amigos como colegas ha sido la misma: ¿Están realmente tan locos los del Tea Party? Sin duda, mis interlocutores esperaban no sólo una respuesta positiva, sino alguna anécdota divertida que confirmara su convicción de que los “teabaggers” están como un cencerro.

No obstante, mi decepcionante respuesta fue siempre que no. De hecho, tanto los dirigentes del movimiento, como los simpatizantes que acudieron a sus mítines era gente normal. Con ideas radicales, sí, pero no paranoicas. Cierto, era posible encontrar alguien con opiniones extremadamente simplistas, fáciles de ridiculizar. Pero lo mismo podía suceder en una manifestación contra la guerra de Irak.

La creencia que los del Tea Party son una panda de chalados ha sido expandida por algunos articulistas y blogeros progresistas estadounidenses, ya sea por desconocimiento, o con la intención de desacreditar al movimiento.

Hay que reconocer que las declaraciones de algunos candidatos del Tea Party les ha puesto muy fácil las cosas. Por ejemplo, es normal dudar de la cordura de Christine O'Donnell cuando asegura que hay “científicos financiados por el gobierno que están cruzando hombres con animales”, y que ya han creado ratones con cerebro humano. ¿Habrá llegado la aspirante a esta conclusión después de ver una película de Mickey Mouse?

La naturaleza descentralizada y anárquica del Tea Party dificulta entender las motivaciones que han llevado a millones de personas a participar en mítines donde exhiben una actitud llena de rabia. Su plataforma política oficial es conocida por todos, presupuestos equilibrados y menos impuestos, pero muchos creen que debe haber algo más profundo que explique su ira. Y es que cuando Bush empezó aprobar presupuestos con un déficit elevado, nadie movió una pestaña.

“Queremos que nos devuelvan nuestro país!”, ha sido el grito de guerra inscrito en muchas de las pancartas en estos actos. Ello ha llevado a algunos periodistas a sostener que es un movimiento racista. Los afroamericanos, con Obama a la cabeza, serían quienes les habrían robado “su país”.

Si bien el racismo puede estar entre las motivaciones profundas de muchos “teabaggers” en estados sureños con un pasado reciente segregacionista, como Alabama o Tennessee, creo que la célebre frase más bien expresa nostalgia por un pasado idealizado. Y quizás esa es la motivación profunda, emocional, que ha hecho que muchos salgan a la calle a expresar su indignación.

La mayoría de los asistentes a los mítines del Tea Party son personas de edad avanzada, como Bob Service, un septuagenario residente en la aldea de Elly, en Nevada. Service, un bombero jubilado, me expresaba hace unos días su angustia porque se había alterado el orden natural de la cosas.

Ahora en EEUU vive mucha gente gente con acentos y costumbres extrañas, los trabajos ya no son para toda la vida, ni tampoco la mayoría de los matrimonios que se consuman. De hecho, incluso los hay entre homosexuales!

Para Service, y para muchos otros, Obama representa mejor que nadie esta “nueva América” a la que no se pueden acostumbrar. Seguramente, el martes por la noche se sentirán aliviados. Pero lo que no saben es que ni tan siquiera una victoria republicana les devolverá esa América de antaño por la que suspiran.