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01/08/2009 | EE.UU. - Tibio proteccionismo de Obama

Daniel Ikenson

El presidente Barack Obama no es ni un defensor del libre comercio ni un proteccionista, pero su renuencia a comprometerse con una agenda pro comercio constituye un proteccionismo de facto y socava sus objetivos de política económica y exterior.

 

Hace poco, reaccionando a una cláusula en la ley de cambio climático que impondría represalias comerciales a aquellas naciones que no limiten sus emisiones de carbono, Obama dijo: “En momentos en que la economía mundial todavía se encuentra en una severa recesión y hemos visto una caída considerable en el comercio mundial, creo que debemos ser muy cuidadosos acerca de enviar cualquier señal proteccionista”.

En ese rechazo tibio del proteccionismo queda la esencia de la nueva política comercial estadounidense: condicional, ambigua y no particularmente tranquilizante.

A principios de este año, Obama sugirió que el Congreso evitara un lenguaje en la ley de estímulo que pudiera provocar una guerra comercial. El Congreso respondió eliminando las cláusulas más proteccionistas del proyecto de ley, pero aun así la fiebre de “compre estadounidense” ha contaminado de todas maneras el mercado de compras gubernamentales. La incertidumbre alrededor de las complicadas regulaciones ha causado que los contratistas hagan sus propias valoraciones acerca de qué califica y qué no. No sólo han sido excluidas del mercado empresas extranjeras que reunían los requisitos, sino también compañías estadounidenses que utilizan materia prima importada.

Las municipalidades canadienses han respondido con regulaciones de “no compre estadounidense”, mientras que China y otros países también han introducido cláusulas de “compre local” en sus paquetes de estímulo, todo esto a cuestas de los exportadores y la economía estadounidense en general. La negligencia del presidente en este tema está desacelerando la recuperación económica, provocando más represalias por parte de nuestros socios comerciales y aumentando la reputación de Estados Unidos como socio poco confiable en materia de comercio internacional.

De igual manera, cuando el Congreso desfinanció un programa que permitía que los camioneros mexicanos operaran en carreteras estadounidenses —violentando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)—, Obama ofreció garantías de una rápida resolución.

Cinco meses después, no hay arreglo visible. Para apresurar una solución el gobierno mexicano, en represalia, impuso aranceles por 2 mil 400 millones de dólares a alrededor de 90 productos estadounidenses, y una asociación mexicana de camioneros puso una demanda de 6 mil millones en contra del gobierno de Estados Unidos.

La reducción en el comercio y la inversión a través de la frontera no puede ser el elixir económico que Obama tenía en mente, ni tampoco es la disputa su punto de partida preferido para las relaciones diplomáticas con México. Aun así la administración está satisfecha, luego de cinco meses, con simplemente estudiar el problema.

¿Qué tanto estudio se necesita para concluir que es una mala idea violar de manera clara las obligaciones dentro del marco del TLCAN, más el potencial costo directo de 8 mil 400 millones de dólares y el aumento en los costos de transporte para toda la cadena de oferta de Norteamérica sólo para beneficiar a los sindicatos de camioneros?

Mientras tanto, a pesar de las aseveraciones de que el gobierno trabajaría con el Congreso para pasar los —desde hace mucho pendientes— tratados de libre comercio con Panamá, Colombia y Corea del Sur, dichos tratados permanecen secuestrados por la política del cinismo.

El presidente Obama habla de un internacionalismo y multilateralismo renovado en la política exterior estadounidense; aun así su política comercial apesta a nacionalismo y unilateralismo. Esto no ayudará a restaurar la imagen de Washington en el exterior, donde gran parte de los países considera a la política comercial de Estados Unidos como el rostro de su política exterior.

La inconsistencia entre las palabras del presidente Obama y su accionar denotan a un hombre preocupado con la política por encima de todo. Pero la política del comercio está cambiando, y Obama tiene una oportunidad para liderar a su partido nuevamente hacia el centro.

En los próximos días, Obama dará un muy publicitado discurso acerca del futuro de la política comercial estadounidense. Si de verdad quiere llevar a su partido al siglo XXI y de verdad está comprometido con la recuperación económica y diplomática de Estados Unidos, debería deshacerse de la retórica ambigua y lanzar una agenda claramente a favor del libre comercio.

www.elcato.org

**Director asociado del Centro de Estudios de Política Comercial en el Cato Institute

El Universal (Mexico)

 


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